Muy poco, por no decir nada, puede esperarse, en términos de futuro modélico, en una sociedad donde el sistema educativo en general, y en especial lo correspondiente a los niveles básico y secundario, se encuentra en el grado de desolación que hoy en día atraviesa la educación venezolana. Por supuesto, se puede llenar cualquier cantidad de páginas detallando los elementos de diversa índole que describen el cuadro dantesco que en este sentido se observa, pero, en el centro de debate, deben ponerse las indignas condiciones de vida a las cuales, desde el oficialismo gobernante, han sido condenados los maestros del país.
La compleja emergencia educativa comienza por la angustia existencial que sufren día a día los maestros. La contraprestación que reciben por su honrosa y titánica tarea se resume en salarios de absoluta miseria e inexistente protección social. ¿Se quiere ejemplificar el asunto? Compárese la tabla de precios de cualquier venta de empanadas colocada cerca de una escuela, ésa donde el maestro en cuestión acudiría, de serle posible, a desayunarse camino de su trabajo. A sabiendas del sueldo que recibe, cabe preguntarse cuántas empanadas podría comprarse al mes. ¿Cinco? ¿Seis? Pregunta de referencia cuya respuesta todo el mundo conoce en este país: ¿se consigue alguna empanada que cueste menos de un dólar?
Así las cosas, solo dos escenarios pueden esperarse para la educación venezolana en el corto plazo. El primero, caracterizado por menos y menos personas con la intención de formarse para ser maestros. Nadie tiene tan elevado el espíritu de autoflagelación como para decidir estudiar por cinco años en una universidad (igualmente en condiciones materiales deplorables y con profesores mal pagados), siendo consciente de que al egresar de ella terminará encerrado en un cuadro de vida asfixiante donde ni siquiera podrá alimentarse con el mínimo esperado. ¿Consecuencias? Entre otras, concretamente para la variante pública de la educación nacional, infinidad de niños que al llegar a las aulas se toparán con el hecho de que no habrá maestros frente al pizarrón para atender sus necesidades de instrucción. Activada la vía expedita para el atraso, el subdesarrollo, el estancamiento.
El segundo escenario gira en torno al incremento de los procesos de exclusión que hacen de la sociedad venezolana actual una signada por desigualdades aberrantes. Esto es así, en función del hecho de que, por ejemplo, habrá colegios del sector privado donde los maestros reciban sueldos superiores y por consiguiente allí se concentren en aras de poder subsistir dignamente. Es fácil imaginar el resultado. Las familias que puedan enviar sus hijos a estos centros educativos obtendrán para ellos lo que en teoría debería ser el norte de toda la sociedad: educar a sus ciudadanos, sin distingos de ningún tipo. Condenar a los pobres a una educación inferior es la antítesis de cualquier proyecto nacional realmente humanitario. Quienes hoy ponen el grito en el cielo porque tiendas de autos de lujo se inauguran en Caracas deberían volver la mirada a este cuadro de diferencias en la educación nacional, ya que allí, más que en cualquier otro aspecto, se evidencia el derrumbe imparable de una sociedad, al punto de hacerla completamente inviable.
Que quede claro: nada de lo dicho le importa un comino a quienes mantienen a los maestros sumidos en la miseria. Al fin y al cabo, su único interés, y peor aún, su única capacidad, es construir una sociedad de menesterosos. Nada puede esperarse de este modelo de dominación política. El deterioro sistemático y progresivo de la educación es consustancial al predominio de las ideologías del fracaso. Maestros en la inopia. País desvencijado.
Mantengamos intacto el compromiso de arrimar el tiempo en que el día del maestro pueda de nuevo celebrarse como corresponde.
@luisbutto3