El Sputnik 1 fue lanzado por la ex Unión Soviética el 4 de octubre de 1957, en plena Guerra Fría. Se convirtió en el primer satélite artificial en orbitar la Tierra y en un enorme triunfo de la ciencia soviética por sobre su archienemiga estadounidense. Luego, vinieron otros tres. El segundo fue el que llevó a la famosa perra Laika al espacio. Sesenta y tres años más tarde, Rusia lanzó otro Sputnik, éste acompañado con la letra “V” de la victoria y en forma de vacuna, pero con el mismo propósito: demostrar al mundo que la ciencia rusa es superior y que el país sigue siendo una gran potencia que puede derrotar a cualquiera de sus rivales. Un logro que, como el del satélite, tiene por detrás “una diplomacia por otros medios”.
Por Gustavo Sierra | Infobae
La competencia fue y sigue siendo muy dura. Hay cientos de desarrollos de vacunas contra el Covid y un pelotón de diez o doce ya aprobadas en diferentes países. Todas las potencias quieren mostrar que son superiores a las otras. Saben que quien quede mejor posicionado con la solución al problema global más grave en décadas como es esta pandemia, tendrá ventaja en la puja por dominar la revolución científico-tecnológica de la segunda parte del siglo XXI. Estados Unidos, China, Rusia, la Unión Europea, Gran Bretaña e India, entre otros, están disputando este Gran Juego político-diplomático.
Cuando Vladimir Putin llegó al poder en Rusia en 1999, uno de sus principales objetivos era el de devolver a su país la condición de potencia global que había perdido tras la desintegración de la Unión Soviética. Fue como Rusia regresó a zonas que ya habían sido estratégicas para la antigua URSS en su objetivo de fortalecer vínculos e incrementar su presencia como América Latina. Por décadas intentó contrarrestar la influencia estadounidense en lo que en Washington habían denominado su “patio trasero”. Cuba fue su nave insignia. Ahora regresa de otro modo y ya no es sólo la isla de los hermanos Castro, es Venezuela y Nicaragua en forma directa y buena parte del resto del continente en forma indirecta. Como entonces, Rusia busca diversificar sus relaciones exteriores, contrarrestar el poder de Estados Unidos y crear un orden internacional multipolar y que, en ese nuevo orden, Rusia recupere su estatus de actor global. “Dentro de esta estrategia internacional, América Latina ocupa un lugar importante por los lazos históricos de la Unión Soviética y sobre todo por la cercanía geográfica con Estados Unidos”, escribió Mira Milosevich, investigadora del Real Instituto Elcano, el centro de estudios internacionales de Madrid. “Putin ve que el mundo ha cambiado y cree que es mejor una estrategia práctica, sin abandonar objetivos geopolíticos, pero sobre todo usando instrumentos económicos y potenciando las relaciones bilaterales económicas como el primer paso del nuevo acercamiento”.
La Sputnik V es una gran entrada de divisas para Rusia. La vacuna “es un buen negocio, con un componente humanitario claro”, dijo Putin, en octubre a un grupo de magnates rusos, a los que animó a invertir en la producción y sumarse a una oportunidad empresarial que “podría suponer hasta 100.000 millones de ingresos en todo el mundo”. El presidente ruso se había adelantado con un anuncio que fue tomado en forma muy escéptica por la comunidad científica internacional. El 11 de agosto de 2020, apenas seis meses después de comenzada la pandemia en su país y todo Occidente, anunció la autorización especial para la vacuna contra el coronavirus diseñada por el Instituto Gamaleya de Moscú. El líder ruso comentó que la inmunización era “segura” y “bastante eficaz”. Pero sus científicos no habían publicado para entonces ningún dato de sus ensayos de fase 1 ni fase 2. Poco después, Putin aseguró que la vacunan había pasado por “todos los ensayos necesarios” y que una de sus propias hijas ya la había recibido y “se encuentra bien. Todo va como si no se hubiera hecho nada”.
La financiación de toda la operación de desarrollo y producción de la vacuna estuvo a cargo del Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF), que cuenta con un capital reservado de unos 10.000 millones de dólares. Es la institución que manejó todos los contratos con los gobiernos interesados en comprar la vacuna. La están produciendo a un precio de unos 10 dólares la dosis, aunque ese valor puede bajar en los contratos que comprenden millones de vacunas. Argentina fue la punta de lanza en América Latina. Hubo una primera aproximación que realizó la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner en una comunicación con Vladimir Putin y que continuó el presidente Alberto Fernández. Se suponía que el país iba a recibir cinco millones de dosis el mes pasado, aunque hasta ahora fueron sólo 820.000. Se aduce que la demora era debida a los problemas de producción que están teniendo todos los fabricantes. El mismo camino siguieron México, Bolivia y Venezuela y en otros contextos, Bielorrusia, Serbia, Israel y los Emiratos Árabes. Pero después de que se publicaran en la revista especializada Lancet los muy esperados resultados de la Fase 3 de investigación y que diera una efectividad de casi el 92%, los pedidos a Moscú desde todo el mundo, aumentaron exponencialmente. Ahora, la Sputnik V ocupa el tercer puesto mundial en dosis ordenadas por países de ingresos medios y bajos, según los datos del Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad de Duke, por delante de las que considera sus principales competidoras: Pfizer/BioNTech, Oxford/AstraZeneca y Moderna. La vacuna del Instituto Gamaleya es de dos dosis que se aplican con 21 días de diferencia y está compuesta por dos vectores de adenovirus distintos.
