Como en cualquier parte del mundo, ser joven en Venezuela debería ser la conjunción de los factores ideales que alimentan la certeza de que en el andar de la vida, que apenas comienza, el tiempo juega a favor para que sueños, necesidades y deseos, despierten, se animen y entremezclen en la búsqueda esperanzada de que se materialicen y satisfagan plenamente. Ser joven debería ser la convicción de que se alcanzará el logro anhelado. Debería ser la alegría experimentada con el disfrute del presente sostenido con el estallido de la risa.
Aquí, en esta tierra, como en cualquier rincón del planeta, ser joven debería ser la posibilidad de practicar las actividades hedónicas que se corresponden con el tramo de edad que se atraviesa. Debería ser la posibilidad de desarrollarse a plenitud como individuo en términos de crecimiento y/o estabilidad socioeconómica, intelectual y espiritual. Debería ser la creencia fundada en razones válidas de que el futuro personal se construye con éxito por la sencilla razón de que se cuenta con los recursos, las ganas, los medios y las fuerzas para hacerlo. En definitiva, ser joven debería ser la tranquilidad que nace al saber que hay mañana.
Empero, hoy en día en Venezuela, ser joven es precisamente lo contrario a lo que debería ser. Es la incertidumbre. La incertidumbre de no poder descifrar las características y vicisitudes del camino por recorrer. La incertidumbre de no saber si ese camino terminará transitándose en latitudes extrañas y distintas al espacio donde se nació y se fue criado, lejos de la seguridad que proporcionan los afectos familiares y el calor de los grupos primarios. La incertidumbre que se presenta al momento de pensar sobre la decisión personal que habrá de tomarse para ejercer el incuestionable derecho a granjearse condiciones de vida que valgan la pena; condiciones de vida que en este país están negadas como consecuencia de las acciones desplegadas por el oscurantismo, la mediocridad y la maldad desmedidas que en mala hora se hicieron poder.
Ante el cuadro doloroso que vive la sociedad venezolana, es verdaderamente cuesta arriba transmitir cualquier mensaje de optimismo a la juventud que la nutre. Muchos lugares comunes pueden atravesarse en el discurso a intentar en este sentido y la propia realidad podría vaciarlo de cualquier contenido. Hay que reconocer que por el hecho de que los momentos vividos son totalmente distintos, en el ahora es muy difícil hablarle al sol que da en la cara desde la perspectiva del sol que se siente en la espalda. Esa es la verdad. A nadie se le debe pedir que malgaste su tiempo, si efectivamente cree que con lo que hace lo está desperdiciando.
Solo queda recordar que la fuerza y el empuje de la juventud debe aprovecharse. Que la rebeldía que nace de todo proceso de autodescubrimiento debe mantenerse. Que el ímpetu que se siente al tener la disposición para derribar muros y construir caminos nunca debe quedar sin activarse. Al fin y al cabo, el joven debe saber que aquel que le antecedió, y no fue el causante de sus dificultades, lo único que anhela es verlo completamente feliz y realizado. En otras palabras, desde las acotadas fronteras del otoño solo puede pedírsele a la inmensidad de la primavera que no se deje arrancar las flores llamadas a llenar de luz y color el jardín que embellece. No doblar la cerviz. Levantar la mirada y persistir en el desafío. Ésa es la esencia de ser joven. No se dejen.
La valía de ser joven no tiene paragón. Trabajemos para que no se pierda. ¡Feliz día a la juventud venezolana!
@luisbutto3