Arranca el año económico en la misma penumbra que reina desde hace siete años. No hay una decisión o promesa oficial que la alumbre. La única medida significativa que podemos vislumbrar este nuevo año, es la de rasurarle otros seis ceros al agónico Bolívar. Es lo que podemos esperar del cenáculo de nuestra política económica, de su llamado “estado mayor”, cuyas torpezas se imponen con estilo castrense. La desaparición en curso del Bolívar y la hiperinflación, que cerró en 6.500% en 2020, son los emblemáticos signos de una economía que navega como barco que perdió el timón en medio del océano. Es así desde 2005, cuando Chávez se autoproclamó comandante en jefe del Banco Central de Venezuela.
La dictadura se escuda en la peregrina excusa de las sanciones del imperio como causa de nuestros padecimientos. Veamos qué cuenta la memoria. En estos 22 años, el país recibió ingresos por más de un billón (con doce ceros) de dólares. Pero entre expropiaciones, confiscaciones y asedio a la producción privada, devastación de la PDVSA de 3.2MMBD, ocaso de las “socializadas“ empresas de Guayana, control de cambios como botín de millardos para marrulleros públicos y privados, financiación de la economía cubana, gigantescos negocios turbios con progres latinoamericanos y corrupción a manos llenas, se despilfarró ese billón, esos años de vacas gordas, de desmesurados precios petroleros. Anclados en ese despropósito, el tamaño de nuestra economía se ha reducido hoy a 25% de lo que era en 2014. Algo solo imaginable en un país en guerra
Si hiciéramos el ocioso ejercicio de reponerle los ocho ceros que festivamente le han quitado al Bolívar, y comparamos la tasa de cambio actual con la de finales de 1998, el valor de nuestro signo monetario sería unos 290 millardos de veces inferior al de hace 22 años. Aún no se han inventado sanciones que tengan el poder de provocar semejante debacle.