Jennifer Valero es una morena de sonrisa grande. Tan grande como la de su padre, Edwin “El Inca” Valero. Sus allegados le dicen que se parece más físicamente a su madre, que llevó su mismo nombre. Pero que a nadie engañe, detrás de un rostro de niña y unos ojos profundos lleva una mano pesada, herencia de la leyenda del boxeo venezolano que fue su papá.
Por: Miguel Ángel Valladares / Triángulo Deportivo
“Lo que se hereda no se hurta”, asegura el dicho aquel. Jennifer pega duro en el ring y baila sobre él cuando debe hacerlo. Nuevamente combina características de la fiera que fue “El Inca” Valero y la delicada dama que fue su mamá, de quien dice haber sacado el amor por el modelaje, el ballet y la danza.
“Todo el mundo me dice que aparte del boxeo debo ser modelo porque tengo cosas de mamá. Era una mujer muy linda, delicada, con un cuerpo bellísimo. Su cara era muy hermosa. Los entrenadores de otros estados que conocieron a mi papá me dicen que ella pudo dedicarse al modelaje pero que él era celoso. No le gustaba que la miraran”.
Aunque apenas tenía cuatro años cuando sus padres murieron, Jennifer todavía guarda recuerdos. Deja a un lado las tareas del liceo para atender una llamada que busca conocer la incipiente carrera de la hija de un personaje icónico del deporte venezolano. Uno del que muchos se atreven a decir que era capaz de vencer a Manny Pacquiao en su momento más estelar.
Casi todos la llaman por el diminutivo de su segundo nombre, Rosy por Roselyn. Su voz es pausada, a tal punto que pareciera que se toma un segundo antes de responder. Su risa sí es inmediata y explosiva, como dice que son sus golpes. Así también fueron los de su papá, el campeón mundial de peso superpluma de la AMB y peso ligero del CMB.
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