Si lo tuyo son las historias de la Guerra Fría oscuras y con tintes sobrenaturales, te aconsejamos que vayas encendiendo la hoguera y poniéndote cómodo.
Por Esther Trula
En febrero de 1959 diez jovencísimos excursionistas aficionados al esquí más un guía adulto se adentran en un glacial puerto de los montes Urales (temperaturas medias de -30ºC) para llevar a cabo una dura ruta que les llevaría un par de semanas.
El día 26 dieron con el campamento abandonado de los jóvenes, en Kholat Syakhl. La tienda de campaña mostraba signos de desgarramiento que habían sido elaborados de dentro de la tienda hacia afuera. Hay ocho o nueve pares de huellas que llevan hasta un bosque cercano.
Unos metros más allá se encontró a dos de los jóvenes descalzos y en ropa interior, al lado de unos pinos, con múltiples heridas internas y rasguños en las manos. El árbol tenía rastros de sangre. Todo indicaba a que habían salido corriendo de su habitáculo para intentar escalar a los árboles. También hay restos de una hoguera. Se concluyó que debían haber muerto de hipotermia.
A 600 metros de este punto, los investigadores se toparon con otros tres cadáveres. Tenían también multitud de heridas internas, dos de ellos con cráneos fracturados, la otra, con un extraño tono anaranjado en la piel y grisáceo en el pelo, cosa que no pareció llamar la atención de los investigadores. Los cuerpos mostraban signos de defensa contra algo externo. Sus muertes también se achacaron a un caso de hipotermia.
La búsqueda de los otros expedicionarios, entre los que debía estar el guía adulto del grupo, se prolongó durante más de dos meses. Fueron encontrados por fin el 4 de mayo de 1.959 sepultados por cuatro metros de nieve, en el arroyo de un barranco en el interior del bosque. En este caso sí estaba más claro que sus heridas habían sido infligidas por alguna fuente externa. Parecía que hubiesen sido alcanzados por un alto nivel de presión, y llevaban puestas las ropas de otros compañeros que no eran las suyas.
Uno de estos miembros tenía también un pelo grisáceo, pese a que por aquel entonces era un hombre joven. Según un experto, la fuerza necesaria para causar esos daños habría sido extremadamente alta (un experto lo comparó con la fuerza de un accidente de coche). En sus ropas se encontraron altos restos de radiación. Nadie sabía qué había pasado. El guía portaba una cámara, pero no se encontró el carrete que debía llevar dentro (el resto de fotos que encuentras en este artículo se encontraron en otro aparato tirado en las inmediaciones).
La investigación oficial concluye que todos los miembros del grupo murieron a causa de una “poderosa fuerza desconocida”, inclasificada. El caso se archivó y se mantuvo en el más absoluto de los secretos de sumario, hasta la década de los 90, momento en el que vuelve a estar disponible. Entonces se descubre que faltan páginas de la investigación.
Fueron los indígenas
Ante unos hechos tan difíciles de explicar, los años les han ido otorgando múltiples interpretaciones de lo que a los distintos miembros del equipo les debió acontecer. La primera conjetura, una de las que se lanzaron desde la misma comisión de investigación, apuntaba a sus muertes por la mano de los indígenas del pueblo mansi, que vive por la zona. Como dijeron los forenses que trataron los cuerpos de las primeras víctimas encontradas, sus heridas no eran tan contundentes. Además, no presentaban señales de combate cuerpo a cuerpo, y no se encontraron más huellas que las de los mismos miembros de la expedición.
Fue el mal tiempo
Al parecer, una de las muertes infrecuentes (pero existentes al fin y al cabo) entre excursionistas que se adentran en rutas de bajísimas temperaturas es la de un extraño comportamiento conocido como paradoxical undressing, donde los sujetos se pueden llegar a quitar la ropa en respuesta a las sensaciones de quemazón provocadas por el frío extremo.
Muerte por hipotermia es la hipótesis médica más verosímil dadas las pruebas encontradas en el lugar del suceso. Los jóvenes encontraron algún peligro insondable por el que tuvieron que huir a toda prisa de su tienda de campaña. En el momento en que los compañeros murieron, los otros jóvenes le quitaron la ropa a los cadáveres para resguardarse mejor del frío (y por eso se les encontraron medio desnudos), pero dada la situación climática esos trapos no sirvieron de mucho.
Fue el gobierno soviético
Muchos recogen el testimonio de Yuri Yudin, el excursionista que se fue en los primeros días de expedición. Cuando acudió junto con el equipo de rescate para identificar a sus amigos, encontró en la tienda de campaña un cinturón y unas gafas militares que no pertenecía (según él) a ninguno de sus compañeros. Como contó en una entrevista de 2012 para la investigación del libro Dead Mountain, el ruso sospechaba que el campamento había sido revisado antes de que llegase el grupo oficial de rescate. También dijo recordar cómo las autoridades parecían estar más interesadas en las razones de que su excursión tuviese lugar en aquella zona que la propia causa de las muertes.
Lo cuentan en este documental. Algunas investigaciones apuntan a que los restos encontrados por Yudin se corresponden a elementos olvidados por los servicios militares soviéticos, que podrían haber ido días antes, hasta el 6 de febrero, momentos en que los protagonistas igual estaban vivos y que correspondería a la información desaparecida del informe del caso.
El campamento y terrenos adyacentes donde encontraron los cadáveres, que según algunos se investigó con procedimientos un tanto irregulares, podría haber sido un montaje del KGB para desviar la atención de una investigación más profunda. Las posturas de los cuerpos en el escenario no se correspondían con la que tuvieron a la hora de la muerte, según uno de los forenses. Y tampoco es natural que puedan verse huellas en la nieve tras varias semanas de intensa nevada. Entre las pertenencias Yudin dijo no encontrar el diario de algunos compañeros, pero sí su dinero y carteras. Otro grupo de excursionistas (a unos 50 kilómetros al sur del incidente) informó que había visto extrañas esferas de color naranja en el cielo nocturno al norte.
Estamos en 1959 y es posible que un recóndito pueblo de la estepa rusa no sepa todavía lo que son los misiles. Como creen algunos investigadores, Kholat Syakhl tiene todas las papeletas de haber sido un campo de pruebas armamentísticas soviético. La extraña tonalidad colorada de la piel de los cadáveres es precisamente la que se observa cuando la superficie cutánea se expone a la dimetilhidrazina asimétrica, uno de los principales componentes combustibles de los misiles. La radiación en la ropa apunta a que el misil que habría asustado a los excursionistas (haciendo que salieran apresurados de su tienda) portaba una cabeza nuclear. Finalmente, la última foto que se conserva de la excursión, de un objeto brillante, anima mucho a los teóricos de esta opción.
Un ultimo detalle. Alexander Zolotarev, el guía adulto que acompañó a los jóvenes en su travesía (y que murió con ellos) no les conocía hasta unos días antes, en que concedieron ir juntos por tan dificultoso camino. Era un veterano de la Segunda Guerra Mundial (muy pocos de los militares de su generación sobrevivieron a la guerra), y su verdadero nombre era Semen Zolotarev, aunque nunca se lo dijo a nadie.
Según el libro Dyatlov pass keep it’s secret, en aquella época el modo utilizado por los espías estadounidenses para identificar fabricas de armas nucleares era sobornando a personas de la localidad que pudieran entregarles (en puntos alejados de cualquier asentamiento) pruebas de la localización de dichas fábricas. Estas pruebas consistían en la entrega por parte de la persona sobornada de alguna prenda contaminada radiactivamente además de la localización. El método fue con el tiempo descubierto por la KGB, y desde entonces las entregas se controlaron mucho más.