Doce mil cuatrocientas veintitrés marcas rojas en una pared infranqueable son las podría haber marcado con desesperación en su pequeña celda Temujin Kenso. Sería la agobiante cuenta de los días que lleva encerrado en la prisión de Michigan, Estados Unidos, mientras yo tipeo esta nota. Esto solo lo imagino porque no sabemos si a Kensu le da por escribir en la pared y ni siquiera si se lo dejarían hacer.
Por infobae.com
Lo que es indiscutible es que lleva más años vividos tras las rejas que los que pasó en libertad. El próximo 23 de mayo cumplirá 58 años y desde los 23 está condenado a cadena perpetua por un crimen a quemarropa que él asegura no cometió.
Como siempre, no todos opinan igual.
¿El budista Kensu, el Ninja killer o el inocente Freeman?
Frederick Freeman es su verdadero nombre, el que le pusieron sus padres al nacer. Impresiona descubrir en los apellidos un significado paradojal con los hechos que finalmente le suceden a su portador: Freeman significa, en inglés, hombre libre. Nada menos real en la vida que justa o injustamente transita.
Cuando Freeman se convirtió al budismo y dejó su libertario nombre pasó a ser Temujin Kensu, tal como se lo conoce hoy. También vale aclarar que usar diferentes alias era algo que Kensu venía haciendo desde hacía tiempo para escapar a la policía por pasar cheques falsos, por asalto agravado con armas o uso ilegal de licencias de conducir. A este experto en kung fu, karate y tae kwon do, la cosa se le complicó de verdad la mañana del miércoles 5 de noviembre de 1986 cuando, poco antes de las 9 de la mañana, alguien le disparó al estudiante universitario Scott Macklem, de 20 años, en la cara. El escopetazo calibre 12 lo derribó al instante en el parking del Saint Clair Community College de Port Huron, Michigan.
Scott Macklem era el novio de Crystal Merrill, la ex novia de Kensu.
La policía no tenía ningún dato para empezar a investigar. Nadie había visto los disparos y los autos que describían algunos testigos eran todos distintos. Los peritos forenses no encontraron evidencia en el lugar del crimen: no había pelos, no había claras huellas digitales, no había rastros de pisadas sobre el cemento. Solo se encontró una vaina servida de la escopeta junto con una caja de municiones vacía y una débil huella dactilar sobre dicha caja.
Marche preso
Scott Macklem, el joven que cayó baleado esa mañana, había nacido en 1965. Su padre era el alcalde de un poblado rural llamado Crosswell, cercano a la universidad a la que asistía Scott. La víctima no tenía en sus espaldas ninguna historia turbia ni siquiera un delito menor. Estaba de novio con la joven Crystal Merrill, con quien estaba esperando a su primer hijo y ya estaban planeando su casamiento. Los investigadores no creyeron necesario bucear demasiado en la historia de Scott. De esto se quejará, luego, la defensa del convicto. Solo se supo que la víctima no estaba muy enfocada últimamente en sus estudios, dos profesoras dijeron que estaba a punto de perder la regularidad porque en los días previos al crimen había faltado demasiado. Pero eso no explicaba nada, los motivos para su dejadez podían ser miles, incluso el hecho de que pronto se convertiría en un joven papá.
La mañana que los investigadores entrevistaron a los miembros de la familia Macklem en el hospital donde internaron a Scott herido de muerte, estaba también su novia Crystal. La hermana adolescente de Scott le dijo a un detective que ella y Crystal pensaban que el asesino podía ser un hombre llamado John Lamar. Ese John no era otro que el ex novio de Crystal con quien había salido seis meses antes. En realidad, el nombre no era más que un alias de Frederick Freeman o, como lo seguiremos llamando, Temujin Kensu.
Crystal le dijo al detective que la entrevistó que su ex novio estaba muy consustanciado con el mundo Ninja (guerreros mercenarios japoneses) y que la había amenazado con matarla a ella y a su familia si le contaba a alguien sobre su estilo de vida.
Ocho días después de la muerte de Scott, el 13 de noviembre de 1986, Kensu fue arrestado. La que lo mantuvo hablando en la línea telefónica para que la policía pudiera detectar dónde estaba fue la misma Crystal Merrill. Kensu ya sabía que lo buscaban y estaba huyendo de las autoridades.
