Julia Jean Turner nació hace cien años, el 8 de febrero de 1921. La llamaban Judy. Su padre era minero, su madre ama de casa. Cuando ella tenía 9 años, el padre fue encontrado asesinado en un callejón. Al cadáver le faltaba una media y un zapato. La policía nunca pudo hallar al culpable pero sí consiguió reconstruir lo sucedido aquella noche: el hombre había tenido una extraordinaria racha jugando al pase inglés en un garito, los dados parecían hacer lo que él quería; al terminar la velada guardó sus ganancias en la media.
A partir de ese momento la vida de Judy y de su madre cambió. La mujer trabajaba a destajo para conseguir llegar a fin de mes, se mudaron varias veces de ciudad persiguiendo oportunidades laborales apenas dignas. Un día a la salida del colegio alguien se acercó a Judy y le preguntó si estaba interesada en trabajar en el cine. Al mañana siguiente, la joven de 15 años y su madre se presentaron en la oficina de Zeppo Marx, el cómico que ya había dejado a sus hermanos y se destacaba como representante. Les informó que podía conseguirle un contrato anual por 50 dólares semanales en un gran estudio dado que la belleza de la adolescente era singular.
En esa reunión, Zeppo le pidió a la joven que se levantara el vestido. Ella miró a la madre, que petrificada sólo atinó a ladear la cabeza casi imperceptiblemente negando el permiso. Zeppo Marx explicó: “Tiene hermosa cara, se nota que tiene buenos pechos pero no le veo las piernas. Sin eso nunca será una estrella”. La chica se levantó el vestido y el hombre aprobó lo que veía.
Les dijo que su carrera la manejaría uno de sus asistentes, Henry Willson, uno de los pocos que en ese tiempo reconocían abiertamente su homosexualidad. Le aclaró que su especialidad eran los jóvenes actores pero que estaba seguro que haría un gran trabajo con la chica. Cuando las mujeres estaban saliendo de la oficina, Zeppo Marx se dirigió a la madre: “Señora, no se preocupe. Con Willson la virginidad de su hija no corre ningún peligro”.
Willson y Zeppo Marx, además de conseguir buenas oportunidades laborales, tenían otro don: elegían excelentes nombres artísticos para sus representados. Judy desde ese día pasó a ser Lana Turner (pasados los años la actriz cambió legalmente su nombre adoptando el artístico para su vida civil).
De inmediato filmó su primera película. Un pequeño papel en el que su personaje era asesinado. Tras el estreno de They won’t forget en 1937, Lana pasó a ser una sensación. Su aparición embobó a los espectadores de todo el mundo. Pasó a ser The Sweater Girl, La Chica del Sweater. Un sweater entallado remarcaba sus pechos enloqueciendo a los hombres. Se convirtió en un instantáneo sex symbol. Luego esa prenda de vestir fue utilizada por otras actrices (o por otras vestuaristas) para resaltar las turgencias.
Si en su primer año en Hollywood participó en tres películas, el año siguiente triplicó esa cantidad. Todos los directores querían a esa joven elegante y sensual, algo enigmática en sus historias. Su belleza era magnética. En muy pocos años llegaron los protagónicos y los grandes salarios. Era una de las actrices más taquilleras y mejor pagadas de su tiempo. Los Tres Mosqueteros, El Cartero llama dos veces (se ofendió con la remake y en la famosa escena de la harina gritó en medio del cine: “¿Qué están haciendo con mi cocina?”), La Viuda Alegre, La Caldera del Diablo, entre otras.
Siempre deslumbraba con sus vestuarios (decenas por película), el maquillaje trabajado y sus peinados perfectos. El escritor español Terenci Moix la describió como “la actriz que siempre estaba peinada”. El glamour de la pantalla lo llevaba a su vida. Quería que no hubiera distancia entres sus participaciones artísticas y su vida cotidiana.
Mientras tanto su vida privada era vertiginosa. Se casaba con la misma facilidad con la que se divorciaba. Tuvo ocho casamientos y siete maridos (con uno reincidió) y siete divorcios. Y una hija, Cheryl, de su matrimonio con Steve Crane. Se casó con actores, un ex Tarzán, playboys, músicos y millonarios (algunos reunía más de una de esas categorías). “Siempre quise tener un marido y siete hijos, pero me salió exactamente al revés”, dijo con humor.
Le gustaba provocar con sus declaraciones: “Un hombre de éxito es aquel que puede ganar más dinero del que su mujer puede gastar. Una mujer de éxito es aquella que puede encontrar a un hombre así”, dijo alguna vez.
Hedda Hooper y Tallulah Bankhead, las periodistas de chimentos más temidas consignaban sus romances y aventuras amorosas. Tyrone Power, Richard Burton, Howard Hugues, Errol Flynn, Víctor Mature, Fernando Lamas y Clark Gable fueron algunas de sus famosas conquistas. Frank Sinatra dijo que ella había sido la mujer más sexual con la que había estado. Contó, también , que un día volvió a su casa y encontró a su entonces pareja, Ava Gadner esperándola en la cama junto a Lana: las dos estaban desnudas. Ava y Lana eran muy amigas desde los primeros años de ambas en los estudios y las dos habían estado casadas con Artie Shaw, el clarinetista de jazz que coleccionaba actrices pero que apenas se casaba se desvivía por convertirlas en amas de casa. De más está aclarar que fracasaba en cada intento.
