La salida de Leopoldo López de Venezuela representa para algunos un apagón de esperanza sobre un posible cambio en el rumbo político del país; o la confirmación de la tesis de que todos los políticos, tarde o temprano, se rinden y pactan con Nicolás Maduro.
Por: Elvimar Maraima || La Gran Aldea
Lo cierto es que la salida de López de la Embajada de España en Caracas y su discreta llegada a Madrid en un vuelo comercial, representa un movimiento telúrico en el corazón de las fuerzas democráticas venezolanas que luchan por desalojar a Maduro del Palacio de Miraflores. Se abre una nueva etapa.
La salida de López puede representar una oportunidad para reforzar el liderazgo de Henrique Capriles Radonski, que se mantiene en Venezuela acumulando fuerzas con una estrategia intensa de trabajo de campo enfocado en la organización social. La salida de López puede representar una entrada temporal de Juan Guaidó en los pits, para intentar protegerle del enorme desgaste que ha sufrido en los últimos meses, por la imposibilidad de concretar su promesa básica como Presidente interino: El “cese de la usurpación”.
Los más optimistas pueden pensar que López, con relativa libertad de movimiento por el mundo libre y sin la mordaza que lleva puesta desde que se entregó a la justicia chavista, hace seis años, puede liderar una operación que reunifique a esa masa heterogénea de movimientos políticos y sociales que se resisten a la dictadura venezolana, y que hoy se percibe más divida y más débil que nunca.
López ha decidido hacer un movimiento agresivo en el tablero. Le toca salir de su dimensión virtual de Twitter, su ventana de comunicación de los últimos 6 años, para encontrar su lugar en el tablero de la política venezolana desde el exilio, y no precisamente haciendo “diplomacia”.
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