Una familia venezolana pasó un mes en la calle para regresar al país tras ser desalojada en Colombia

Una familia venezolana pasó un mes en la calle para regresar al país tras ser desalojada en Colombia

Migrantes venezolanos se preparan para tomar un bus que los llevará hasta la frontera en Cúcuta o Arauca este jueves, en Bogotá (Colombia). Al menos 500 venezolanos empezaron su viaje de regreso a su país luego de permanecer cinco semanas en un campamento sostenido por palos y plásticos. EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda

 

“Nunca se me va a olvidar cuando llegó a sacarnos, no le debíamos pero había que pagar el mes que iba a empezar, le dijimos que el presidente Duque había dicho que los arriendos estaban congelados, ella respondió: a mí eso no me interesa, si no pagan se van, esto no es Venezuela donde están acostumbrados a que les regalen todo. Era de noche, no teníamos a dónde ir, en medio de los gritos accedió al menos a dejarnos por esa noche y ahí empezó la carrera”, así comenzó su relato Lisbeth González, quien tuvo que salir de Colombia con sus cuatro hijas, yernos y nietos en medio de la pandemia.

Por Yoerli Viloria / Diario Los Andes





Esa noche nadie durmió, comenzaron a hacer maletas, llamadas y a ofrecer los televisores y otros electrodomésticos que habían adquirido con el esfuerzo del trabajo en más de año que llevaban en el país vecino, y en ese trajín les cayó la mañana del día siguiente. Mientras las mujeres terminaban de afanar con las labores para dejar limpió el apartamento, los hombres desde temprano se habían ido a la embajada a ver “cómo era la vuelta” de apuntarse en la lista de los retornados a Venezuela.

“Nos fuimos antes de que llegara la dueña con la policía tal y como nos había amenazado, caminamos como media hora con maletas y la muchachera encima hasta llegar a la casa de mi sobrina, las calles estaban más o menos solas por la cuarentena, ahí solo me dio tiempo de hacer unas arepas cuando nos llamaron para decirnos: vénganse que el bus sale en una hora”, compartió.

PRIMERA ESTACIÓN: POR POCO NOS DEJAN

En el punto de salida en Bogotá ya había cola, los guardias se afanaban en repartir platanitos, tostones y bebidas lácteas a los más pequeños, solo a los niños, mientras que algunos particulares que pasaban en sus carros se apiadaban de los repatriados y les ofrecían algunos alimentos.

“Casi me muero del susto, nosotros en la familia sumábamos 19, yo preferí ubicar a mis hijas y nietos primero, quedamos cuatro por fuera del bus porque nos prometieron que nos iríamos en el siguiente. Después de que el primer bus arrancó me dijeron que ya no había más carro sino hasta el otro día. ¡Dios mío! yo dije: me quede sola y sin plata en esta vaina”.

La astucia venezolana la llevó a buscar un taxi y pegarse detrás del bus con un “viaje de maletas”. Primer intento: se pararon en un punto por donde iba a pasar el bus, nada, el conductor descartó los movimientos de los brazos desesperados de Lisbeth en la calle y continuó el camino; segundo intento: de nuevo al taxi pero esta vez para alcanzar al bus, rebasarlo y cortarle el paso en la vía, “el bus tuvo que frenar, el chofer nos pegó una buena jarta pero después de la lloradera nos dejó subir a los cuatro, total igual íbamos a pagar, eso sí, nos tocó viajar en el piso del pasillo sentados un rato y otro tanto acostados”.

“Mamá tengo hambre”

“Es arrecho cuando los carajitos te dicen mamá tengo hambre y no tienes nada para darles”, así le tocó a Lisbeth buena parte de las 22 horas que permaneció dentro del bus que la llevó desde Bogotá hasta la frontera con Venezuela, custodiado por militares colombianos desde Pamplona. “Las arepas se acabaron y aunque teníamos algo de dinero no había donde comprar, no nos dejaban bajar del bus solo para ir al baño, había gente que llevaba un poco más que nosotros y le daban a los niños de mi grupo de tanto verlos llorar”.

Hay un dicho que dice: ¡a nadie le falta Dios! Quizás sea cierto, o al menos eso cree Lisbeth, quien contó que en un momento crítico del viaje, en el que ya casi nadie tenía nada para comer y los niños no cesaban de llorar y pedir alimentos, hicieron una parada en plena carretera para que lo hombres pudieran orinar, “había una mata full de mangos, la dejaron pelada, los hombres regresaron con los bolsillos a reventar de mangos y le repartieron a todos, comieron mango que jode todos esos chinos”.

 

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