Hace unos días me sorprendió encontrar una caricatura de Mafalda, poco conocida, donde el papá del personaje principal, en medio de la nochevieja lleva los regalos navideños al cuarto de la niña, para regresar a su cama y afirmar: uno se siente como un terrorista de la felicidad.
Esas genialidades de Joaquín Salvador Lavado, conocido por todos como Quino, no tiene desperdicio; él como buen artista supo expresar sus ideas, pensamientos y sentimientos a través de los personajes que creó a lo largo de su vida.
Una ambivalencia como el terrorismo y la felicidad, puede hacernos un ruido enorme. ¿Cómo es posible que la felicidad sea un acto de terrorismo? O en este caso particular ¿Cómo nos convertimos en unos terroristas de la felicidad?
Hemos transitado uno de los años más difíciles del último siglo: una pandemia evidenció lo vulnerable que somos como humanidad; a pesar del salto tecnológico que hemos dado, la naturaleza nos ha dado una bofetada, demostrando que todavía tenemos mucho que aprender del delicado ciclo de la vida en el planeta.
Sumado a la pandemia, también están los innumerables conflictos que existen en el mundo, muchos de ellos por cuestiones de riqueza o poder político; en nuestro país vivimos en carne propia esa situación compleja donde un gobierno quiere perpetuarse en el poder a costa de lo que sea, y un sector de la oposición está dispuesto a arrebatárselo, sin importar las consecuencias. En el medio de todo eso: una población vulnerable, sufriendo lo que el padre Alfredo Infante ha denominado la desafección de la política, ya que el liderazgo en su afán personalista, se ha olvidado de los problemas de la gente.
Pero retomemos lo que nos interesa: terroristas de la felicidad, eso es lo que hoy nos hace tanta falta; más cuando la desesperanza se apodera del espíritu de millones de personas. Eso no significa que no haya quienes día a día tratan de transformar la realidad actual: sacerdotes, pastores, líderes comunitarios, organizaciones sociales, entre muchos otros, que se esfuerzan por darle alimentos a los más vulnerables, educar a la gente e incluso, prepararla para las adversidades, pero aún faltan muchas más voluntades sumadas al bien común.
Ese tipo de acciones, que buscan generar esperanza, son vistos por ciertos actores gubernamentales como subersivas o contrarias al deseo oficial. Congelar las cuentas de proyectos como Alimenta Solidaridad o ponerle trabas a las actividades de Zona de Descarga, evidencia lo incomodo que es trabajar en favor de otros, para devolver la alegría a miles de personas y ayudarlos a recuperar la esperanza.
Lograr la mayor suma de felicidad posible, parece ser molesto para cierto liderazgo, esperemos que no lo consideren un acto terrorista para el 2021, aunque la apuesta sea ser agentes disruptores de la realidad, esa que le ha quitado la sonrisa y arrebatado la esperanza a tanta gente.
Desde nuestros espacios, sean pequeños o grandes, tenemos que ser terroristas de la felicidad, no hay nada malo en sonreír, en devolver la alegría a millones de personas y, sobre todo, en recuperar la esperanza que contribuya a la reconstrucción de nuestra nación.