En estos veintidós años, nuestra política económica ha dibujado la perfecta elipse de una mentira, nacida bajo la farsa del Socialismo del SXXI. Veamos. En nuestra memoria subsisten aquellas iniciales proclamas de Chávez decretando la vía de un supuesto desarrollo endógeno. Lo recordamos en 2003 invitando a los empresarios privados a incorporarse al modelo de crecimiento económico desde adentro. Su prédica incluía un señuelo: “no les pido que se pongan boina roja, jamás lo he hecho ni lo voy a hacer”, con ustedes reactivaremos “la construcción de autopistas, la agroindustria, el procesamiento de alimentos, la pesca, el empleo…” Ofrecía un confiable marco jurídico, ley de licitaciones, etc., que según él “antes no existían…” Tendremos, dijo, un desarrollo propio, ajeno a los lineamientos imperialistas del ALCA. “El destino es uno solo: la grandeza de Venezuela”.
No mucho tiempo más tarde, guiado por la conseja castro comunista, y envalentonado luego de su reafirmación en el Referéndum de 2004, la grandeza que prosperó fue la del Estado capitalista con la indiscriminada estatización de 1.440 empresas en los sectores de la agroindustria, petróleo, construcción, comercio y alimentos. Sin causa de utilidad publica ni interés social, la arremetida tuvo sustento en los abultados precios del barril de petróleo. Con toda la riqueza bajo su control, el saudismo revolucionario abrió compuertas para el latrocinio y el derroche, pero también para la debacle de la producción endógena, la escasez y la inflación. Solo faltaba, y se dio, el desinfle de la burbuja petrolera para darle paso a una terrible resaca.
Hoy, arruinado el Estado, mas no sus jerarcas, ya ni siquiera mencionan el Socialismo del SXXI. Sobre las cenizas de aquella prometida “Grandeza de Venezuela”, el régimen tira ahora el anzuelo de la reprivatización. Otra mentira que cierra la elipse y que de nosotros depende que sea la última.