Si el amor desmedido tuviera medida, Isabel de Inglaterra y el duque de Edimburgo se saldrían de las tablas: Setenta y tantos años de matrimonio titánico, cuatro hijos, ocho nietos, diez bisnietos y otro en camino, ya que Meghan Markle está embarazada. Los números rotundos apuntan que obtendrían un percentil de cariño muy por encima de la gran mayoría. La familia numerosa que el príncipe Felipe formó junto a la reina Isabel fue un pilar, pero también un éxito personal para el Duque, que vio cómo se desmembraba la suya apenas siendo un niño y, en la orfandad de sus seres queridos, albergó en su fuero interno el sentido de familia como su ideal.
Por Hola México
Tuvo una infancia nómada en Francia, Inglaterra y Alemania como miembro de la exiliada Familia Real griega. Cuando le preguntaron una vez si aquellos días erráticos fueron inquietantes, respondió: “Bueno, vivía mi vida al fin y al cabo, no trataba de psicoanalizarme todo el tiempo”. Separado de sus padres, Andrés de Grecia y Dinamarca, que se mudó a Montecarlo cuando él apenas tenía 10 años, y Alicia de Battenberg, que fue internada en un hospital psiquiátrico, y alejado de sus cuatro hermanas mayores, que se casaron con nobles alemanes y se establecieron en Alemania, forjó en el Reino Unido el carácter, la valentía y el sentido del humor que conquistarían a Isabel de Inglaterra. Y, con el debido tiempo, se convirtió en “su roca” -de la mujer y de la Reina- como hombre fuerte, vital y, sí, eminentemente familiar: “La familia y el hogar son lo mejor de mi vida”.
Una vez casados el 20 de noviembre de 1947, en una Boda Real que fue el “toque de color” (en palabras de Winston Churchill) en la negrura de aquellos años, la reina Isabel y el duque de Edimburgo no esperaron a convertirse en familia. Al año, ya acunaban en sus brazos a su primer hijo, Carlos de Inglaterra, con el que aseguraban la sucesión dinástica. Fueron a por la parejita, a por su princesa, a la que pusieron de nombre Ana, cuando en 1950 ya estaban a punto de liberarse de chupetes, biberones y pañales. Parece que volver a empezar no intimidaba a la pareja y, más de una década después, cuando la familia parecía más que hecha (los príncipes Carlos y Ana tenían 12 y 10 años respectivamente), repitieron aventura. Volvieron a crecer con los nacimientos en 1960 y 1964 del tercer y cuarto hijo, los príncipes Andrés y Eduardo.
Nada resumiría mejor aquellos tiempos felices que esta imagen de sus vacaciones en Sandrimgham y las cariñosas declaraciones de la princesa Ana sobre su recuerdo de la infancia al lado de su padre en un documental: “Cuando todos los hermanos estábamos ocupados en crecer, quien nos contaba cuentos a la hora de dormir y jugaba con nosotros corriendo por los pasillos como otro chiquillo, era nuestro padre y no una nanny… Nuestro padre era nuestro padre, y una nanny jamás tomaba su lugar”. La princesa real Ana, que dicen que es la favorita del Duque, se permite una licencia de humor, “aunque es cierto que a veces puede ser exasperante (aquí alza la mirada con gracia)”, antes de concluir: “Es muy cariñoso con nosotros y con sus nietos”.
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