Periodista sobreviviente del Covid-19 celebra la vida tras acariciar la muerte

Periodista sobreviviente del Covid-19 celebra la vida tras acariciar la muerte

ferrado a Dios y con muchas ganas de seguir viviendo, Ernesto Martínez superó 31 días en el hospital Victorino Santaella de los Teques | Cortesía

 

El periodista Ernesto Martínez estuvo recluido en el Hospital Victorino Santaella de Los Teques, capital del estado Miranda, 31 días. Tenía COVID-19. Durante ese tiempo vio morir a nueve pacientes, tres de ellos cuando compartían con él la sala de cuidados intensivos, y sintió en carne propia lo frágil que es la vida.

Por elpitazo.net

Hoy, ya recuperado, le agradece a Dios cada respiro. Asegura que desde el 25 de agosto, cuando le dieron de alta médica, su vida se traduce en un antes y un después. A sus 40 años de edad certifica que superar esa prueba ha sido una experiencia aleccionadora.

Ernesto comenzó a presentar fiebre, mareos, escalofríos y malestar general el 17 de julio. En un primer momento pensó que se trataba de una gripe, que intentó contrarrestar con malojillo, toronjil, limonada caliente y Acetaminofén.

El tratamiento casero no hizo efecto, así que a los seis días decidió hacerse un perfil 20. Los resultados arrojaron valores alterados en urea y creatinina, lo que requirió que un nefrólogo le hiciera un eco. Este especialista no observó anomalías en los riñones, pero sí notó un sonido extraño cada vez que Ernesto respiraba.

Con una orden médica, Ernesto se hizo una placa de tórax que determinó que sus pulmones estaban comprometidos. “Busca ayuda”, fue la recomendación, ya que todo indicaba que tenía coronavirus. A partir de ese momento comenzó a transitar un camino espinoso.

Un riesgo tras otro

La primera persona en quien Ernesto pensó que podía ayudarlo fue en su hermano, a propósito de que es enfermero en el Hospital Clínico Universitario de Caracas. Por ello se movilizó desde Ocumare del Tuy, donde reside, hasta la población de Cúa, ubicada a 17 minutos, para plantearle la posibilidad de que lo trasladaran al centro de salud capitalino.

Sin embargo, mientras conversaba con su hermano comenzó a presentar dificultad respiratoria y era un riesgo llevarlo a Caracas en un vehículo particular. Podía morir en el camino. Ante el peligro, lo hospitalizaron de emergencia en la clínica Paso Real de Charallave y luego lo trasladaron al centro centinela de Los Teques.

Una difícil travesía…

La misma noche que llegó al Victorino Santaella a Ernesto le practicaron la prueba rápida de COVID-19, la cual dio positivo. No obstante, como los resultados no eran 100% confiables le hicieron la del hisopado. Corría para entonces el 27 de julio, 10 días después de los primeros síntomas.

Una cama en la sala de cuidados intensivos, cuyo colchón maltrataba su cuerpo, fue a partir de ese momento testigo silente de los temores de Ernesto. En ella quedaron las lágrimas que muchas veces le sirvieron de desahogo, pero que, a su vez, eran una muestra de que estaba vivo.

“Fue una travesía difícil. Me costaba pararme de la cama para ir al baño. Cualquier movimiento empeoraba mi respiración, así que lo mejor era quedarme en reposo”, recuerda.

Para entonces, Ernesto compartía la habitación con cinco personas. Una de ellas murió una madrugada en la cama de al lado. Por seis horas el cadáver permaneció en el lugar, ante la mirada de desesperación del resto de los pacientes. En ese momento todos temían morir. Al día siguiente el corazón de otro compañero dejó de latir. Ernesto cree que falleció por inanición. El paciente tenía días negado a alimentarse, incluso, varias veces se cayó de la cama. Estaba débil.

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