Su destino fue el mismo que el de otros seis millones. El de su familia, también. En mayo de 1944, Itsjok Katzenelson fue asesinado junto a su hijo menor en Auschwitz.
Por infobae.com
Hasta unos años antes, su vida había transcurrido con normalidad: esposa e hijos. Enseñaba en una escuela de Lodz, y escribía poemas y obras teatrales.
Con el inicio de las persecuciones nazis se trasladó con toda su familia hacia Varsovia. Pensó, como muchos otros, que allí estaría más seguro. Se equivocó. Los hacinaron a todos en el gueto. Después deportaron a su esposa y a sus dos hijos menores. Él sabía dónde conducía ese tren. Él ya sabía cuál era el final que les esperaba.
En el libro Seres humanos en Auschwitz de Hermann Lagbein se describen acciones de resistencia de los internados en los campos de concentración nazi.
Más allá de las pequeñas revueltas que se pudieron organizar y de aquellos que fabricaron precarias armas con los elementos disponibles, Langbein registra los casos de aquellos que juntaban comida para los que se estaban muriendo de hambre, los que cambiaban la ropa con los muertos para que el número que usaban en su traje no estuviera ya en las listas de la muerte.
Modos de sobreponerse a la maquinaria asesina y a la burocracia criminal de los lager.
Había otros modos de resistir. Itsojk Katzenelson llevó uno de ellos hasta los últimos extremos. Luchando contra el horror con sus armas, armas nobles.
En el gueto de Varsovia, Katzenelson montó una escuela clandestina para niños judíos. Enseñaba a leer y a escribir en yiddish y en hebreo. Para que los criminales no pudieran matar a su pueblo, a su lengua, su cultura.
En el levantamiento del gueto, él estuvo en la resistencia. Luchando, a su modo, el que le encomendaron, contra los nazis. Luego fue enviado al campo de concentración de Vittel. Allí continuó con su tarea. No se dejó derrotar.
En mayo de 1944 fue trasladado junto a su hijo Zvi hacia las cámaras de gas de Auschwitz. Pero antes de eso, ya en Vittel, Katzenelson rebuscaba hasta el último cabo de lápiz que pudiera conseguir, hasta el pedazo de papel más pequeño que existiera. Eran bienes escasos en los lager.
El poeta tenía una misión. Se la habían encargado los dirigentes que habían dejado la vida en Varsovia. Se lo había encomendado su pueblo. Y la iba a cumplir.
El canto del pueblo judío asesinado es un poema épico dividido en 15 cantos. Su impecable versión en castellano se la debemos a Eliahu Toker.
Katzenelson cuenta su historia personal, sus pérdidas, su desgarramiento y el de todo su pueblo. El poeta gime, aúlla, grita, clama, narra, registra, desafía, recuerda.
“¡No hay un Dios en vosotros! / ¡Cielos nada, cielos evaporados!”.
El clamor que está en el canto noveno. Remeda a Job. Reclama por tanta injusticia, se rebela. Acusa a los cielos, les reprocha su indiferencia, la impasibilidad.
En otro canto recrea el levantamiento en el gueto. La heroica resistencia. Refleja el estupor de los alemanes ante los primeros enfrentamientos:
“Ellos no lo sabían, no se lo esperaban. ‘¡Los judíos tiran!’, gritaron los canallas antes de exhalar su sucia alma. Era un malvado asombro; un desolado estupor. ¡¿Cómo se explica?!’. Algo tan inesperado: ‘¡Los judíos tiran!’. Era el grito de un pueblo/de asesinos. ¡Los judíos también saben hacerlo como nosotros, como cualquier alemán”.
Sin embargo, Katzenelson sabe que el enfrentamiento no los iguala: los separan diferencias esenciales.
“¡Ay de nosotros! ¡Sabemos, sí, también nosotros sabemos rebelarnos y matar! Pero también sabemos lo que ustedes nunca supieron y nunca sabrán en este mundo: ¡sabemos no matar al prójimo! ¡No destruir a otro pueblo creyéndolo despreciable! Ustedes, blandiendo siempre la espada con prepotencia, no saben no matar”.
Itsojk Katzenelson escribe, es poeta. Y sabe no matar.
Primo Levi escribió que no hay una obra comparable a esta: es la voz de un muerto, de quien va a morir, entre cientos de miles de muertos, atrozmente sabedor de su solo destino y del destino de su gente.
Es conocido el aforismo de Adorno: no se puede hacer poesía después de Auschwitz. Se discute qué significa la frase. Miles de palabras se escribieron al respecto. El canto del pueblo judío asesinado queda fuera. Es poesía escrita en un lager.
Es poesía en Auschwitz escrita por una de sus víctimas, en representación de su pueblo, por encargo de su pueblo.
“¡Oh, pueblo mío, muéstrate, revélate ante mí, levanta tus manos desde las profundas fosas, apretadas, espesas, de kilómetros de largo cubierto de cal e incinerado capa sobre capa ¡Ponte de pie! ¡Levántate desde el último, desde el más profundo estrato! ¡Vengan todos, de Treblinka, de Sobibor, de Auschwitz (…) hagan una ronda a mi alrededor, una ronda enorme”.
Itsojk Katzenelson cumplió con el mandato de su pueblo y escribió el poema registrando el horror inefable. Fue su forma de resistir. En medio de la muerte y el dolor, del frío y del hambre, el poeta siguió escribiendo. Debía terminar su misión. Debía hacer llegar su mensaje. Hasta en el último papel del lager dejó escrito su poema.
Luego consiguió tres botellas, puso el poema en su interior y las enterró bajo un gran pino.
Pocos días después, fue llevado a la cámara de gas.
El 12 de setiembre de 1944, los aliados liberan el campo de Vittel. Myriam Novich, una sobreviviente, desentierra el poema y lo da a conocer al mundo. Así, Itsojk Katzenelson resistió, escribiendo hasta el final.
Venció a la muerte, al horror, a los criminales, al olvido.