Después de 18 años de contrato con la Warner Lana Turner fue dejada en libertad de acción. Pero su carrera no terminó. Fue nominada por primera vez a un Oscar por su actuación en La Caldera del Diablo (Peyton Place). 1957 parecía un buen año para ella pese al reciente divorcio de Lex Barker. Premios, buenos contratos y un nuevo novio.
Johnny Stompanato era bien conocido en Hollywood. Usaba camisas que brillaban, con apenas dos botones abrochados, una cadena de oro colgando de su cuello, pantalones con pinzas bien altos, sonrisa ancho, tostado parejo todo el año y el pelo prolijamente desacomodado. Las mujeres, muchas de ellas grandes actrices, se pasaban el dato. Parece que Stompanato era un portento que estaba extraordinariamente bien dotado. Lo habían apodado Oscar en referencia a los 30 centímetros que mide la estatuilla. Regenteaba un bazar como trabajo oficial, pero nadie desconocía que era un mafioso. Había sido guardaespaldas de Mickey Cohen, un famoso gángster y que sus contactos con los negocios de la mafia eran fluidos. Se rumoreaba que oficiaba también de gigolo, aprovechando lo que la naturaleza le había brindado.
En 1957 ya había pasado por la cama de varias estrellas de Hollywood. Una tarde consiguió el teléfono de Lana Turner y llamó a su casa. A Lana le gustó el desparpajo del hombre. Luego llegaron los ramos de flores, alguna caja de bombones y una cita. Comenzaron a salir. El romance tomó velocidad. También las peleas.
Lana tuvo que viajar a Londres a filmar Another Time, Another Place. A las semanas Johnny Stompanato cayó de improviso en el set. Al día siguiente lo echaron del rodaje: tomado por los celos se abalanzó con un arma en la mano sobre el joven coprotagonista, un escocés duro, difícil y buen mozo llamado Sean Connery. Los tuvieron que separar los técnicos.
Johnny tuvo que volver al hotel. Los productores de la película y Lana hicieron la denuncia y Scotland Yard se encargó de subir al mafioso a un avión para que retornara a Estados Unidos.
Pero cuando Lana regresó a su país, pocas semanas después, se vieron de nuevo. Hubo otras peleas. La última motivada porque ella decidió ir sola a la entrega de los Oscar en la que estaba nominada.
Una semana después, apenas pasada la medianoche del 4 de abril de 1958, el abogado de la actriz recibió una llamada. El teléfono a esa hora sólo podía traer malas noticias. Del otro lado, su clienta Lana Turner gritaba frases inentendibles y soltaba quebrados aullidos. “Vení, pasó algo terrible”, logró articular.
Cuando el abogado llegó a la mansión de Lana y subió hasta el dormitorio principal se encontró con una imagen que parecía sacada de una foto de Weegee. Pero esta escena era en colores. De espaldas el cuerpo quieto y frío de Stompanato. La sangre había teñido las sábanas de seda y había caído sobre la alfombra formando un río de un rojo negruzco que se perdía en el pasillo.
En un rincón del cuarto, sentada en el piso, con los brazo rodeando sus piernas dobladas y la cabeza entre las rodillas, apenas asomando sus ojos sobre ellas , estaba Cheryl Crane, una chica de 14 años, la hija de Lana Turner.
La policía y los paramédicos llegaron algunas horas después, al poco tiempo que fueron llamados. Los médicos no tuvieron nada que hacer. Hacía varias horas que Stompanato había muerto. Madre e hija declararon lo mismo ante las consultas policiales. El gángster atacó en medio de la noche a Lana, trató de abusar de ella y amenazó con matar a todas las mujeres de la casa, como tantas otras veces. Cheryl escuchó desde su cuarto y dominada por el miedo y la furia, no aguantó más. Con un cuchillo de cocina, lo apuñaló varias veces para defender a su madre.
La prensa se hizo un festín con el caso. Ocupó durante varios días la primera plana. Se habló de “la niña asesina”, de abusos, de promiscuidad y de muchas otras cosas pero sin demasiados datos.
Esta publicidad negativa parecía sepultar de manera definitiva la carrera cinematográfica de Lana que hacía unos años venía en descenso. Para los parámetros de la época parecía imposible que alguien pudiera recuperarse después de un hecho con tanta repercusión.
