La dolarización de la economía venezolana es principalmente transaccional, relativa ésta al uso del dólar como medio de pago, que según la firma Ecoanalítica, alcanzó en noviembre de 2020 a 65% mientras que de acuerdo con Maduro esas transacciones no pasaron del 20%. Lo único cierto es que por todas las ciudades y pueblos del país circula el dólar, hay un mercado del dólar en crecimiento y la gente piensa en dólares, no en bolívares. Éste quedó para pagar el transporte colectivo. Esa tendencia a dolarizar los pagos se va a acentuar en el tiempo que viene, en la medida que siga la inflación, la cual en enero parece estar tomando nuevos ímpetus, conforme se deprecia el bolívar. No hay evidencia firme sobre dolarización financiera, es decir la que involucra depósitos y créditos bancarios aunque ciertamente aproximadamente 30% de los depósitos de la banca ya está denominado en dólares, más no así los préstamos. Hay que tener en cuenta que la dolarización limita seriamente la acción de la política monetaria.
En el régimen hay una contradictio in terminis, una contradicción en los términos. Por una parte, ha estimulado la dolarización como una “válvula de escape” y por la otra habla de fortalecer al bolívar. Lo primero choca con lo segundo. El bolívar es irrecuperable y lo es por la sencilla razón que el público le perdió la confianza lo cual es mortal para una moneda. Lo que seguramente hará Maduro es plantear que se conservará al bolívar como signo monetario pero al mismo tiempo se va a entender con la banca para la digitalización de los pagos usando el dólar. Eso es: las personas compran un bien y lo pagarían en dólares al tipo de cambio correspondiente, de forma tal que el fisco pueda recaudar en bolívares el impuesto a las ventas. Entre tanto, la dolarización ha provocado una exclusión social y evidenciado un nivel de desigualdad como no se había visto en Venezuela.