Sentado en el asiento trasero del patrullero, cuando era llevado por las fuerzas policiales, repetía que era inocente y que quería ser sometido a un detector de mentiras. Decía que había visto a Macklem una sola vez en su vida, cuando había visitado a Crystal meses atrás:
“Él me miró fijo varias veces. Yo le devolví la mirada y eso fue todo”, sostuvo.
El itinerario de Kensu
Cuatro meses antes de que sucediera el crimen, en el mes de julio, Kensu ya se había mudado con su nueva novia, Michelle Woodworth, a Escanaba, otra ciudad de Michigan situada a unos 724 kilómetros de distancia de Port Huron donde fuera asesinado Macklem.
Lo que él dice en su defensa es lo siguiente.
Que la madrugada del miércoles 5 de noviembre llegó a su casa cerca de las dos, luego de que su auto se rompiera en el parking de un restaurante. Cuando Macklem recibió el disparo a las 9 horas, Kensu asegura que él y Michelle (que también estaba embarazada) estaban todavía durmiendo en su casa del suburbio de Rock, en las afueras de Escanaba. Eso a cientos de kilómetros. Cerca de las doce del mediodía, Kensu y Michelle fueron en el auto hasta el centro de Escanaba y fueron al gimnasio de artes marciales. Luego, pasaron por varios negocios más y se encontraron con algunos conocidos por el camino. Por la tarde, el auto de Kensu volvió a romperse en un parking de la cadena de tiendas K-Mart. Tuvo que comprar una bomba de combustible para que se lo repararan.
La defensa de Kensu llamó a nueve testigos para sostener estas coartadas. Paul DeMars testificó que se encontró con Kensu en algún momento después de la medianoche (del 4 al 5 de noviembre) en el estacionamiento del restaurante Big Boy, en Escanaba. Kensu lo había llamado porque necesitaba hacer arrancar su auto que estaba descompuesto. Mientras cargaban la batería los hombres estuvieron conversando en el lugar hasta la 1.30. El gerente del restaurante corroboró los dichos porque los vio juntos allí.
Otro testigo fue el dueño del estudio de artes marciales, John Manelli. Relató que Kensu paró en su local al mediodía del 5 y hablaron durante una hora sobre lo difícil que era dar patadas de karate con los jeans puestos. Un tercer testigo fue un instructor de karate que dijo haber conversado ese mismo día con Kensu. Y una mujer que no lo apreciaba también declaró haberlo visto.
Más personas dieron fe de haberlos visto por la tarde tanto a Kensu como a su novia Michelle: los empleados del K-Mart y los del negocio de autopartes.
Kensu no podría haber manejado más de 700 kilómetros matar a Macklem y volver a tiempo para estar en el gimnasio y en esos negocios.
Su abogado decía que con tanta gente que lo había visto en Escanaba ¿cómo podía ser que lo detuvieran?
La compleja explicación de la fiscalía
Pero la fiscalía encontraría una ventana en la que él podría haber cometido el crimen: de la 1.30 de la madrugada hasta las 12 del mediodía del 5 de noviembre. Un testigo de la acusación, el piloto Robert Evans, afirmó que Kensu podría haber contratado un vuelo chárter nocturno (algo nada difícil en la zona) para viajar a Port Huron y volver a Escanaba a las doce del mediodía. Incluso aseguró que los pilotos privados suelen estar atentos, dando vueltas por los aeropuertos, buscando inesperados clientes.
Disparatada o no, la teoría cuajó. Desde ese día, la investigación se centró en tratar de demostrar que Kensu era el responsable.
El fiscal Robert Cleland en su declaración de apertura del juicio, en 1987, le dijo a los jurados que el motivo del crimen había sido tener bajo control a Crystal Merrill: “Kensu quería moldearla, hacerla de su propiedad, virtualmente convertirla en una esclava”.
Crystal fue llamada a declarar. Testificó que conoció a Kensu a principios de mayo de 1986 en el local de videos donde ella trabajaba. Ella justo había roto con su novio Scott Macklem. Empezaron a salir, pero duraron solo algunas semanas. Luego volvió con Macklem y unos seis meses después ocurrió el asesinato.
