El informe 2020 de la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal) de la ONU, presentado este mes de octubre, señala ya no solo el significativo bajón económico que supuso el coronavirus para la región, sino sobre todo los obstáculos que va a tener la recuperación por la que habrá que esperar un buen tiempo hasta que las gráficas se asemejen a las de 2019: volver a la situación previa a la crisis “tomará varios años”.
Nos referimos al ‘Estudio Económico de América Latina y el Caribe 2020: principales condicionantes de las políticas fiscal y monetaria en la era pospandemia de COVID-19’, un informe anual de la institución donde, en esta edición, se realiza una evaluación del impacto que el nuevo coronavirus ha tenido en las economías de la región.
Podemos inferir que ya ha comenzado la recuperación, gracias a las distintas políticas de flexibilización de la cuarentena y la relativización del distanciamiento físico, además de la reactivación de varios sectores económicos bajo la égida del concepto de la “nueva normalidad”.
Mientras tanto, en Europa ya llega la segunda ola de contagios, bajo una situación de mayor control y menor sorpresa que la primera, pero que ha obligado ya a confinar poblaciones y sectores económicos. Y aunque aún no pueden establecerse las consecuencias definitivas de la crisis, sí podemos afirmar que, a diferencia de Europa, en América Latina la primera ola se volvió una eterna meseta que llega hasta hoy.
América latina ha sido la región que más estragos ha sufrido, económicamente hablando. Es lamentable, pero vale la pena repetir la cita del informe de Cepal para entender el desafío en el que estamos: “La peor crisis en 100 años”. La brecha entre el ingreso y el gasto de los Estados solo es comparada en el informe con la crisis de la deuda que sufrió Latinoamérica en los 80 del siglo pasado.
Los números en la región así lo confirman: este año es el de la mayor caída en consumo (-9,5), inversión (-20,4) y exportaciones (-11,5), con una caída del Producto Interno Bruto (PIB) de -9,1. Además, hay un aumento de la acumulación de deuda que afecta principalmente al sector financiero.
Los gobiernos ante la salud y la economía
Más allá de algunos personajes altisonantes del subcontinente, los resortes morales funcionaron para domesticar el salvajismo económico, que se mostraba en contra del confinamiento.
En todos los países, por una u otra vía, se pudo privilegiar lo sanitario, a costa de caídas económicas precipitadas. Incluso algunos modelos neoliberales, como Perú, invirtieron parte importante de su renta en inyección directa a los impactados. Cada Estado diseñó unas políticas de ayudas que, peores o mejores, fueron cumpliendo: “La intervención pública mediante importantes paquetes de medidas fiscales destinadas a contener la pandemia ha sido clave en la mitigación de los efectos económicos y sociales de la crisis”.
El problema central en el continente es que debe preocuparse tanto por aplanar la curva de los contagios como por levantar la curva del PIB.
Hubo en el mundo un consenso de ayuda social, de respuesta casi inmediata, que llevó a un influyente filósofo a decir que la pandemia nos llevaría más cerca del comunismo. Pero el problema ahora es otro.
El tema hoy es que ya hay que abrir la economía y, con el coronavirus todavía acechando, se requiere generar un proceso de retirada de los controles y apoyo a los sectores más afectados para que vuelvan a empujar la economía.
La economía existe y no es un invento del capitalismo. Su caída puede ser más mortal que una pandemia y puede dejar consecuencias sociales, educativas y culturales que lancen a la exclusión eterna a millones de habitantes del subcontinente. Lo cierto es que si en Latinoamérica el coronavirus no ha sido neutralizado, ya es imparable la apertura económica.
Argentina comienza a ser un caso paradigmático porque adoptó un modelo de confinamiento máximo para enfrentar el virus, agravando la ya desgastada economía, que arrastra una crisis estructural. Sin embargo, el número de infectados suma ahora cifras récord, y el país ya está entre los primeros diez del mundo con más contagios, justo cuando debe reabrir la economía, lo que supone un serio riesgo sanitario.
El problema central en el continente es que debe preocuparse tanto por aplanar la curva de los contagios como por levantar la curva del PIB.
Los Estados estuvieron presentes, no se retiraron y llevaron a cabo diferentes políticas de redistribución, pero también se replegaron en otras esferas, como la educativa y cultural, lo que hace que, al atender la pandemia de manera casi exclusiva, la brecha social y la exclusión se disparen con fuerza en la región.
La postpandemia en la región
Los precios de las materias primas serán mucho menores que los de 2019, y es posible que tarden tiempo en recuperarse, con lo cual los ingresos y las exportaciones de la región no van a tener un rebote inmediato.
El gran reto ahora es diseñar rutas de salida de la pandemia, ya no solamente en materia sanitaria, sino también en la económica, para luego pasar a atender el drama social, educativo y la pronunciada desigualdad social.
Además, el informe indica que las remesas han disminuido de manera importante, lo que afecta tanto a los países más pobres de la región como a sus sectores más vulnerables: “Como resultado de lo que se acaba de exponer, el Banco Mundial proyecta una caída de dos cifras en las remesas destinadas a la mayoría de los países de América Latina y el Caribe en relación con el nivel de 2019”.
En el estudio se recoge también que el empleo fue duramente fustigado: aumentó el número de personas sin trabajo, pero además se aceleró el subempleo y el empleo de baja calidad con “escasa generación” de puestos de trabajo decentes. Pero hasta la propia informalidad se ha debilitado, y no porque se haya generado un tipo de trabajo estable y bien remunerado, sino porque hasta el sector informal está deprimido en la región.