“A las cuatro de la mañana me despertaron los disparos”, explica Aziza Falume, una mujer mozambiqueña que dio a luz mientras huía del terror yihadista en Pangane, una aldea de pescadores en el norte del país.
A pesar de sus nueve meses de embarazo, Aziza, con 31 años, no esperó a que saliera el sol para abandonar Pangane con sus cinco hijos. Su marido estaba en alta mar, pescando.
“Mis vecinos se iban, se estaban preparando a toda prisa, así que desperté a mis hijos y nos fuimos”, explicó a la AFP.
Visiblemente conmocionada, esta mujer explica su desgarrador exilio desde Pemba, un puerto donde halló refugio a finales de octubre.
Esta ciudad es la capital de Cabo Delgado, la provincia donde brotó una insurrección yihadista en 2017 que ha ido ganando en fuerza y osadía.
Aziza consiguió reunirse con su marido en la playa. Ambos embarcaron en una pequeña lancha. A bordo, “empezaron los dolores del parto, noté ese dolor tan familiar. Atracamos en la isla situada enfrente, Quiziwe. Di a luz a niña, en una casa donde nos acogieron”, dice.
Pemba, a donde llegó la familia, tenía una población de 200.000 habitantes antes de la crisis. Su número se duplicó prácticamente con la llegada incesante de desplazados en las últimas semanas. Algúnos días llegan un millar de personas, con lo puesto, a bordo de barcas.
El marido de Aziza cuenta que vivió horas infernales antes de hallar a su familia en la playa.
“Salí a trabajar y no podía volver a casa”, explicó Adji Wazir a la AFP. “Los asaltantes prendieron fuego a la aldea al despuntar el sol. Me quedé junto a mi lancha y esperé”.
-Una bebé llamada Sufrimiento-
A su llegada a Pemba, la madre y su bebé fueron trasladadas inmediatamente a un hospital local.
La niña se llama Awa. En macua, la lengua de sus padres, quiere decir “Sufrimiento”.
“Hemos encontrado un techo, pero sobrevivimos con dificultad”, explica el padre, con pudor.
Todos viven en una sola habitación, en casa de una persona que se compadeció de ellos a su llegada a Paquitequete, el barrio de Pemba donde se concentran los desplazados.
“Mi trabajo consiste en registrar a la gente que llega, preguntarles de dónde vienen y adónde van” explica Atima Tawabo. “Cuando me dijeron que no tenían ningún lugar dónde ir, les propuse mi casa, con la ayuda de Dios”.
Con su bebé agarrada al seno, Aziza dice que no consigue olvidar la noche del ataque. “Aún tengo miedo. Me pregunto todo el tiempo cuando atacarán [los yihadistas] Pemba, o si algunos de ellos viven entre nosotros”.
Una vecina, Farida Muarabu, de 32 años, también con cinco hijos, llegó a Pemba a principios de noviembre. Tuvo más suerte, pudo refugiarse en casa de su madre. Pero tampoco puede olvidar la caótica huida de Pangane.
“Mi marido, mis hijos y yo huimos al bosque la noche del ataque. Perdí a una de mis hijas durante la huida. Y también a mi marido y a uno de mis hijos” explica.
A la hija la volvió a hallar después de tres días de búsqueda. Pero como no tenía noticias del marido y del hijo decidió embarcar rumbo a Pemba.
Ahí volvió a reunirse toda la familia. Nueve días después de la huida.
Farida no podrá olvidar las escenas del ataque, los niños ahogándose en el mar en plena huida.
“Perdí a mis sobrinos. A veces no consigo dormir. El insomnio me gana. Espero que todo esto se acabe un día, y que pueda volver a casa. Aquí no tengo nada. Excepto mi familia”, dice.
AFP