“El corona me dio la oportunidad de alejarme de este mundo”. Igual que otros judíos ultraortodoxos, la crisis sanitaria se ha transformado en crisis espiritual para Yoav, un israelí que decidió escapar del rigor de su comunidad para conocer una vida diferente.
Durante los dos confinamientos ordenados por las autoridades israelíes para frenar la epidemia del nuevo coronavirus, en la pasada primavera boreal y luego en septiembre, este joven de 22 años permaneció encerrado con sus padres.
Yoav, que prefiere no dar su apellido, no podía ya ir a la yeshiva (escuela religiosa) y se encontró encerrado ante un padre intransigente sobre la práctica religiosa.
“Las tensiones eran permanentes” dice a la AFP. “Desde hace años yo sabía que esta no era la vida que yo deseaba, y ahí comprendí que tenía que irme”.
Decidió entonces llamar a la asociación Hillel, que desde 1991 tiende la mano a jóvenes ultraortodoxos que desean dejar a sus familias para vivir de otra manera.
Desde hace tres meses, Yoav vive con otras 13 personas de 18 a 25 años en un centro de acogida de la organización en Jerusalén, financiado por el ministerio de Asuntos sociales.
En esta inmensa casa, los jóvenes reciben ayuda psicológica y financiera, y cursos de recuperación.
“No saben nada del mundo moderno, no conocen nada del otro sexo, hay que enseñarles todo”, explica Etty Eliahou, directora del centro. “Estamos aquí para ayudarlos a encontrar su sitio en el mundo”.
– Los que “temen a Dios” –
Según un estudio del instituto israelí para la democracia publicado en 2019, cerca del 14% de los judíos ultraortodoxos en Israel abandona cada año la religión, la mayoría de ellos entre 19 y 25 años.
Los haredim (que “temen a Dios” en hebreo, o ultraortodoxos) representan cerca del 12% de los nueve millones de israelíes, y viven en un medio cerrado, respetando al pie de la letra su interpretación del judaísmo.
La mayoría de los hombres estudian textos sagrados todo el día. las mujeres viven separadas de los hombres hasta el matrimonio, que se celebra a temprana edad. Son ellas las que suelen trabajar para su marido.
Unos 350 haredim acuden anualmente a la asociación Hillel, pero las demandas se han duplicado en 2020 con la pandemia, explica a la AFP Yair Hess, directivo de la organización.
Según él, el cierre de las escuelas religiosas ha provocado que muchos jóvenes pasen más tiempo con sus familias, creando un fenómeno de “olla a presión” que estalla en muchos hogares.
“He perdido muchos años, y al fin vivo” asegura Yoav, que ahora trabaja para el ministerio de Transportes y sigue cursos de matemáticas e inglés, de los que estuvo privado durante su escolaridad religiosa.
Efrat vive también en este centro de acogida de Jerusalén. Esta joven de 21 años quiere convertirse en maquilladora profesional, para “embellecer la vida”.
La muchacha dejó por primera vez a su familia, muy numerosa, pero tuvo que regresar cuando empezó la pandemia, perdió su empleo y no pudo pagar su alquiler.
Sin embargo, vivió una “pesadilla” en ese regreso a la familia, según relata al borde de las lágrimas, pero sin querer ofrecer más detalles.
Su madre la “expulsó” y Efrat se encontró en la calle, antes de ser hospitalizada debido a su diabetes.
En Hillel, Efrat ha descubierto “un nuevo mundo”.
“Aquí, he descubierto a no ser tan ingenua, he aprendido a hablar con los hombres, y de lo que soy capaz de hacer en la vida”, dice a la AFP.
“Paradójicamente, el corona me ha salvado” afirma la joven, con una tímida sonrisa.
AFP