La señora Lucena hizo todo y de todo para desestimular el voto opositor. Sus artimañas pasaron por recomponer los circuitos electorales hasta permitir un ventajismo descarado del PSUV en el CNE y las juntas electorales. Sin embargo, una política clara y firme comprendió que esos factores disuasivos del voto se podían vencer con tenacidad y la lucha por ganarse al pueblo descontento con una propuesta viable, dejando atrás las fantasías y los mitos acerca de las trampas y el fraude electoral, que tanto daño hicieron. Supimos vencer al PSUV y su maquinaria estatal a punta de movilización y unos dirigentes convencidos que la victoria era posible.
Pero a partir de 2015 las cosas cambiaron. El PSUV y su oficina de asuntos electorales del CNE, se propusieron dar un salto adelante. Sabiéndose minoría, optaron por liquidar el voto como instrumento de cambio. Así, a los días que la Unida Democrática obtuvo dos tercios de los diputados a la Asamblea Nacional, procedieron a rebanar esa mayoría con una sentencia del TSJ, que ellos habían modificado, llegando al descaro de nombrar magistrados a algunos sujetos que días antes habían sido parlamentarios. Luego decidieron algo más aberrante: declarar el desacato de la Asamblea Nacional. Posteriormente, Tibisay Lucena hizo lo imposible para sabotear el llamado al referendo revocatorio de 2016 contra Maduro. Todo ello con el objeto de vaciar de contenido el ejercicio del voto para que el pueblo creyera que no valía la pena concurrir a las elecciones.
Fuera ya del CNE, la sombra de Tibisay Lucena sigue en el imaginario de la gente y peor aún de algunos factores de las fuerzas democráticas, que pensando que los fantasmas existen, pudiesen estar tentadas a cometer un error parecido al de 2005, dejando de participar en las elecciones de gobernadores y alcaldes correspondientes a 2021. Hay luchar por elecciones en las mejores condiciones posibles, sabiendo a quien nos enfrentamos, pero participando, para que la mayoría descontenta se exprese.