Concernidos todos por un régimen con más de veinte años a cuestas, no debe sorprender que le dé alcance a quienes – incluso – dicen oponerlo. El principal combustible de sus interacciones, es el de los antivalores sembrados y hasta encubiertos por un tiempo tan prolongado.
Además, el fenómeno lo entendemos como el de la agudización de una cultura rentista que lentamente ha cedido espacio a otra de un claro cuño criminal, a pesar de obrar dos circunstancias que esperan todavía por su pleno reconocimiento: por una parte, ya no hay renta que distribuir o, en el mejor de los casos, no es ni será suficiente, con el declive que tomó cuerpo hacia 2014. Y, por la otra, acaso, impactando un sentido y seña de identidad que afianzamos por cien años, ya no somos siquiera un país petrolero aunque flotemos en la mar del crudo pesado y extra-pesado de nuestras reservas.
Apenas, un par de las varias circunstancias objetivas que, de un modo u otro, versionamos en una lucha política de características existenciales. Y, nada casual, las traduce el propio lenguaje cotidiano que va mucho más allá del hito heredado por la ya consabida novela de George Orwell, “1984”.
A las expresiones ciertamente novedosas, como “pran”, “pranes” y “pranato”, por ejemplo, se suman otras, como “mesita” y “alacranes”, con sus derivaciones. Cada modismo ha adquirido una carta de naturaleza inherente al socialismo en curso que deben salvaguardar los historiadores por todas las connotaciones y denotaciones que sugieren, bajo el auxilio de otras especialidades de las ciencias sociales.
Días atrás, consecuentes con nuestra responsabilidad parlamentaria, nos pronunciamos en las redes sociales respecto al curso de una investigación independiente adelantada en el exterior sobre determinadas empresas e intereses del Estado venezolano. Apenas dejamos constancia del mensaje en las redes digitales, sin atreverse a un comentario adicional, entre los replicadores encontramos a personas que fueron sobornadas por la usurpación, convirtiendo sus curules en un monumento a la indignidad y a la desvergüenza.
Ridícula sería la pretensión de que no demos ocasión a semejante ejercicio, renunciando al pensamiento crítico y a las posturas que lo obligan, porque los diputados alacranes e infecto-alacranistas, sean capaces de festejar cualquier desliz o percance en la tarea que tenemos el resto de los venezolanos para superar el régimen. Obraría la (auto) censura, dejando intactas las condiciones que han impedido tamaña superación en lo que va de siglo.
Demasiado obvio, las estrellas efímeras del alacranaje carecen de toda autoridad moral ni siquiera para pronunciar sus nombres, profundizando en un sentimiento de culpa que cruza rápido con las taras arrastradas desde la infancia que desembocaron en semejantes actos de traición. Lográndolo muy pocos por estos años, intentarán sobrevivir políticamente corriendo con la misma suerte de los miraflorinos que ya los desecharon: simplemente, pagaron por los servicios prestados.