“Ya van por la calle Tulipán, en pocos meses todo el barrio estará conectado”, me decía lleno de ilusión, hace tres años, un vecino que contaba los días para la llegada del servicio Nauta Hogar a nuestro edificio. En ese tiempo, el cándido soñador terminó emigrando a Estados Unidos y la conexión a internet desde las casas no llegó a este bloque de 14 pisos.
A la navegación web desde los hogares cubanos le ha pasado lo que a otras muchas campañas oficiales, que generan mucho ruido inicial y pocos efectos a mediano y largo plazo. Pero a pesar del fracaso, este diciembre la prensa oficial se ha lanzado a contar, a bombo y platillo, que 4,73 de cada 100 casas en esta Isla tiene ya conexión a internet.
El número se ve aún más insignificante cuando se comparan los más de 3.885.000 hogares que reportaba el censo de 2012 y los 183.000 que ahora tienen la posibilidad de acceder a la red de redes a través de la tecnología ADSL. Aquella prueba piloto con 2.000 casas, realizada a finales de 2016 en La Habana Vieja, parece ahora una historia contada por la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (Etecsa) para dormir a los crédulos.
Sin embargo, no se trata solo del paso de tortuga que lleva la instalación del servicio, sino de las constantes críticas que han rodeado a su funcionamiento. Los clientes se quejan de caídas en la velocidad, de la ausencia de una tarifa plana y de los altos costos de los paquetes por horas. Lo que parecía la solución perfecta para el trabajo profesional y el emprendimiento ha resultado una fuente de insatisfacciones.
Ni siquiera esta pandemia, que nos ha mantenido en jaque por más de nueve meses y forzado el trabajo desde casa para millones de cubanos, ha funcionado como acicate para la expansión de un tipo de conectividad de banda ancha que ya en buena parte del mundo es algo común, incluso está siendo superada por infraestructuras más potentes y rápidas. Como casi siempre, en esto del acceso a la gran telaraña mundial vamos a la zaga.
¿Es esta lentitud producto solo de los problemas económicos del país y del tan repetido argumento oficial sobre el embargo estadounidense? Ese tipo de explicaciones no convencen y cada vez suenan más ridículas, especialmente porque es sabido de numerosos barrios donde ya los cables para ofrecer el servicio llevan años instalados y solo falta voluntad oficial para que a través de ellos corran los datos.
El poco avance en el número de hogares conectados apunta en otra dirección: el miedo creciente que tiene el oficialismo cubano a las implicaciones sociales y políticas de tener una sociedad cada día más online. El frenazo en Nauta Hogar parece tener más motivos ideológicos que tecnológicos, una razón más represiva que material.
Con el acceso a internet en los móviles, las autoridades en esta Isla han comprobado que la denuncia cívica apenas puede contenerse y la voz de sus críticos se hace escuchar con fuerza dentro y fuera de las fronteras nacionales, mientras la burla y el escarnio contra contra funcionarios y dirigentes crecen por minuto. En los celulares, el cliente solo tiene que comprar un paquete de datos para navegar, pero la internet en la casa lleva contrato, venta de un módem ADSL al monopolio estatal de telecomunicaciones y el uso familiar -no individual- de un servicio.