Luis Alberto Buttó: La revolución mortadela

Luis Alberto Buttó: La revolución mortadela

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

Hay conductas que, de suyo, son amorales. De hecho, no es necesario presenciarlas: asquean, de solo imaginarlas. Si se pretendiera el mapeo de todas ellas la tarea resultaría abrumadora, por ser interminable. Pero, entre éstas, algunas resaltan por la brutalidad y el desdén con que despedazan cualquier atisbo de eticidad; manipular políticamente con el hambre del necesitado, por ejemplo. En este caso, ya no se trata del malsano comportamiento de que lo hecho con la izquierda lo sepa a gritos la derecha, ni de la cruel costumbre de dejar en claro que la mano que da siempre está por encima de la mano que recibe. Aquí, lo aberrante va mucho más allá porque la manipulación adelantada busca la subordinación para perpetuar relaciones de dominio. Es vomitivo el poder que, apartado del servir, se mantiene para ser servido.   

Regalar, entregar, donar, otorgar (póngale usted el verbo que mejor le acomode, o el que le venga en gana) alimentos al hambriento, para ganar rédito político con ello, es abiertamente abominable. Punto. Nada le resta a la inmoralidad que exuda dicho proceder. No hay justificación que lo avale, salvo la malevolencia subyacente. Empero, la abominación es infinitamente mayor cuando los alimentos así repartidos son, por decirlo con cierto decoro en el lenguaje, los de menor costo en el mercado, sucedáneos de aquellos a los que toda persona debería tener acceso; mortadela en vez de carne vacuna, verbigracia. Probablemente quien los da jamás serviría tales alimentos en su mesa, pero, al erigirse supuesto benefactor, se nota que le calza a la perfección la idea de que el más pobre debe sentirse satisfecho con tan ínfima “dádiva”. Es bien sabido que el poder crea diferencias; algunas de ellas se miden por el tipo de alimentos consumidos.

Realizar despliegues propagandísticos para resaltar actos tan enanos por alcances y contenido, demuestra la pérdida de todo tipo de vergüenza por parte de aquellos a quienes así se les ocurrió. Que en el tinglado de la propaganda, además, se haga ver el agradecimiento forzado del receptor, es ruin, por decir lo menos. La puesta en escena no demuestra solidaridad, ni siquiera caridad. La puesta en escena termina siendo juego despreciable con el dolor, la desesperación, la necesidad del humano que debería ser tratado como hermano, no como ficha electoral. La impiedad es evidente, sobre todo cuando se repara en el hecho que el hambre que hipócritamente se “atiende” fue causada por la acción y/o la inacción de quien ahora se retrata entregando la nimiedad.





Hay mofa en todo el asunto y ella siempre es innecesaria. Queda mal, muy mal, el que con gestos de este tenor, consciente o inconscientemente, se burla del desgarro que trae consigo la necesidad. En todo el asunto hay desprecio por el que sufre, desprecio que sirve como carta de presentación del indolente ante la pobreza de los más. Hay vesania en todo el asunto y ello maltrata la condición humana del que ha sido empujado a las sombras de la desesperanza. El que comprende el carácter de la tramoya no puede menos que alzar su voz de condena y mantenerse firme al respecto. El compromiso es ineludible: trabajar con ahínco para que el futuro arribe sin menesterosos, con hombres y mujeres libres, sanos, educados, bien alimentados. Hombres y mujeres que habiten los bosques de la prosperidad, no los desiertos de la carencia.  Hombres y mujeres a los que no se les reparta mortadela, sino que se les trate con respeto y no se les pisotee la dignidad. 

Distribuir la miseria: patético papel del incapaz de evitarla.  

@luisbutto3