Para un N° 1, dos veces máximo goleador de Europa, nominado al Balón de Oro, codiciado por el Barcelona; el hombre señalado como el maestro de Cristiano Ronaldo en el arte del cabezazo, resultaba una afrenta. Todo el estadio de Newell’s, club al que había arribado como figura estelar de cara a la temporada 2004-2005, lo despedía con una estruendosa silbatina mientras el Tolo Gallego, entrenador del equipo, lo reemplazaba por el juvenil Marcelo Penta. Mario Jardel levantó los brazos, aplaudió como si la rechifla en realidad fuera una ovación.
Por infobae.com
Pero aquel 15 de agosto de 2004, en el Coloso del Parque Independiente, el elenco rosarino perdió 1-0 ante Vélez en una actuación deslucida del ariete nacido en Fortaleza. Algo fuera de forma, desconectado de sus compañeros, apenas generó una situación clara de gol tras un mal dominio, en una heterodoxa doble volea. Luego, falló un remate de frente al arco por una distancia impropia para su jerarquía, al punto que el Gato Sessa, arquero rival, se burló de su falta de puntería ante las cámaras de la transmisión oficial. Para coronar la jornada oscura, en su afán de congraciarse con la afición, en una incursión al área levantó las manos como pidiendo aliento, algo que no fue tomado con simpatía por la hinchada leprosa.
Ya no le alcanzaba con la presencia, el temor que transmitía su nombre en los defensores, ganado a fuerza de inflar redes primero en Brasil, luego en Portugal y Turquía. Su carrera había entrado en un notorio declive, deslizándose por un tobogán vertiginoso y sin fin. Hasta que dejó Sporting de Lisboa, en 2003, había anotado 352 goles en 13 años. Luego, apenas 18 en 7, hasta su retiro en el ostracismo del Al-Taawon de Arabia Saudita. Fueron 12 clubes en sus épocas de debacle, en las que los excesos, las drogas, la noche y la depresión dinamitaron su carrera. “Fueron de ocho a nueve años en los que caminé en un mundo muy cruel”, aceptó en una entrevista con Globo Esporte.
“Si estuviera activo en la actualidad valdría entre 150 y 200 millones de euros. Creo que hice historia, soy único. Y lo digo con humildad. Lewandowski es el único jugador que marca 55 o 60 goles al año y yo lo hice durante seis o siete años seguidos”, declaró en 2019, con el estilo provocador de sus mejores momentos. Y, más allá de que pueda sonar pedante, no se equivoca. Pero fue tan aluvional su caída que llevó a los fanáticos a creer que el protagonista de las escenas dignas de un gag en su etapa crepuscular las protagonizó otro futbolista. El yin y el yang. Súper Mario y Mario Jardel, el terrenal; el vulnerable.
De físico portentoso de N° 9 a la antigua, Mário Jardel de Almeida Ribeiro comenzó a llamar la atención con la camiseta de Ferroviario, por lo que fue captado por el Vasco da Gama, institución en la que hizo su debut con 18 años y el olfato frente al arco como carta de presentación. Astuto para detectar adónde iba a ir la pelota, definidor nato, de buen juego de espaldas, sin dudas en la resolución y con un cabezazo letal; su crecimiento fue meteórico. Con el elenco de Río de Janeiro obtuvo tres campeonatos cariocas y luego fue transferido al Gremio de Porto Alegre, donde fue campeón y máximo anotador de la Copa Libertadores de 1995, con 12 conquistas.
Por entonces ya había pasado por la selección Sub 20 de Brasil. Y sus goles se convirtieron en un imán para los clubes europeos. En la puja, se impuso el Porto, que en cuatro temporadas vio cómo su apuesta anotaba 130 goles en 125 partidos y celebraba ocho títulos. Números propios de un Lionel Messi o un Cristiano Ronaldo. Pero entonces le pertenecían a Jardel. Por sus características, más pragmáticas y no tan asociadas al jogo bonito, muchos le siguieron la carrera de reojo, como aguardando el instante del tropiezo. “La gente decía: ‘Jardel irá a Europa y no marcará’. Fui máximo goleador durante cinco años. Soy el mejor brasileño de la historia del fútbol portugués. Allí llegaron otros brasileños y dijeron que iban a ser los máximos goleadores. Yo solía decir: ‘Está bien, al final del día veremos’. Tenía un contrato por gol con el Porto. Iba al presidente y le decía: ‘Quiero esto aquí, pero sólo si soy campeón y máximo goleador’”, supo auto reivindicarse ante los medios.
