La excarcelación masiva de reos comunes –más de 23 mil, reportan algunos periodistas– ha crispado los nervios de los ciudadanos que caminan sobre el asfalto o sobre lodosas veredas. La pareja presidencial ni siquiera ha reclamado gratitud por su clemencia. No los pretende. Son otras sus intenciones. Y, como ocurre con quienes están dedicados a la faena, suelen ser intenciones políticas.
Se desconocen los criterios usados para la selección de los afortunados. Solo se filtra que entre ellos hay asesinos y violadores. Curiosamente permanecen en las celdas muchos sentenciados por delitos menores. La combinación de esa liberación y el mensaje de impunidad que inevitablemente emite son el motivo de la crispación. No sabemos si una u otro son el principal aliciente de un repunte en la comisión de robos y asesinatos que la policía niega y los medios de comunicación van registrando.
Lo que sí sabemos es que en el tercer acto de la tragedia, después de un segundo acto donde dos niñas fueron violadas y atrozmente asesinadas en Mulukukú –la capital del servicio militar obligatorio en los años 80–, el Gobierno se declara a favor de reeditar la cadena perpetua “para los crímenes de odio” y, en un inusual impulso, empieza a recoger firmas para cubrir con un ligero barniz democratizante lo que todos sabemos que será un arma contra la oposición.
Este es uno de los usos de la delincuencia. No será el único. Ortega y Murillo no inauguran una nueva era en la instrumentalización de la delincuencia y los delincuentes. En El 18 brumario de Luis Bonaparte, Marx fue el primero en señalar que lo que llamó lumpen-proletariado era un componente esencial del dominio de Napoleón III: «vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda esa masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème: con estos elementos, tan afines a él, formó Bonaparte la solera de la Sociedad del 10 de diciembre.» Marx consideraba que esos sectores sociales eran más susceptibles de ser manipulados.
En contraste, Mijail Bakunin y después Lenin y Stalin adoptaron las ideas de Serguéi Necháyev, cuyo Catecismo revolucionario, de enorme influencia en varias generaciones de revolucionarios, pedía: «Unid a ese mundo de bandoleros en una fuerza destructiva indivisible», capaz de matar a los policías «de la forma más terrible». Bakunin suscribió ese credo y Stalin lo llevó al terreno de los hechos con cruentas consecuencias.
Stalin en su destierro siberiano se sentía más a sus anchas en compañía de los bandoleros. Él mismo fue el bandolero de Lenin, su fuente inagotable de rublos, obtenidos mediante atracos a bancos, trenes y barcos. Lenin se dedicaba a estudiar, escribir y asistir a congresos. Se hospedaba en elegantes hoteles y vestía como el aristócrata que era. Stalin era un desarrapado que se jugaba el pellejo día y noche, junto a un grupo de forajidos sin piedad. Cuando capturaban a un enemigo, su lugarteniente Kamo, un virtuoso del cuchillo, solía preguntarle: ¿Le corto el cuello? Stalin vio premiados sus desvelos, como sabemos por poco que hayamos seguido esa historia.
En una latitud más próxima a la nuestra, Eldridge Cleaver de los Black Panthers, en un texto titulado “On Lumpen Ideology”, refuta la tesis de Marx sobre el lumpen-proletariado y lo reivindica como el genuino sujeto transformador. Hombre de impecable fidelidad a su doctrina, Cleaver fue encarcelado varias veces por violación, consumo de drogas, asalto con violencia, robo domiciliar e intento de homicidio.
No solo quienes aspiran a cambiar un sistema y, por consiguiente, tienen poco aprecio por la legalidad de un orden jurídico opresor han echado mano de los delincuentes como recurso invaluable. En la Nicaragua que tiranizan Ortega-Murillo no tenemos a unos revolucionarios que aspiran a hacerse con el poder, sino a un grupo entronizado que procura retenerlo. Por eso sus usos de la delincuencia se parecen más a la descripción de las tácticas que el periodista polaco Ryszard Kapu?ci?ski documentó como típicas del presidente del Tribunal Supremo de la revolución islámica Mohammad Beheshtí, organizador de turbas a las que señalaba los enemigos que debían combatir: «¿No tienes nada para comer? ¿No tienes dónde vivir? Te mostraremos al culpable de tus desgracias. Es el contrarrevolucionario. Destrúyelo y empezarás a vivir como un ser humano.»
