A diferencia de todas las navidades, esta ha sido particularmente diferente para mí. Presencio con dolor e impotencia, la desaparición física de mis afectos más cercanos, familiares y amigos. Todos los días me entero de la muerte de un amigo o conocido y hasta de familias enteras. Esto me lleva a devanarme los sesos intentando encontrar una fórmula que ayude a la gente a internalizar, voluntariamente, la letalidad del enemigo que amenaza al mundo y que, para combatirlo, uno de los mecanismos más efectivos es el uso de la mascarilla, la cual, a pesar de que le llaman tapaboca o barbijo, no es solo para tapar la boca o la barbilla, sino que, para lograr la prevención efectiva de la enfermedad, es necesario que también cubra las fosas nasales.
En esta época decembrina, desde mi atalaya en el Polo Norte, contemplo con angustia la destrucción y ruina a que han llevado a Venezuela. Salgo a la ventana de mi iglú y todas las noches veo como desaparecen nuevas luces en calles, avenidas y casas, a consecuencia de las fallas eléctricas; con mis binoculares de largo alcance veo como se aglomeran las personas con unos cilindros redondos al lado de sus piernas, mientras conversan entre ellos diciendo que sería preferible y más barato, cocinar con leña; también diviso largas filas de gente durmiendo dentro de sus aparatos esperando que les echen un líquido blanquecino que les sirve para moverlos, mentalmente me digo, menos mal que los renos funcionan solo con mágicos conjuros; presencio con estupor, la destrucción de los sistemas de salud; la impunidad con que actúa la delincuencia; la corrupción enquistada en todos los ámbitos, públicos y privados; la dolarización desordenada de la economía; el “medalaganismo”, el cuanto hay “pa´eso” y el póngame donde “haiga” de la gente; la somalización del país que lleva incluso a preguntarse quién en realidad manda: ¿el hampa, la guerrilla, quién detenta el Poder Ejecutivo o todos a la vez?
Dentro de un ensordecedor silencio, un profundo eco me transmite las inquietudes de la gente, cuando proclama que, de todas las crisis que azotan al país, la más grave, y quizás irreversible, sea, el relajamiento de los principios y la pérdida de valores. Yo siento que los principios y valores son inmutables, lo que se ha perdido y que debemos recuperar, son las virtudes para ejecutarlos.
Permítanme contarles una de mis preocupaciones, en estas navidades me llegó muy poca correspondencia, atribuyo esta circunstancia al auge de la pandemia; a la inoperatividad de Ipostel; a la destrucción de la Cantv que ralentiza las comunicaciones telefónicas, las video conferencias y los correos electrónicos, carencias que solo pueden ser subsanadas a través de grandes sembradíos de hortalizas y no todo el mundo puede realizar estos injertos; a la falta de combustible; a los bajos salarios, en fin, a las condiciones de un Estado fallido.
Todas las circunstancias anteriormente mencionadas, también afectan las condiciones monetarias de Papá Noel, así es que, en ausencia de poder adquisitivo para regalar objetos materiales, mientras las familias y amigos se divertían en las fiestas navideñas, me dediqué distribuir por todo el país, grandes dosis de bienes intangibles, los cuales, me parece que les ayudaran a ser mejores personas: fe para amar y respetar a Dios; amor para tratar con el prójimo; lealtad para cumplir acuerdos; honestidad para respetar lo que no nos pertenece; decencia para tratar amablemente a los demás; bondad para mirar con compasión el sufrimiento ajeno; resiliencia para aguantar los avatares de la vida y esperanza, el único y más preciado don que se conservó en la Caja de Pandora y que sirve para mover y sostener al mundo. Queridos amigos, ustedes pueden agregar lo que consideren que falta en esta lista. Ahora yo me despido hasta la próxima Nochebuena, me retiro a mis lugares de invierno y le cedo el espacio a los Reyes Magos quienes se encargarán de culminar lo que me haya quedado pendiente.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
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