La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) informó este miércoles que pedirá a la UE y Estados miembros del bloque autorizar el uso culinario de larvas del insecto ‘Tenebrio molitor’, más conocidas como ‘gusanos de la harina’.
En un artículo científico sobre la evaluación de esa comida, tradicional en diferentes regiones del mundo, los expertos de la EFSA indicaron que las larvas térmicamente secadas “tienen un alto contenido proteico” y sus “niveles de contaminantes […] dependen de niveles de aparición de estas sustancias en la alimentación de insectos”. Por lo tanto, pueden utilizarse “en forma de pasabocas y como ingrediente alimentario en una serie de productos alimenticios” por la población general excepto algunos alérgicos, por ejemplo, a los crustáceos y ácaros del polvo.
Esa evaluación se basa en el estudio de una amplia variedad de aspectos de las características de los gusanos, asegura la presidenta del grupo de trabajo para alimentos novedosos de la EFSA, Helle Knutsen. “Las aplicaciones de los nuevos alimentos son tan variadas que necesitamos muchos tipos de experiencia científica para evaluarlas: nutrición, toxicología, química y microbiología, por nombrar algunas”, cita el comunicado de la autoridad a la científica.
Ecológico y barato, pero insólito
En cuanto al sentido del consumo de insectos, el economista Mario Mazzocchi indicó que puede ser provechoso tanto para la ecología como para la economía de los países europeos.
“Existen claros beneficios ambientales y económicos si se sustituyen las fuentes tradicionales de proteínas animales por aquellas que requieren menos alimento, producen menos desechos y resultan en menos emisiones de gases de efecto invernadero. Los costos y precios más bajos podrían mejorar la seguridad alimentaria y la nueva demanda también abrirá oportunidades económicas”, declaró el experto, reiterando los llamados de la ONU.
Por su parte, el sociólogo Giovanni Sogari apuntó a que el consumo de insectos necesita tiempo para que sea culturalmente aceptado en Europa. “Hay razones cognitivas derivadas de nuestras experiencias sociales y culturales, el llamado ‘factor asco’, que hacen que la idea de comer insectos sea repelente para muchos europeos. Con el tiempo y la exposición, tales actitudes pueden cambiar”, concluye el investigador.