En 1999 fue Bota de Oro (top scorer de las ligas más importantes de Europa) con 36 tantos. En el 2000 resultó nominado para el Balón de Oro, galardón que se se quedó el portugués Luis Figo. Compartió candidatura con nombres de la talla de Zinedine Zidane, Thierry Henry, Gabriel Batistuta, Rivaldo y Raúl. Estaba en la cima. Su sorprendente efectividad y feeling con el público generaron que lo merodeara el Barcelona; también el Galatasaray. Se mudó a Turquía, pero su romance con el gol no perdió pasión: 34 dianas en 43 presencias. Dos de ellos sirvieron para que su equipo venciera al Real Madrid en la final de la Supercopa de Europa del 2000, disputada en Mónaco.
Sin embargo, subterráneamente, comenzaba a filtrarse el veneno. El éxito llegó de la mano de las tentaciones. “Cuando tienes mucho dinero, estás lleno de amigos. Cuando no lo tienes, todos desaparecen. Y también me distancié de ellos. Me di cuenta de que cuando ganaba millones al mes, estaba lleno de amigos para pagar la cuenta”, entendió con el correr de los años. Pero entonces, en la cima, las luces de neón lo enceguecían.
“Cuando volvía de vacaciones, en Fortaleza, comencé usar drogas. Sólo cocaína. Hubo un momento en que dejó de ser un uso ocasional. En mi cabeza, no. Pero en el cuerpo, sí. Y llegaron los golpes”, reveló en aquella entrevista con Globo Esporte. No obstante, los goles seguían tapando todo. De Galatasaray pasó al Sporting de Lisboa, otra vez Portugal, donde ya era leyenda. Nuevamente el trato de estrella, los flashes, las vitrinas y la cuenta bancaria llenas. 67 conquistas en 62 compromisos. Dos vueltas olímpicas. Otra Bota de Oro, en 2002. Y el rol tácito de tutor con un mito en formación: Cristiano Ronaldo.
En ese entonces, CR7 era el jovencito de la habilidad sorprendente, pero no siempre al servicio del colectivo. Un fantasista más proclive al show, todavía lejos del animal competitivo e insaciable en el que se transformó. Con Jardel construyó una relación cercana, al punto que… mantuvo un affaire con Jordana, la hermana del brasileño. “Mucha gente me llama de todo el mundo para hablar de él, porque tuvo un romance con mi hermana. Realmente hubo un coqueteo allí. Por supuesto, quería que Cristiano Ronaldo fuera mi cuñado, pero no pasó, ¿verdad? Es parte de la vida. Hoy, dondequiera que llegue, me recibe. Tenemos esta complicidad”, contó en su momento.
Cuenta la fábula que el luso no era precisamente una luminaria a la hora de cabecear, algo que hoy luce increíble a juzgar por la altura que alcanza en sus saltos devastadores para defensores y arqueros. Y hay quienes abonan la teoría de que fue Súper Mario el espejo en el que se reflejó Cristiano para empaparse en el rubro.
“No es una exageración. Ciertamente aprendió mucho de mí. Y gané mucho menos dinero que ellos hoy. Pero aprendió mucho. Si tienes la oportunidad de preguntarle a Cristiano Ronaldo si recuerda a Jardel en el entrenamiento, te dirá que sí. Si dice que no, estará mintiendo”, se ufanó.