Crystal reconoció durante el juicio que salir con Kensu había sido “vivir en el infierno”. Detalló que él la violó, la abusó física y psíquicamente y la mantenía aterrorizaba. También aseguró que él estaba involucrado en la mafia japonesa, una organización criminal llamada Yakuza, y que pretendía entrenarla para ser parte de ellos.
“Yo no tenía idea sobre qué era verdad y qué no lo era”, dijo Crystal. Contó que una vez estando con él, en su trabajo en el local de videos, justo llamó Macklem. Kensu la amenazó con contratar a alguien para matarlo: “Me dijo ´Si no parás de mentirme te voy a matar a vos y si Macklem no deja de molestarte me voy a encargar de él también”. Crystal estaba aterrada. Kensu fue por más y le afirmó que él podía leerle la mente.
El fiscal mostró al jurado las armas japonesas que pertenecían a Kensu y lo definió como un hombre arrogante y prepotente que se autoproclamaba un Ninja. Remató contundente: “Es el individuo más peligroso que ha venido a St. Clair County,”
La fiscalía presentó tres testigos que dijeron haber visto a Kensu en el campus donde fue ultimado Macklem esa mañana de noviembre. Uno lo identificó entre unas fotos que estaban en hilera; otro, un estudiante llamado Rene Gobeyn, lo escogió entre las fotos y también personalmente entre una hilera de hombres tras un vidrio. Gobeyn testificó que escuchó un tiro y llegó a divisar fugazmente a un hombre en un auto mirando hacia abajo que se fue manejando rápido. Este testigo fue terminante: “No era alguien parecido a él. Era él”.
Kensu fue incriminado también por un convicto que compartió celda con él: Phillip Joplin. Joplin escribió una carta al fiscal diciendo que Kensu le había confesado en la cárcel ser el asesino y que se había construido una buena coartada.
La evidencia física no lo incriminaba. Nada lo ligaba con la escena. La débil huella dactilar de la caja de municiones fue cotejada con la suya y se demostró que no era de él. La vaina servida que se halló no fue testeada para ver si tenía más huellas y el arma nunca fue encontrada. Por otro lado, no había ningún registro de que Kensu hubiera tenido una escopeta y su ropa no tenía rastro alguno de pólvora.
¿Vuelo nocturno?
El mismo Kensu sostiene: “No hay ni una sola pieza de evidencia que indique que yo haya tenido algo que ver con el crimen (…). Pero a nadie le importa”, dijo desanimado.
Desde los años 80, con la llegada de los tests de ADN hubo unos dos mil presos que fueron exonerados gracias a ellos. En este caso, no hubo suficiente prueba forense hasta ahora, para poder absolverlo.
Los detectives buscaron evidencia de que Kensu hubiera alquilado un avión. chequearon los registros de los aeropuertos de las dos ciudades, pero no encontraron nada. De Escanaba no había salido ningún vuelo el día 5. ¿Podría ser que el vuelo no se hubiera cargado? Tampoco descubrieron recibos de pago por el alquiler de un vuelo ni testigos del mismo.
Pero, de todas formas, la teoría funcionó y Kensu fue condenado por homicidio en primer grado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Durante los años siguientes al juicio, hubo abogados, organizaciones como Proyecto Inocencia y periodistas que desafiaron la hipótesis del fiscal. Incluso un senador norteamericano retirado, Carl Levin, pidió su liberación; el preso Joplin, quien murió en 1998, luego se retractó de haber dicho que Kensu había confesado (lo habría hecho para obtener beneficios carcelarios) y un juez federal cambió su sentencia al descubrir que el abogado de Kensu había sido totalmente ineficaz y que nunca llamó a declarar a una testigo crucial. Esa testigo era la novia de Kensu, Michelle Woodworth.
Una coartada llamada Michelle
El fiscal de entonces, Cleland, dijo: “El punto es que todos los testigos podrían estar diciendo la verdad… pero eso no le da una coartada a Frederick Freeman (…) Si voló, pudo haber tenido tiempo de ir hasta Port Huron y volver a Escanaba. Tuvo un amplio tiempo”.
