Dice San Pablo que, “la raíz de todos los males es la avidez por el dinero”. ¿A quién le importa si Julio César era un ladrón? Desde Séneca hasta Nixon, y desde Homero hasta Napoleón, la corrupción se ha paseado a sus anchas por la historia y ha sido, generalmente, de la mano del poder. No en balde Napoleón Bonaparte solía decir a sus ministros que, les estaba concedido robar un poco, siempre que administraran con eficiencia. El editor y periodista italiano Carlo Alberto Brioschi cuenta el desarrollo de este fenómeno en su libro, Breve historia de la corrupción, publicado en el 2010.
El libro de Brioschi fue prologado por Baltasar Garzón, cuando era juez y en su introito escribió: “Sería propio de un hombre agraciado el morir sin haber llegado a contagiarse de la falsedad, la hipocresía y la vanidad del lujo. Pues morir saciado de ello es morir dos veces ¿Acaso prefieres vivir en el vicio antes que huir de esa peste? Porque peste es la corrupción de la inteligencia tanto más grave que la corrupción del medio ambiente que nos rodea. Esta segunda es corrupción de animales puesto que proviene de animales; aquella es corrupción de hombres, en cuanto proviene de hombres”.
Pero “¿no podría decirse que, fatalmente, la historia política y social no es otra cosa que el propio desarrollo de la corrupción?”, se pregunta Garzón y continúa con su escrito: “En ese sentido, el título podría resultar un tanto equívoco, si no fuera porque Brioschi ha logrado reflejar, mediante trazos similares a los de un pintor impresionista, la debilidad por lo venal de gobernantes y sistemas, y su tendencia a quebrantar los principios éticos, trazando una original y autónoma historia de la corrupción”.
Dice Garzón que, el concepto de corrupción es confuso y amplio porque en su sentido físico es aplicable a cualquier objeto, y en su aspecto intelectual, sentimental, político, social y económico, al ser humano en general. No todos se venden por dinero. Las motivaciones de quienes caen en la corrupción a menudo van más allá de lo económico: “la propia convicción, el odio o la venganza, pasando por intereses de cualquier orden, incluido el de favorecer a los suyos, pueden corromper a una persona. Tampoco existe una sola clase de corrupción, ya que ésta puede ser pública o privada, clásica o moderna, y afectar a instituciones o sectores del Estado o de la Justicia, en sistemas democráticos o en dictaduras”.
En otro párrafo del prólogo se lee que, la corrupción es un fenómeno generador de injusticia y desigualdad entre los ciudadanos y, por ende, de desconfianza: “ante la falta de respuestas adecuadas por parte de quienes tendrían obligación de perseguir las prácticas corruptas y no lo hacen, se presume la corrupción del sistema. Aumentando así el desinterés por la defensa de lo público y la apatía ante la necesidad de generar un rearme ético que tenga como base la educación y el aprendizaje”
En el transcurso de su existencia, gobernantes, hombres de negocios, poderosos magnates, aprovechadores de todo tipo, pero también hombres respetables y aparentemente alejados de cualquier pecado, se han encontrado todos con la sutil y penetrante fragancia de la inmoralidad y la corruptela: “alguno más, alguno menos, sin duda, incluso si la reacción idiosincrática de todos ellos parece haber sido, en la mayor parte de los casos, la de taparse la nariz y ocultar ese encuentro con un piadoso velo que acostumbra a tenderse de un modo casi inconsciente, bien por desmemoria pasajera, bien porque un provecho ilícito de dimensiones menores parece poder cancelarse por la enormidad de las trampas ajenas”, dice Brioschi.
Según, Brioschi, “la corrupción es un fenómeno inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de la reciprocidad. Según la lógica del intercambio, a cada favor corresponde un regalo interesado. Nadie puede impedir que el partido en el poder establezca una clientela de grandes electores que le ayuden en la gestión del aparato estatal y que disfruten de esos privilegios. Es algo natural y fisiológico”. Como decía Cantinflas en la película, El extra: No es lo mismo, ¡Qué viva la revolución! A ¡Qué revolución tan viva! Y Robespierre, cuando iba a ser decapitado, dijo: “una gran revolución no es más que un crimen estruendoso que destruye a otro crimen”.
Mi sobrino, Virolo, examinando este artículo, junto a la tía Filotea, comenta: “Tío, Baltasar Garzón, como juez persiguió el narcotráfico, el terrorismo, los negocios mal habidos, como magistrado de la Audiencia Nacional de España fue el responsable del arresto de Augusto Pinochet en Londres, por implicación en los delitos de genocidio, terrorismo internacional, torturas y desaparición de personas; hechos ocurridos en Chile. En el 2012, este juez fue expulsado de la carrera judicial, tras haber sido condenado por el Tribunal Supremo de España, a 11 años de inhabilitación por el delito de prevaricación, hecho cometido durante la instrucción de un sonado caso en España. Concluye Virolo: “Otra cosa, tío Noel, parece que Garzón hoy piensa distinto y actualmente anda en unos muy buenos negocios en Cabo Verde”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE