Las aguas cálidas y cristalinas del mar Rojo que bañan el sur de la península egipcia del Sinaí han vuelto a convertirse en testigos de un nuevo récord mundial. En esta ocasión, un local ha batido la marca del buceo más largo del que se tiene constancia, tras haberse pasado a siete metros bajo el mar el escalofriante tiempo de 145 horas y 30 minutos.
Marc Español // EL PAÍS
La aventura de Saddam Killany, un egipcio de 32 años nacido en Ismailia, una ciudad en mitad del canal de Suez, arrancó el jueves 5 de noviembre y tuvo por escenario la idílica ciudad de Dahab, antaño un pueblo de pescadores y hoy el principal destino para la mayoría de mochileros que aterrizan en las apacibles costas del sur del Sinaí.
“El plan era hacer 150 horas, pero la razón por la que sacamos [a Killany] del agua antes de esa marca fue que una vez rompió el récord, en las 142 horas, la hora 150 hubiera sido por la noche, y no queríamos sacarlo del agua entonces”, explica a EL PAÍS Nada Khaled, directora del proyecto El buceo más largo del mundo. “Nos pusimos de acuerdo en eso, los doctores aceptaron, preguntamos su opinión y entonces acordamos salir”, evoca.
Durante su larga inmersión, para la que el egipcio se estuvo preparando durante siete años, Killany usó, de media, una botella de aire comprimido cada 90 minutos. Para sustentarse, el egipcio solo ingirió comida líquida, como batidos, que le eran suministrados en copas especiales a presión que el buceador abría una vez se las colocaba en la boca tras sacarse momentáneamente el regulador para respirar.
“Para dormir, creamos una cama hecha de metal y cuerdas. Lo que hacía era ponerse debajo de la cama y sacarse el cinturón con los pesos que lo mantenían bajo el agua”, cuenta Khaled. “Entonces la gravedad lo subía, y él solo tenía que poner sus manos y piernas en las cuerdas y vestir una máscara que cubre todo el rostro y está conectada a un cilindro que le provee de aire todo el rato y por el que se puede respirar normal. Se puede dormir normal, pero como se encuentra en una condición extraña, dormía cuatro o cinco horas máximo”, agrega.
Para pasar el rato, Killany se propuso romper un segundo récord mundial, el de la mayor pintura realizada bajo el agua, a la que dedicó buena parte de su tiempo. Además, el egipcio también contaba con una bicicleta para entrenar sus músculos, pesas para levantar e incluso piezas de ajedrez hechas de mármol y granito para distraerse.
A su lado, Killany contaba con un equipo formado por otros 25 buceadores que se fueron alternando para que siempre hubiera alguien junto a él. Además, también había un segundo equipo de cinco técnicos médicos para hacerle seguimiento, expertos en buceo libre para llevarle lo más rápido posible aquello que necesitara, y otros en la superficie del agua controlando que nadie se colara en la zona en la que se encontraba. Desde suelo firme, un último equipo grabó toda la gesta y la retransmitió desde el lugar en directo.
“Nunca habíamos superado las 100 horas, así que todo lo que hicimos después de esa marca era muy nuevo para nosotros, y ese era el [principal] desafío”, asegura Khaled. “Antes de las 100 horas todo fue perfecto, e incluso después también, pero como no sabíamos lo que iba a ocurrir estábamos más expectantes”, recuerda.
Cuando Killany finalmente salió del agua, una multitud se acercó al lugar para recibirle. “Había mucha gente”, explica a EL PAÍS Mohamed Gamal, cofundador de Vórtex, la empresa que se encargó de grabar toda la inmersión para poder presentarla al récord de los Guinness. “Todo el mundo en Dahab sabía del evento y conocía a Saddam, así que la gente estaba haciendo visitas regulares al lugar preguntando por él, por cómo le estaba yendo y mirándolo en directo por las pantallas”, cuenta Gamal, que recuerda que “cuando la gente supo la hora a la que iba a salir [del agua], todos fueron a verlo”.
En los últimos años, Dahab se ha forjado su fama como una de las referencias mundiales de deportes acuáticos, sobre todo el surf a vela, y otras actividades como el submarinismo y el buceo de superficie. Entre sus lugares más populares para el buceo se encuentra el llamado agujero azul, conocido como el lugar más peligroso del mundo para la inmersión.
Antes que Killany, al menos otros tres egipcios aseguraron haber batido otros récords. El primero fue el buceador Ahmed Gabr, que en 2014 batió el récord Guinness de la inmersión más profunda, después de alcanzar los 332 metros. Cuatro años después, la buceadora de 14 años Reem Ashraf se habría convertido en la mujer que realizó la inmersión más larga en agua salada, tras pasar 56 horas debajo del mar. Y este mismo 2020, un cuarto buceador, Wala Hafez, superó la marca de la inmersión acuática más larga de una persona con tetraplejia crónica tras cinco horas bajo el agua, según los medios locales.
Ahora, el egipcio aún deberá esperar a que su marca sea aceptada por el Guinness de los récords, a quienes se les hará llegar una copia de la grabación completa de la gesta para que puedan corroborarla. Hassan Ibrahim, director de relaciones públicas del recopilatorio de proezas en Oriente Medio y el Norte de África, confirma que Killiany ha hecho la petición relacionada con el “buceo más largo en agua salada para hombre”, y apunta que la empresa está esperando a recibir las pruebas para iniciar el proceso de verificación.
De cara al futuro, el equipo de Killany tiene planes para aparcar su afán de récords y centrar sus esfuerzos en preservar el escenario que tantas alegrías les ha brindado. “Estamos tratando de crear conciencia sobre los problemas ambientales en el mar Rojo, donde hay mucha basura, lo que es una pena porque se trata de uno de los lugares más bonitos del planeta. Así que nuestro propósito ahora es concentrarnos más en la parte ambiental del buceo”, anticipa Khaled.