La única persona que podría saber la verdad no ha testificado jamás: Michelle Woodworth. Ella asegura que su ex novio estuvo todo ese tiempo con ella. Lo dijo ante los investigadores desde el primer día, pero los detectives no le creyeron. La acusaron de estar mintiendo y la amenazaron explicándole que el falso testimonio se pena con la cárcel.
Michelle le dijo al abogado de Kensu, David Dean, que quería testificar, pero nunca fue citada. En ese momento no insistió ni preguntó por qué no la llamaban. “Todo era sobrecogedor y yo no sabía nada del sistema legal”, se defiende.
Dean, que ya ha muerto, era un letrado adicto a la cocaína durante el juicio y, en 2001, fue inhabilitado para el ejercicio de la profesión por su abuso con las drogas.
En 1999, Michelle contó todo esto frente a un experto polígrafo que contrataron y pasó la prueba: “Desde el día uno, cuando vinieron a preguntarme sobre él y lo acusaron de haberlo hecho, yo vengo sostengo mi palabra y no puedo decir otra cosa: es completamente inocente. Sé que lo es y lo mantendré hasta el día de mi muerte”.
Más dudas, menos certezas
Con el paso de los años más dudas fueron emergiendo sobre este caso. En el año 1995, un investigador local publicó una serie de reportes donde contó que Kensu había pasado con éxito un detector de mentiras, de un examinador independiente. En ese testimonio grabado negaba haber matado a Macklem. Pero el asistente del fiscal habría dicho que ya era “demasiado tarde”.
Herb Welser, 65, detective retirado, descubrió serias inconsistencias en los reportes policiales hechos por los detectives del momento. Una de las más importantes fue que a los testigos que dijeron haberlo visto en la escena del crimen se les mostró una serie de fotos en las que una estaba puesta, en esa hilera, de una manera que la volvía más susceptible de ser escogida. Esa foto era la de Kensu. Los medios le preguntaron a la policía de Port Huron sobre el tema, pero no quisieron hacer comentarios. Además, el hombre que dijo que Kensu podía haber alquilado un chárter para volar hasta Port Huron y volver era, casualmente, amigo del fiscal y lo había llevado en su avión durante su campaña para ser fiscal general de Michigan.
El que no hubieran llamado a declarar a Michelle Woodworth fue un error crítico y serio, dijo la juez de distrito Denise Hood, porque eso impidió que Kensu tuviera un juicio justo. Como también el hecho de que el convicto hubiera cometido perjurio diciendo que Kensu había confesado. Hood aseguró que los fiscales deberían haber sabido que ese testimonio era poco creíble. La jueza ordenó que Kensu fuera liberado o que se le garantizara un nuevo juicio. Su resolución no prosperó porque un juez de una instancia superior dictaminó lo contrario.
Kensu ha perdido cada una de sus apelaciones. Mientras tanto, en estas décadas, se casó con una mujer seis años mayor Amiku Kensu, se separó y hoy está de novio con Paula Randolph.
Muchos lo creen efectivamente culpable y sumamente peligroso. Incluida la familia de la víctima Scott Macklem. Y la misma Crystal Merrill, que no quiso ser entrevistada por los medios, pero le escribió un mail a la NBC News donde dice que ella siempre creyó en la culpabilidad de Kensu: “Él es un monstruo. Después de 34 años sigo cien por ciento convencida de que Freeman/Kensu, como tantas veces me había amenazado también a mí y a mi familia, mató a Scott”.
La familia de Scott Macklem no quiso hablar con nadie. El actual fiscal del condado, Mike Wendling, tampoco. Pero trascendió que su predecesor le había advertido que dejar a Kensu libre era “muy peligroso”.
Aunque su salud también lo tiene acorralado (un tumor crece dentro de su cerebro, sus pulmones padecen una enfermedad crónica, ostenta un desorden autoinmune y su corazón está fallando) Kensu mantiene la esperanza: cree que algún día se podrá comprobar que es un hombre inocente y podrá salir de esta prisión.
Nada parece indicar que eso que desea vaya a convertirse, en el corto plazo, en realidad.