Fue allí, después de su tránsito en la capital de Portugal, que dejó de hacer pie y se inició la caída libre, irrefrenable. Del Bolton Wanderers de Inglaterra (donde se apuntó apenas tres goles), pasó al Ancona de Italia, donde ni siquiera anotó y estuvo seis meses sin jugar. Llegó la citada experiencia en Newell’s, donde disputó solo tres cotejos y no gritó (aunque técnicamente fue campeón del torneo Apertura). Goiás de Brasil, Beira Mar, otra vez en tierras lusas; Anorthosis de Chipre, Newcastle Jets de Australia, Criciuma América de Ceará, Flamengo de Piauí, Cherno More Varna de Bulgaria… Su currículum se fue llenando de apuntes intrascendentes, vivencias exóticas, ya sin relevancia estadística ni la atención del fútbol grande. A Súper Mario le habían quitado la capa. O, mejor dicho, se la había desprendido solo.
De su temporada en Argentina quedaron algunos recuerdos de su particular personalidad y sus excentricidades. “Era muy buena persona, muy generoso. Le faltaba afecto, y a la vez por momentos era solitario”, lo define alguien que lo trató en el día a día. Residía en un hotel céntrico, propiedad de Eduardo López, el polémico ex presidente del club. De sus épocas de dinero fácil y despilfarro le habían quedado algunas costumbres curiosas. “Andaba siempre con seis o siete teléfonos celulares”, aporta la misma fuente. Compraba un aparato, gastaba el crédito en llamadas de larga distancia a familia y amigos y, cuando se le terminaba, en lugar de comprar una tarjeta o hacer una recarga, lo regalaba y compraba uno nuevo.
“Tenía una valija llena de ropa que le daban los sponsors. Un día la abrió, estaba llena, y me dijo: ‘Elegí lo que quieras’. Lo mismo hizo con otro bolso que estaba repleto de botines’”, suma al testimonio. Su carácter, claro, chocó con el de López. Un día concurrió a las oficinas del empresario a cobrar su sueldo, ubicadas en el tercer piso de un edificio de la ciudad. En lugar de efectivo recibió cheques. “¿Qué mierda es esto? Son papeles, quiero mi plata”, replicó y le tiró los valores en la cara. Acto seguido, completó su venganza. Bajó los tres pisos por escalera y en el hall de la planta baja notó que junto al ascensor había una cámara de seguridad. Se bajó los pantalones y comenzó a orinar en la planta que adornaba el espacio. Mirando hacia la lente, irguió el dedo mayor de su mano derecha, sabiendo que el titular del club monitoreaba en tiempo real todos los movimientos del edificio.
as drogas, la bebida, los problemas personales; la depresión. “Si pudiera, no haría lo que hice”, supo subrayar hace unos años. Su carrera se apagó definitivamente, pero no las adicciones que aceleraron el proceso. Encima, se dedicó a la política, fue electo diputado por Río Grande do Sul y luego eyectado de la banca por un escándalo de corrupción. Hasta que, en su Fortaleza natal, encontró la salida de la rotonda. “Estaba tomando muchos medicamentos para la depresión y comencé a buscar la Iglesia. Cada uno tiene su religión y hay que respetarla. Mi esposa, Sandra, también me ayudó mucho. Es una lucha. No es fácil. Es una vida nueva, sin beber, sin drogas”, detalló su metamorfosis.
“A veces me pongo a pensar, porque la gente dice ‘Jardel, eres el único brasileño con dos Botas de Oro en Europa, fuiste máximo goleador de la Libertadores, máximo goleador de la Champions; campeón. Hay que valorarse más’. Y empecé a darme más valor a mí mismo”, dio a conocer su fórmula para resurgir.
Se dedicó a trabajar como intermediario y hace un mes fue noticia porque el humilde Unión Serpense de Portugal lo presentó como “coordinador de formación” de la nueva estructura del club “para darle continuidad a nuestro ambicioso proyecto”. A los 48 años, busca reencontrarse con el fútbol que lo vio sentado en el trono y también desmoronarse, sin escuchar que los que ayer eran vítores se habían transformado en una silbatina uniforme y cruel.