El uso de comandos de choque –con un componente más o menos delincuencial– era habitual en los años 80, cuando la lírica de Tomás Borge los edulcoró como «turbas divinas». El FSLN ha usado turbas organizadas ex profeso, pero también ha explotado los recursos que le ofrece el ambiente: durante la era dorada de las pandillas juveniles e incluso en años más recientes, el Partido Liberal Constitucionalista y el FSLN usaron a las pequeñas bandas de los barrios populares como turbas, al tiempo que desde sus escaños como diputados les ofrecían palo y candela. El antecedente de este uso fue la incorporación de Luis Manuel Toruño “Charrasca” y su pandilla a la lucha insurreccional en la ciudad de León. Charrasca era muy temido porque envolvía a los guardias capturados en alambre de púas.
Hasta ahora voy sumando tres usos de la delincuencia que son detectables en acto o en potencia en la Nicaragua de hoy: ejército de reserva para las turbas, justificadores del Estado policial represor y sembradores de un terror que desmovilice e inmovilice. Existe al menos otro uso y es más tenebroso: sembrar confusión y obtener la segura ganancia de pescadores en el río revuelto de los delitos. Donde los crímenes son omnipresentes, es imposible distinguir los asesinatos delictivos de las ejecuciones extrajudiciales con fines políticos. Los homicidios selectivos contra líderes locales de la oposición serán más fácilmente amontonados dentro de un inmenso bolsón de muertes aleatorias. La policía cantará siempre el mismo estribillo: robo con intimidación, como ha hecho en el caso del joven de 19 años Alexander López, asesinado de forma atroz supuestamente para arrebatarle su salario y su celular: lo golpearon en la cabeza, le sacaron los ojos y lo acuchillaron la noche del 12 de septiembre en Samulalí, Matagalpa. La nota de prensa policial habla de trauma craneoencefálico severo y de un ladrón que se dio a la fuga. No menciona la minuciosa saña del asesinato, en modo alguno compatible con un apresurado asalto.
Siembra vientos, cosecha tempestades, dice el dicho. Los delincuentes nunca fueron fáciles de dominar y han dado siempre pésimos resultados a mediano plazo, es decir, dentro de los estrechos límites del ciclo vital de los individuos. Stalin desmanteló el país de los soviets y todo atisbo de democracia en ese proceso revolucionario, y persiguió a los intelectuales porque los envidiaba. Cleaver no solo dejó de darle lustre político a sus delitos, mancillando la causa de una organización de alto potencial revolucionario, sino que acabó por convertirse en un republicano conservador. Charrasca perpetró el único asalto a un banco en Cuba del que se tenga conocimiento en la era de Castro. Ahí también quemó un bus y se tomó un bar por las armas. Aunque le dieron el grado de capitán en el ejército sandinista, murió enfrentándose a balazos a la policía, desatendiendo un alto que le hicieron por manejar contra la vía. Le habían tolerado incluso el asesinato a mansalva de su esposa y su cuñado.
Esta imposibilidad de llevar las riendas ha ocurrido con individuos. Las masas delincuenciales son mucho menos sumisas y moldeables. El FSLN demostró que no pudo controlar a los paramilitares y por eso empezó a graduar nuevas camadas de policías con enloquecida premura. ¿Presume ser capaz de canalizar hacia ciertas finalidades, con exclusión de otros daños colaterales, a 23 mil ex reos? No es fácil enfocar las acciones políticas. Pero mucho más complicado es trabajar sobre la materia delincuencial. Los delitos comunes son aleatorios: no hay forma de dirigirlos exclusivamente hacia los enemigos. Pueden tocar a los miembros del régimen. A sus jóvenes sandinistas que salen a divertirse, ajenos al pánico del coronavirus, pero no inmunes al virus ni a la delincuencia. Por eso a Pedro Navaja le cantaron que la vida te da sorpresas.
Investigador asociado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador y autor de Autoconvocados y conectados. Los universitarios en la revuelta de abril en Nicaragua, UCA Editores-Fondo Editorial UCA Publicaciones, Managua.
Este artículo fue publicado originalmente en El Confidencial (Nicaragua) el 22 de septiembre de 2020