Los acontecimientos ocurridos en gran parte de Occidente, y particularmente en los Estados Unidos de Norteamérica, con el asalto al parlamento de ese país, deben verse como un cambio (no necesariamente positivo) en el devenir de las libertades civiles de los ciudadanos.
Porque lo trascendental de esto no es que una corporación privada le censure a un presidente en uso de funciones su derecho a expresarse por su plataforma social (que a su vez, hace uso de Internet, sistema libre de uso universal), sino que éste es, en primer lugar, un ser humano, un ciudadano con derechos básicos (-y el derecho a la libre expresión de las ideas es uno de ellos), y después es todo lo demás;usuario de una red social y quien contaba con cerca de 80 millones de seguidores, presidente, ejecutivo, y padre de familia.
La corporación Twitter es ciertamente una empresa privada que se reserva, bajo licencia con artículos incluidos, su derecho a aceptar o no a quien quiera. Pero también dicha empresa presta un ‘servicio público’ a través del sistema de uso libre y universal de Internet, al permitir que cientos de miles de millones de usuarios expresen sus ideas, como derecho humano a la libertad de expresión.
Delicado esto que exponemos. Veamos dos hechos. En 1994, en Ruanda la radio y televisión privada de ese país, comenzó una serie de programas donde se promovía el odio étnico y político contra parte de un grupo social, los tutsi y hutus moderados. El gobierno de la época y las naciones occidentales, agrupadas en la ONU, permitieron que ello ocurriera, por desidia, acción u omisión. La consecuencia final fue una gigantesca masacre, a punta de machete, que exterminó a poco más de 800 mil ruandeses, mientras poco más de 500 mil mujeres fueron violadas.
Todo porque nadie censuró a quienes hacían apología de la violencia o directamente se declaraban partidarios del exterminio de los opositores. Así parece que ocurre cuando no existe un ente, un organismo, una institución que pueda intervenir para establecer límites en esto que se denomina la libertad de expresión, libertad de comunicación o sencillamente, permitir que el Otro-diferente pueda ejercer su derecho a no estar de acuerdo. Peor aún, cuando los medios de comunicación están bajo el dominio político del liderazgo populista, sea de extrema izquierda como de extrema derecha. Esto parece imponerse en gran parte de las grandes corporaciones multinacionales (Big Tech) de las comunicaciones.
Otro caso más reciente ocurrió –y sigue sucediendo- en Venezuela. En varias oportunidades, usuarios de la red social, Twitter, han sido detenidos y encarcelados, además de recibir maltratos, vejaciones y torturas, por expresarse contra el régimen de Maduro. Líderes oficialistas, incluso, han expresado sus ‘odios’ contra políticos opositores y los ejecutivos de esa red social no han censurado a quienes incumplen las normas.
Pareciera existir un sesgo evidente y notorio en quienes ejercen como ‘comisarios políticos, religiosos, sexuales’ para determinar quién puede o no expresar sus odios y hacer llamados a la violencia, manifestar sus creencias religiosas o gustos sexuales, como la pedofilia y sus ‘intríngulis’, muy riesgosas y censurables, por cierto.
Creo que es pertinente generar reflexión sobre ciertos acontecimientos en este pasado reciente que afectan la libertad, la democracia y demás valores en gran parte de las sociedades. Porque resulta hasta simbólico lo ocurrido en el parlamento de los EEUU, como también en Alemania y hasta el ‘extraño’ incendio de la emblemática catedral de Notre Dame, en París, y el resto de iglesias, como en Chile, o los atentados contra estatuas de vírgenes en Italia.
Años atrás ocurrió el derribo de las torres gemelas, en Nueva York. Todos estos símbolos son valores y generan, por lo tanto, modos de vida que han representado principios sobre los cuales gran parte de las sociedades modernas han fundamentado sus creencias y fortalecido sus culturas.
Lo que parece estar ocurriendo es el advenimiento de una nueva forma de organización social, desde la base misma de su núcleo, la familia. Y esto trae consigo toda una nueva interpretación, uso y nuevas costumbres para acceder a relacionarnos, tanto con el Otro-semejante, como con aquel Otro-diferente.
Esta nueva realidad que experimentamos trae consigo, muy posiblemente, la intervención de las llamadas grandes corporaciones, que, con sus innovadores procesos tecnológicos, se abren paso acelerado para establecer sus propios ‘dominios’ e incluso, imponer sus rigurosos sistemas de aplicaciones (App’s), con lo cual pareciera asomarse una particular manera de ‘vida democrática’ y de libertad de expresión y comunicación donde necesariamente, tendremos que transitar por las sinuosas avenidas tecnológicas con sus consiguientes alcabalas, sean sociales, políticas, religiosas, sexuales, étnicas, entre un laberinto infinito donde eso llamado libertad y democracia serán de uso doméstico o circunscrito a un espacio previamente determinado. El parlamento, de existir, tendrá su asiento en espacios como Silicon Valley, desde donde se armarán constituciones en serie.
No son tanto respuestas que pueda ofrecer como una incógnita inmensa esta que siento para darle sentido a una nueva realidad (-o realidades) que se abren paso frente a nuestro futuro incierto. Lo mejor será releer a Orwell (1984), y a Bradbury (Fahrenheit 451) para encontrar sentido a esta ‘pandémica’ vida que, como un holograma, diseña su existencia.
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