Las horas que transcurren están cargadas del simbolismo profundo sintetizado en las enseñanzas de la Semana Santa, a cuya celebración son convocados en estos días quienes comparten las creencias definitorias de la cristiandad. Tiempo que puede ser realmente provechoso en términos de reflexión y aprendizaje si, en medio del torbellino de pasiones y emociones que acogotan la cotidianidad, se hace el alto necesario para posar con atención la mirada en aquello que, por su significado intrínseco y trascendente, debería conmover e inspirar la acción transformadora, en aras de enaltecer la condición humana desde los espacios poderosos de la individualidad consciente.
Siempre recordar, para mantener la práctica, el sano proceder de alfombrar, con la hermosura atesorada en la simplicidad de las palmas, lo cual es lo único que pueden ofrecer quienes nada más tienen para hacerlo, el camino por donde la esperanza hace su entrada triunfal a la ciudad santa, aquélla que con propiedad pueda ser llamada así porque en sus calles el hombre es hermano del hombre y no su perseguidor. Que no sea frase en vano aquello de nunca perder la esperanza. Por el contrario, recibirla con júbilo justificado cuando regrese a tocar la puerta, en caso de que en algún momento se haya extraviado en el camino de la vida. El más poderoso rabí de los hombres está muy cerca de ellos: reposa en su propio corazón.
Siempre recordar que, aquí y allá, más de un sanedrín se constituirá. Confundirán, engañarán, desorientarán, tergiversarán y, lo peor, captarán. Conocen y manejan el arte de palabrear para esconder sus deseos insanos de perpetuidad. Insistentemente, demandarán que se les rinda culto, al tiempo que ocultarán la estulticia que en su fuero interno profesan. La vergüenza no les acompaña. Cada vez que la oportunidad les sea propicia se desgarrarán las vestiduras, horrorizados ante las supuestas herejías cometidas por los otros. En verdad, no importan cuantas veces lo hagan ni cuán sonoro sea el grito que en esa acción los acompañe. Al fin y al cabo, a través de las hendiduras de la tela desagarrada, quien sepa ver, reconocerá las llagas que afean su piel y su alma.
Siempre recordar que jamás dejarán de acechar quienes con un beso estén dispuestos a entregar al hijo del hombre. Nunca habrá la cantidad de denarios suficientes, no necesariamente de plata, para satisfacer el apetito que impulsa la traición. Por costumbre y razón de ser, estarán sentados a la mesa esperando el momento indicado de levantarse para marchar en pos de transitar el camino de la felonía. Sin duda, harán daño; ello es irremediable. Más de una lágrima se derramará por su acción y como consecuencia más de una injusticia se cometerá en contra del justo. Es así como sumarán al memorial del oprobio. Empero, por más grande que sea el perjurio, éste se desvanecerá frente a la grandeza de lo que con fuerza se le opone. Los que entreguen podrán ser muchos, pero más valederos, independientemente de que sean menos, serán los que se mantengan en la acera contraria. El honesto que trabaja por la reivindicación de sus iguales es el que, en última instancia, cuenta en la tarea de hacer posible el triunfo de la luz y la demostración de la verdad.
Domingo de Ramos. Fecha propicia para desearte que la paz sea contigo, amable lector.
@luisbutto3