Las elecciones norteamericanas están recordándonos que, en el contexto de una elección, pocas palabras tienen tanta fuerza como la palabra “fraude”. Son seis letras que se mueven, viajan, se comparten, y reciben likes como pocas. Lamentablemente, cuando se utiliza desligada de los hechos y datos reales, deja de ser un fenómeno de redes sociales para convertirse en una realidad peligrosa que deteriora la agenda y el discurso público, polarizándolo al punto de volverlo tóxico.
Gerardo de Icaza, Director del Departamento para la Cooperación y la Observación Electoral de la OEA, describe el poder de la palabra fraude: “Cuando la idea del fraude se adueña de la opinión de un sector, resulta difícil encontrar el antídoto o argumento que pueda convencerlo de lo contrario. Sumado a esto, los medios encuentran en alegatos de fraude una oportunidad tentadora de generar ratings y vender periódicos con la publicación de titulares sensacionalistas.”
A pesar de que las autoridades de Estados Unidos no han terminado de contar los votos de las elecciones del 3 de noviembre, ya vemos cómo la narrativa del fraude está mermando la credibilidad de los resultados. Según un estudio llevado a cabo entre el 6 y el 9 de noviembre por la encuestadora Morning Consult, solo 3 de cada 10 votantes republicanos creen que la elección fue libre y justa. Asimismo, solo 34% de los republicanos dice tener algo de confianza en los resultados. Antes de la elección, este número rondaba el 70%. Por su parte, un 78% de los votantes demócratas sí tiene confianza en los resultados.
Si bien los Estados Unidos está en una difícil situación, puede consolarse en el hecho que no está solo. Acusaciones de fraudes que se han viralizado en redes, pero que no han sido probados por carecer sustento, no es un mal exclusivamente norteamericano o del continente. También sucede más allá.
Recientemente, la Corte Suprema de Filipinas terminó por desechar la querella judicial interpuesta por Ferdinand Marcos Jr. en Filipinas tras haber perdido las elecciones a la Vice Presidencia de ese país en 2016. El hijo del exdictador Marcos lanzó acusaciones falsas de todo tipo tras perder. Vera Files, agencia de verificación de noticias, señala cómo durante los tres años de auditorías y litigios, las fake news sobre un supuesto fraude dominaron las redes sociales.
La desinformación es uno de los grandes desafíos de las sociedades abiertas, especialmente durantes las elecciones. Mientras en los regímenes cerrados se impone una narrativa oficial única, en las sociedades abiertas existe la posibilidad de acceder a múltiples fuentes, lo que tiene como contracara la proliferación de teorías que ponen en duda la efectividad de las vacunas o el heliocentrismo.
¿Qué sucederá en los Estados Unidos? Difícil predecirlo. De lo que sí podemos estar seguros es que este ‘reality show’ al que asistimos vía Twitter continuará por unas cuantas semanas más. No nos queda sino reflexionar sobre el rol de las redes sociales en la difusión de desinformación y seguir buscando mecanismos para que las autoridades electorales puedan hacer frente a la viralidad de la narrativa del fraude.
Twitter: @JesusDValery
El autor es Director de Desarrollo Institucional de Transparencia Electoral