Todos hablaban mal de ella. Y aquellos romances que parecían olvidados, volvieron a ser comentados. Sólo la defendió el muy escuchado periodista radial Walter Winchell según consigna Kenneth Anger en su clásico libro Hollywood Babilonia: “Ella está hecha de rayos de sol, empezando por el techo de sus ojos azules, sus cabellos color miel y siguiendo por sus cimbreantes curvas. Es Lana Turner diosa de la Pantalla. Pero, repentinamente, la magia desaparece y las sombras ocupan su lugar. Hace su entrada la acechante crueldad. Lana es azotada por comentarios malignos, invadida por editoriales denigrantes y amenazada con la privación de su hija. Por supuesto, es la escandalizada virtud la que grita más fuerte. Me parece sádico someter a Lana a cualquier otro tormento. Es imposible imaginar un castigo que pueda herirla más que esta pesadilla. Y está condenada a vivir con él hasta el final de sus días… Resumiendo, ofrezcan su corazón a una muchacha que tiene el suyo destrozado”
El juicio fue escandaloso. Un gran hecho mediático seguido por los diarios. Cada audiencia provocaba una marea de periodistas que enloquecían por llevar a sus redacciones los detalles escabrosos que salían a la luz en la sal. El fiscal presentó cartas que Lana le había enviado a Johnny. Contenían declaraciones de amor, comentarios sexuales y describían juegos sadomasoquistas. Trataba de demostrar que la violencia alegada por la defensa era parte de una costumbre sexual y no abusos por parte del mafioso. Luego se supo que las misivas las proporcionó el mafioso Mickey Cohen.
Luego estaban las distintas hipótesis. ¿Fue Lana y no Cheryl la asesina? ¿Ambas mujeres decidieron matarlo, en realidad, mientras dormía? ¿Lo dejaron desangrar antes de llamar a los médicos o a alguien para que lo asistiera? ¿El móvil fue en realidad que el hombre tenía relaciones con las dos mujeres y Lana se enteró esa noche? Nadie sabe con certeza que sucedió esa noche.
Lana con un elegante trajecito de dos piezas subió al estrado y brindó un testimonio conmovedor. El énfasis en cada frase, los silencios, los gestos medidos, las lágrimas, el breve pañuelo blanco en una mano para secarlas, los momentos en que las palabras parecían trabarse en su garganta y ella las hacía fluir tras tomar un trago de agua. Con su paso por el banquillo como testigo, el jurado quedó convencido que la hija no cometió un homicidio, sino que actuó en legítima defensa.
Algunos periodistas sostuvieron que la de Lana, esa tarde frente al juez y al jurado que la escrutaba, fue la mejor actuación de su carrera.
Hasta ese momento Hollywood, sus directivos y representantes, se desvivían por crearles a los actores vidas perfectas, blancas, de fantasía. Se suponía que eso hacía que el público los siguiera queriendo. Así se les inventaban romances ardientes con mujeres voluptuosas a actores gay, no había actrices lesbianas, se creaban parejas de conveniencia, se cubrían relaciones impropias (como las de Nicholas Ray de 56 años con su dirigida Natalie Wood de 15) o se negaba que algún actor muy deseado estuviera casado para no desilusionar a los fans.
En ese contexto, la cerrera de Lana Turner parecía muerta. La gente había recordado todos sus romances, sus matrimonios frustrados y sus secretos sexuales. No había quedado resquicio ni debilidad por ser expuesta. Sin embargo, su siguiente película fue un suceso extraordinario. Una vez más, Lana Turner estaba en carrera. Estrenada un año después del escándalo y dirigida por Douglas Sirk, Imitación a la vida además le proporcionó una fortuna. Aceptó reducir su salario para recibir un buen porcentaje de las ganancias de la película que arrasó en la taquilla: se convirtió en la actriz que más dinero ganó con un solo film. La oportuna trama hablaba de una actriz, una hija y un triángulo amoroso.
Su hija Cheryl siguió sufriendo las consecuencias del episodio durante décadas. En los primeros años cada uno de sus movimientos era seguido por los diarios. Cuando le contó a sus padres que era lesbiana, la noticia llegó a las portadas, así como también las avatares de su vida universitaria y laboral. Luego se dedicó al mercado inmobiliario. Y escribió sus memoria narrando alternativas de los hechos y su infancia y juventud como una “hija de Hollywood” y carne de tabloide. La relación con su madre se resquebrajó rápidamente. Lana casi la ignoró en su testamento dejando casi todo a la empleada que la cuidó durante sus últimos años.
Lana Turner siguió actuando en cine pero con menos asiduidad. Sus exigencias cansaron a los productores, ella no se amoldaba a los nuevos papeles que la alejaban de la femme fatale y su conducta en el set no solía ser ejemplar. Se fue retirando de las luces con discreción. Como si entendiera el juego mejor que nadie. Cuando uno quiere estar debe producir la mayor cantidad de ruido posible, y dedicarse al silencio cuando el plan es la tranquilidad y la reclusión.
Tuvo un suceso teatral con 40 Kilates. Los anuncios invitaban al público a ver su vestuario fastuoso. Cada noche, Lana hacía detener su Rolls Royce en la puerta del teatro para que todos la vieran llegar. No quería que nadie olvidara que ella todavía era una estrella.
En 1982 volvió a la notoriedad con un papel en la serie Falcon Crest. Era un personaje escrito a su medida. Disfrutó una vez más de la atención. A mitad de la segunda temporada se cansó y exigió que los guionistas mataran a su personaje. Dicen que las discusiones y peleas en el set con Jane Wyman fueron épicas.
En 1994 un cáncer de garganta acabó con su vida cuando tenía 74 años.