Vivir guerreando marcó la vida del venezolano del siglo XIX e inicios del XX. Sin embargo, la Venezuela colonial aparece en el imaginario del venezolano común como una etapa casi que ajena a su tradición cultural. Pareciera que Venezuela existiera sólo a partir de una fecha que se ha vuelto emblemática y como de partida de nacimiento, el 19 de abril de 1810.
En Venezuela la etapa feudal de la Edad Media se conoció como era Colonial o Mantuana. Marcada por quienes heredaron de los conquistadores los bienes que estaban sobre las tierras, sea flora, fauna, y hombres. Así, socialmenteestratificada se desarrolló la vida por más de tres siglos, en un territorio que inicialmente se denominó Tierra de Gracia, Audiencia, Capitanía General, República, Estados Unidos, hasta la denominación actual.
Semejante cambio de nombres resulta parte de esa inestabilidad mental en el venezolano que le ha llevado a lo largo de su historia, a demoler todo lo anteriormente construido por sus antepasados para intentar reconstruir algo nuevo, comenzando por el nombre. Eso se evidencia en la tragedia de destruir la memoria cultural ancestral, la heredad y hasta los símbolos que nos hermanan como pueblo y nación.
Una breve revisión de nuestra historia nos indica que uno de nuestros primeros historiadores, José de Oviedo y Baños, (1671-1738), cuando intentaba reconstruir la historia de la fundación de Caracas, se encontró que en el propio recinto del cabildo los registros de documentos originales que daban fe de la fundación de la ciudad capital, habían sido alterados, en otras partes, folios completos desprendidos. Lo indicó de esta manera: “Año de 1568 …no se halla en el Archivo Libro Capitular, papel ni razón alguna de las operaciones de aquel tiempo así por descuido de los Pobladores como por el maltrato de los papeles, pues aunque en el Archivo (hay) (u)n libro pequeño que comprehende parte del gobierno de don Juan Pimentel con el transcurso del tiempo está tan maltratado y roto que no son inteligibles sus decretos.”
“Año de 1631 hasta 1638. Todos los libros y papeles de los años (…) en que se comprendió el fin del Gobierno de don Juan de Meneses todo el Gobierno de francisco Núñez Melián (sic), y principios del de Ruiz Fernández de Fuenmayor no se hallan, ni parecen en los archivos de esta Ciudad habiéndose perdido por descuido o malicia de los Escribanos de aquel tiempo por cuia causa no se tiene razón noticia de lo sucedido en dichos años.” (Oviedo y Baños, Tesoro de Noticias).
Esta destrucción y alteración de los documentos que prosiguen el proceso de construcción de la memoria cultural venezolana, iniciada en la era pre-colombina, se continúa acentuando en los siguientes años y siglos. En lo sucesivo se observa cómo esta actitud se refleja en una “costumbre” que nos alcanza hasta nuestros días. Es una especie de necesidad de querer borrar de la memoria colectiva todo vestigio del pasado y sólo tener referencia de nuestra historia cultural, a partir del siglo XIX y específicamente el 19 de abril de 1810, con la presencia de individuos quienes “personalizan” la historia nacional.
El historiador, Arístides Rojas, quien en la segunda parte del siglo XIX se ocupa de investigar la historia antigua venezolana, a propósito de los documentos que deja al morir Oviedo y Baños, hace una serie de reflexiones sobre este tema:
“Muerto Oviedo y Baños –escribe- la familia comenzó a enaltecer su memoria, mucho se habló de sus manuscritos (…) en el público llegó a transparentarse la opinión del autor sobre los principales sucesos del siglo décimo séptimo (…)
¿Dónde están los libros manuscritos, importante resumen cronológico de los materiales que sirvieron a Oviedo y Baños para redactar las dos partes de la Historia de la Conquista y Población de la Antigua Provincia de Venezuela? ¿Dónde están los manuscritos originales del II volumen que nunca llegó a publicarse?” (Rojas. Leyendas Históricas de Venezuela).
La visión de conocimiento mutilado de la memoria cultural del venezolano se continúa a lo largo de los siglos XIX, XX y en lo que va del XXI. Creo, sinceramente, que no son tanto razones políticas o ideológicas que han llevado a la sociedad venezolana en su conjunto, al estado tan deplorable y de tragedia nacional, como esa tradición troglodita, bárbara y cruel de querer destruir todo vestigio de nuestro esplendoroso pasado, sea hispánico o indígena, para seguir dejando desolación y llanto.
Este tiempo, de superar este drama, debe identificarnos con nuestros ancestros más relevantes: desde aquellos anónimos hermanos indígenas que danzaban y cantaban en el valle de Las Damas y respetaban sus tradiciones, y donde nace nuestro mestizaje, hasta la nobleza de unos artistas y pedagogos, como el conquistador Garci-González de Silva, quien tenía un pequeño teatro donde representaba comedias, en los primeros tiempos del siglo XVI, Luis Cárdenas Saavedra, fray Agustín de Quevedo y Villegas, Alfonso Briceño, Antonio Navarrete, hasta nuestro Andrés Bello y todos los eminentes ciudadanos que debemos considerar en la construcción de una identidad donde se privilegie la civilidad.
El siglo XXI debe ser el tiempo donde la memoria cultural del venezolano encuentre su lazo ancestral y afirme su identidad, su memoria cívica y supere la bárbara mentalidad caudillista, arbitraria y totalitaria.
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