La llamada Edad Moderna es un largo periodo de tiempo, del Renacimiento hasta hoy, básicamente eurocéntrico, en globalización progresiva y consecuente pluralidad y secularización o desacralización del mundo, asumido desde la Razón. En filosofía, en sus comienzos destaca Descartes (pienso, luego existo) y Pascal (creo, luego existo) la “gran discusión” que se prolonga hasta nuestros días. Un mundo-sin-dios fue la “apuesta principal” y sus grandes representantes fueron Marx/Freud/Nietzsche.
Marx nos propone “el paraíso en la tierra” el hombre-nuevo, surgido de un largo y complejo proceso de cambios estructurales, desde la lucha de clases y la conquista del poder, y la transformación de la sociedad en tres etapas, sin fechas pre-establecidas: La dictadura del proletariado, la etapa socialista y la etapa comunista, en donde superadas todas las contradicciones, desaparecen las clases sociales y el propio Estado, dando cumplimiento al reino de la libertad y la superación de todas las desigualdades y miserias (cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad); este utopismo mesiánico no se ha cumplido y en la práctica terminó en dictaduras y Gulag. Un mundo sin Dios, que terminó creando el infierno en la tierra.
El otro deicida es Freud, el de la “nuova-ciencia” del psicoanálisis o psicología profunda, con la pretensión de acceder al núcleo consciente e inconsciente de la condición humana, condenado a una agónica lucha entre Eros y Thanatos, el instinto de vida y el destino de finitud y aniquilación. Freud establece su sistema sobre la base de una conducta consiente e inconsciente. La importancia de la etapa infantil, la sexualidad y los sueños, y de esta manera, empíricamente, poder acceder al “comprender” de cada individuo, básicamente en su orfandad psíquica y personalidad traumática, con un fuerte sentimiento de culpa y dolor.
El tercer deicida, Nietzsche, es el que lo proclama de manera fuerte y explicita: DIOS HA MUERTO. Consumado el anuncio, se asume la plena y absoluta libertad humana a todo riesgo “estamos solos y todo está permitido”. Esta fue la herencia espiritual e intelectual dominante en la Europa del siglo 20, siglo de las guerras mundiales y el holocausto y el terror atómico/nuclear, con todo el horror conocido, lo que llevó a Martin Buber a calificarlo como el siglo sin DIOS, el existencialismo ateo y el nihilismo fue su expresión intelectual más reconocible, de gran influencia cultural, ideológica y política, fue la gran discusión del siglo, sobre el sentido del hombre y de la vida así como sobre el sentido y finalidad de la historia, y que de alguna manera, nos sigue marcando en estos años inaugurales del siglo 21.
Cómo pensar y creer es todo un desafío existencial, filosófico y científico; ahora, indistintamente de aceptar o no a Dios y los límites de la consciencia moral o sea de nuestra libertad para elegir y decidir, están los riesgos destructivos de nuestras propias creaciones. Un holocausto nuclear, seguir destruyendo el planeta y ahora la pandemia, como amenaza permanente y recurrente para la humanidad, además de los males estructurales sistémicos de: pobreza, hambre, desigualdades, etcétera; lo que obliga a una reflexión imperativa sobre la necesidad de una ética global, de responsabilidad personal y colectiva, de gobiernos e instituciones, sobre el destino humano y el futuro del planeta Tierra como Casa Común. Otra época está surgiendo y nos obliga a tomar consciencia de ello y a los cambios necesarios en todos los órdenes.