“La pandemia no hizo más que afianzar la distribución de poder en el sistema internacional con bloques como Estados Unidos, Europa, China, aunque la gran sorpresa ha sido Rusia”, comentó Stephan Sberro, profesor del Instituto Tecnológico Autónomo de México, en una entrevista con El País de Madrid. Pero el entusiasmo del Kremlin fue recibido con reservas en el resto del mundo por la falta de transparencia de sus datos y la rapidez con la que se había aprobado la vacuna para su uso. El famosos epidemiólogo estadounidense y asesor presidencial en temas científicos, Anthony Fauci, le dijo a la cadena de tv ABC: “Espero que los rusos hayan probado definitivamente que la vacuna es segura y eficaz. Aunque tengo serias dudas de que lo hayan hecho”. Hugo López-Gatell, el subsecretario de Salud mexicano, se mostró “sorprendido” el día en que se presentó la Sputnik V. “Definitivamente no se puede empezar a utilizar una vacuna que no haya terminado satisfactoriamente los estudios fase 3, ni se debe por motivos éticos”, dijo. Y, mientras muchos pedían ver los resultados de la comprobación científica, también aparecieron opiniones conspirativas y sin base. “Recuerden que lleva un chip comunista y castrochavista”, advirtió un usuario de Twitter. “Es la vacuna barata, por eso la eligió el gobierno”, acusó la senadora mexicana Lilly Téllez. “Es una gran estafa”, dijo la dirigente de la oposición argentina Elisa Carrió, que denunció al presidente Fernández por posible “envenenamiento” de la población.
Otras voces aseguran que en todo esto hay un “toma y daca”. En Argentina se habla de que Rusia habría pedido instalar una base científico-militar similar a la que ya tiene China en la Patagonia para el monitoreo de satélites y recepción de información espacial. En Venezuela, las empresas rusas ya participan en la extracción de petróleo y minerales, infraestructura vial y alimentos. Este año habrá una expansión importante de los centros de estudios rusos en todo el continente, según adelantó la agencia rusa de informaciones oficiales.
“Rusofobia”, dijeron en Moscú ante las críticas sobre la Sputnik V. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, aseguró que era parte de una campaña de los laboratorios occidentales. “La competencia aquí se está politizando y se están utilizando trucos sucios para desacreditar nuestra vacuna”, afirmó. Kirill Dmitriev, el director del Fondo Ruso de Inversión Directa, cree que “se está empleando un doble rasero con la Sputnik V porque es rusa”. Y algunos grupos de “voluntarios rusos” que participaron los ensayos de la vacuna de Gamaleya respondieron a las críticas a través de Facebook y Telegram. Pero las críticas también se generaron dentro del país. Una encuesta que hizo el Centro Levada de Moscú en diciembre, reveló que casi el 60% de la ciudadanía rusa no quería vacunarse hasta tener más información. “Estas cifras no solo se deben a la desconfianza hacia la vacuna, sino que tienen un trasfondo de falta de confianza hacia el gobierno. Los datos sobre los fallecimientos debido al Covid19 no se caracterizaron por su transparencia y la cifra real de las muertes es mucho más elevada de la que se ha reportado, tal y como ha tenido que reconocer el Kremlin”, explicó Denis Volkov, subdirector del centro Levada.
Lo cierto es que un mes y medio más tarde, la publicación de los resultados positivos de la Sputnik, disiparon muchas críticas y dieron impulso a algunos políticos latinoamericanos que festejaron el hecho como un triunfo propio. Lo hizo el kirchnerismo en Argentina y los que apoyan al presidente López Obrador en México. Antes, ya había euforia en el chavismo venezolano y, por supuesto, en La Habana, aunque no se difundieron las cifras de las dosis que recibieron o van a recibir los cubanos. Por ahora, “la diplomacia de la vacuna” lanzada por Vladimir Putin en América Latina pareciera estar funcionando como lo había previsto y es posible que sea la puerta de entrada para muchas otras “iniciativas” de Rusia en la región.