Venezuela es el país con las mayores reservas petroleras del mundo. No es ni Arabia Saudita, ni Canadá, ni Rusia; aunque sea difícil de creer. Sin embargo, tenemos una tasa estimada de desempleo del 46.7%, la mayoría de la población tiene dificultades para comprar al menos un producto de la canasta básica o para comprar una aspirina. La superinflación del 11,281% no deja mucha capacidad de maniobra. Se podría decir que estamos ante un país quebrado con una deuda externa de cerca de $130 billones. Casi el doble del producto interno bruto ($68.3 billones) en el 2020 (EIU, 2020).
No es necesario ser un gran estadista para entender que el feroz declive de Venezuela no encontrará freno a menos que se cambie el régimen político. Este cambio solo puede darse con el soporte de un gran número de países, y una oposición unida que le demuestre al régimen de Maduro que su mejor opción es ceder el poder.
Desafortunadamente, la oposición parece inmersa en el famoso dilema del prisionero. Según este dilema, dos prisioneros que han cometido un crimen son interrogados independientemente y cada uno tiene la opción de confesar o mantenerse en silencio. Si solo uno de los dos confiesa, recibe una pena muy leve con relación a la del otro. Si los dos colaboran y se mantienen en silencio, la pena recibida para los dos está entre la que obtuvieran si los dos confiesan o si solo una confiesa. En conclusión, la solución para los dos con mayores posibilidades de éxito es cuando ambos prisioneros colaboran. Sin embargo, ésto implica que los dos prisioneros tienen que dejar de lado la opción que da mayores ganancias personales, pero con pocas posibilidades de éxito. De igual manera, si los partidos de la oposición dejan de lado sus posiciones individuales y se comprometen a una posición única, su fuerza aumentaría y con el apoyo de la comunidad internacional, probablemente se daría el cambio de régimen.
Este cambio también implica que la sociedad civil presione a los grupos de oposición a que se mantengan unidos como se propone en la petición http://chng.it/8Y7dmGBP.
Desafortunadamente, los intentos fallidos de cambio de régimen han llevado a que gran parte de la población tenga una visión pesimista del futuro. Es una actitud explicada muy bien por estos dos principios de la economía conductual: 1. Los agentes económicos tienden a sobrevalorar sus propias posiciones y a subestimar las posiciones de los otros; y 2. La reacción del mercado es mayor cuando los resultados son negativos, como en el caso de una depresión financiera.
Por estas razones, la sociedad civil puede haber sobredimensionado su pesimismo ante los intentos fallidos de cambio de régimen, tal y como fue la insurrección cívica militar del 30 de abril del 2019. Sin embargo, ante este panorama desolador de la Venezuela actual, la sociedad civil es la única con capacidad real para ejercer presión y lograr la unidad de los grupos de oposición y de esta manera acelerar el tan anhelado cambio de régimen político.
Hay ejemplos históricos que muestran que los países se pueden recuperar rápidamente luego de una crisis como es el caso de Iraq (postguerra con EE. UU) y Europa después de la segunda guerra mundial gracias al plan Marshall. Venezuela también necesitaría un esfuerzo similar al plan Marshall para recuperarse. Afortunadamente, existe el potencial apoyo del FMI, de los organismos financieros multilaterales e inversionistas internacionales que estarían dispuestos a colaborar en la recuperación de Venezuela.
Según mi punto de vista, la reconstrucción del país debe comenzar en el sector energético. Se calcula que se necesitarían $100 billones para transformar, en alrededor de ocho años, la infraestructura de producción y refinamiento petrolera para que la producción suba de los 400,000 barriles de producción diaria a los 3 millones que se producían hace quince años (Vincentelli, 2020). En paralelo a la recuperación de la producción petrolera, el efecto cadena de este impulso moverá al resto de la industria, lo cual aumentaría nuevamente los ingresos de la población y, por tanto, mejoraría sus condiciones de vida.
Aunque la cantidad requerida para la recuperación de la industria petrolera es abismal, las reservas naturales de petróleo en territorio venezolano, así como los activos de PDVSA con una adecuada modificación de la Ley Orgánica de Hidrocarburos asegurarían un significativo retorno de cualquier inversión externa en esta área.
En conclusión, es posible evitar la situación apocalíptica a la que se avecina Venezuela. La responsabilidad de este cambio cae en la sociedad civil y en la unidad de los grupos políticos de oposición que aseguren, junto con la presión internacional, el tan deseado cambio de régimen político que permitiría la recuperación económica de Venezuela.
Germán Creamer es venezolano. PhD. Es profesor asociado de finanzas cuantitativas y análisis de negocios en el Stevens Institute of Technology y profesor asociado adjunto en la Universidad de Columbia