Debo comenzar este escrito indicando mi cansancio y agotamiento al seguir escuchando a ciertos desmemoriados y resentidos históricos, cuando, en pleno siglo XXI, continúan reclamando, unos a la Madre Patria, otros a los ricos y acaudalados, e incluso, otros más, a los políticos, académicos y hasta científicos, por su condición desmejorada de vida, sea por el color de la piel, por su condición y derecho de seres humanos originarios, por su vida económica paupérrima y hasta por su condición sexual.
Desde que en la Italia medieval y después, en la Inglaterra de piratas, corsarios y filibusteros al servicio de la Corona, se difundieron falsos escritos contra España, ‘el enemigo’, acusándola de todo lo malo por hacerles padecer a sus súbditos crueles torturas, maldades y saqueos, el mundo ha visto cambiar el concepto de la ‘Leyenda negra’, una y otra vez.
Si bien es cierto que la España imperial sometió y sojuzgó, en lo que concierne a las Américas, a pueblos indígenas y esclavizó a miles de africanos, no es menos cierto que introdujo en las nacientes sociedades un sinnúmero de adelantos tecnológicos que posibilitaron la creación de sistemas de vida que aún permanecen entre nosotros.
Pero la propaganda maliciosa contra España, desde inicios del siglo XVI, y quizás antes, entre el siglo XIV-XV, nos presenta a un español que semeja la barbarie, el atraso, la torpeza hasta ser ridiculizado en sus costumbres. Eso hizo la propaganda de los enemigos de la cultura hispánica que se ha conocido como la ‘Leyenda negra’ y que todavía está anclada en el imaginario de algunos trasnochados defensores, por ejemplo, de las culturas indígenas, los descendientes de africanos y hasta diría, de quienes seagrupan en eso denominado partidos políticos populistas-extremistas, minorías sexuales, y sectores socio-económicos altamente deprimidos.
En meses recientes, en ocasión de conmemorarse un aniversario más del Descubrimiento, Encuentro de Dos Mundos, o Día de la hispanidad, por mis posiciones sobre este asunto, un conocido escritor me amenazó con denunciarme ante el mismísimo Consejo Nacional Indio (CONIVE), por mantener una posición contraria a la defensa a ultranza, según él, que se debe tener con los indígenas.
Es que ya muchos han olvidado, (-hasta por intereses políticos) que algunas culturas indígenas, sobre todo las imperiales, desde antes que los europeos llegaran a este continente, practicaban el esclavismo, la trata de personas, y hasta el canibalismo contra sus enemigos. Los torturaban, los sometían a trabajos forzados, violaban a sus mujeres y sacrificaban a los niños y vírgenes, arrancándoles los corazones para ofrecerlo a sus dioses.
Por eso a muchos conquistadores se les facilitó la empresa de ocupar pueblos indígenas al pactar con el ‘enemigo de su enemigo’ y vencer. La historia contada por muchos conquistadores (biografías directas) está ahí, basta ser leída, revisada para darnos cuenta de lo atroz y bárbaro que resultó semejante empresa.
La supuesta deuda histórica que se tiene con los negros, los indígenas y otras minorías, desde esta óptica, tal parece un burdo montaje de emocionalismos malsanos de quienes siguen resentidos por su condición social, sexual, étnica, y no se atreven a superarse a sí mismos. Unos porque en tal condición, sirven de modelo para que otros se sientan ‘culpables históricos’ y en algo influyan para resarcir, generalmente en dádivas monetarias, ese histórico padecimiento. Otros porque resulta ganancia política mantener en la pobreza a millones de seres humanos a quienes se los usa en ferias electorales, o como en esta era de la peste, como ‘objetos de uso y desecho’ en migraciones planificadas.
Otros más venden sus quejidos históricos para justificar sus irresponsabilidades como seres que deben practicar ciudadanía y respeto a las tradiciones, leyes y normas de una república.
Vivimos por estos años en una ‘leyenda bien negra’ donde esos grupos sociales minoritarios de resentidos, al hacerse del poder, descargan sobre el grueso de los ciudadanos sus ancestrales resentimientos. No buscan justicia sino venganza, simplemente.
No veo otra manera de superar semejante dolor, atraso y ‘enfermedad del alma’, sino desarrollando sistemas pedagógicos, educativos y leyes justas, que fortalezcan la civilidad para el ejercicio de la libertad y la democracia.
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