El mundo lo quiere fuera del poder y, si fuera posible, desaparecido del mapa. Y como la pandemia ha sensibilizado a la humanidad que se ha hecho consciente de sí misma, la humanidad no quiere criminales que la degraden, la ofendan, la hieran. Maduro ha llegado así a ser el personaje más detestado del planeta. Ni el oro, ni los diamantes, ni el concho petrolero que aún le queda al país más esquilmado, abusado, asaltado, violado y despreciado del planeta puede socorrerlo. Maduro está solo. Absolutamente solo. Aplastado por el odio y el desprecio.
Ni los Estados Unidos, ni la Unión Europea, ni la OEA quieren que su salida sea acompañada de algarabías, insurrecciones y bullicio de cañoneras. Entre tanta pandemia y presagios apocalípticos, la humanidad quiere salir de sus taras y lacras sin asustar al vecindario. Quieren que imite a Fujimori y sin decir una sola palabra y ni siquiera escribir una carta de despedida, desaparezca. Para siempre.
Debe ser el deseo de todas las jefaturas de sus ex aliados. Ni a Rusia ni a China, y muchísimo menos a Cuba, les conviene la cercanía y familiaridad de un sujeto que ha alcanzado el dudoso honor de ser el primer criminal de lesa humanidad vivo reconocido como tal por todas las naciones democráticas del orbe. Todos los otros ya están muertos, ahorcados o degollados: Hitler, Goebbels, Eichman, Gadaffi, Sadam Hussein, El Che Guevara, Mao, Fidel Castro, Hugo Chávez.
Tiene, además, a su civilizado verdugo a tiro de piedra. Donald Trump y Angela Merkel, los máximos líderes de las naciones democráticas más importantes y poderosos de Occidente, quieren que se vaya y la presidencia vacante sea ocupada de inmediato por el presidente interino que cuenta con la legitimidad que le da ser el presidente de la Asamblea Nacional, la única institución legítima con que cuenta el escarnecido país.
Y a estas alturas nadie avala su último recurso: unas elecciones pautadas para el 6 de diciembre. Es el repudiado borracho de la fiesta que al momento que quieren echarlo se saca una botella de whiskey del bolsillo y la pone sobre la mesa. La Unión Europea dijo su última palabra: no vendrá a avalar unas elecciones en las condiciones impuestas por un criminal de lesa humanidad. Ni siquiera se trata de que las observe: nadie quiere ser testigo de un crimen.
El orden de los factores altera el producto: el mundo quiere que haya elecciones, pero sin el criminal de lesa humanidad, sin su parapeto electoral y sin sus maquinitas traga perras. Esa decisión es compartida por todos los gobiernos democráticos del mundo y ni siquiera Guaidó, a quien lo empujan a la presidencia una vez desaparecido Maduro, podrá lograr que cambien de opinión.
Resultaría contradictorio y digno de la marcha de la locura, que la oposición venezolana no le hiciera caso a la comunidad internacional e insista en hacerse cómplice de un fraude cantado. El karma ha sido legitimado por la ONU, la Unión Europea y la OEA: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones. Llegamos al fin de la ruta: el futuro luce al alcance de la mano. A Dios gracias.