Plaza emblemática y representativa del socialismo, la Diego Ibarra sirvió de escenario para un espectáculo en tributo a la resistencia heroica de Álex Saab, allende los mares. El régimen nos obsequia con un festejo que, a la vez, constituye una exigencia de liberación de trepidante volumen.
Significativo espacio, la plaza fue sede por varios años de un complejo comercial de piratería musical que, luego, justificó una insólita remodelación. Desvalijado hasta de sus tuberías de cobre, el espléndido detalle ornamental al pie de las miles del Centro Simón Bolívar, herencia de una dictadura, dio paso a una explanada para toda suerte de actos exclusivamente oficialistas.
Esta vez, se trata de Saab, sentado y señalado en el banquillo de los acusados, no precisamente por la deuda con una boleta de tránsito. Quizá es un gesto moral de solidaridad, por incomprensible que fuese, así lo testimonian con Carlos Ilich Ramírez, a la vez rentable, pues, en una época de violentas carestias, la absoluta gratuidad no tiene fácil visado.
Poco importa el Covid19 y las condiciones sanitarias que imperan, porque el generoso llamado es a la diversión. Después serán las cifras las que hablaran de una inaudita ocurrencia, la de hacinar a tantas personas y exponerlas, incluso, al hábil carterista de siempre.
Importa registrar estás vicisitudes que pronto perdemos, en la angustiosa agenda de la supervivencia cotidiana. Insólito que esto ocurra, pero el camarada Saab merece el tributo de solidaridad de sus beneficiarios, aunque fuese moral y a nadie le interesará su suerte, preocupados por la propia.