“El miedo se desparramó más rápido que el virus, que incluso tiene una alta velocidad de contagio”.
Luis Gonçalvez Boggio
El miedo puede definirse como un sentimiento, estado afectivo o sensación que provoca una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o un mal que realmente amenaza, o incluso por males y riesgos sospechados o imaginados. Hannah Arendt, en su obra de obligatoria lectura “Los Orígenes del Totalitarismo”, sostenía que el miedo, inducido desde el poder, paraliza a las sociedades, las anestesia, insensibilizándolas ante la “banalidad del mal”; y establecía una diferencia cualitativa importante entre tiranía y totalitarismo: la tiranía produce miedo, el totalitarismo produce terror; de lo que podríamos inferir que en el caso de Venezuela, se produce una fusión de ambos. Dura, muy dura nuestra realidad.
Más de dos décadas de sometimiento a la obediencia de la ciudadanía mediante la coacción, y el amedrentamiento para que no pueda organizarse, utilizando, para tratar de alcanzar sus nefastos objetivos, esas lecciones que dejaron regímenes totalitarios del pasado siglo: el miedo a la represión; el miedo a los castigos físicos y morales; miedo a ser expulsados del puesto de trabajo; miedo a ser despojado de su propiedad. Miedo a la cárcel; que se lleven a tus hijos. Y esto sucede porque el régimen emplea toda su maquinaria en disgregar las fuerzas que puedan poner en peligro su permanencia en el poder, consolidando, de tal manera, la perversa usurpación.
Sin embargo, frente a tanta ruindad, se ha logrado romper el miedo al régimen opresor y la lucha no se ha detenido, pues la mayoría de nuestra noble y corajuda sociedad, con sus partidos políticos, sus gremios y sindicatos, sus estudiantes y esa cantidad de incorruptibles militares hoy en prisión, no le han dejado el campo abierto al modelo de dominación que nos conduce por tan nefasta senda.
Ahora, se nos presenta otro miedo. El miedo a la pandemia. A ese virus que hace estragos; al contagio, a la muerte, a la muerte de otros, al aislamiento, al confinamiento, a la soledad. A lo que significa que terminemos en un hospital público sin recursos o en una clínica privada donde no podremos costear ni los exámenes preliminares.
Miedo a la proximidad, a estar cerca del que tose o se ese que estornuda; hasta aparecen casos de hafefobia (que consiste en el miedo irracional a ser tocado por alguien o por algo o a tocar algo) miedo al que anda por la calle sin conciencia ni tapabocas; a que esto se está prolongando y no se tiene ni la menor idea de su final. Miedo ante la pérdida de nuestros seres queridos y la posibilidad de no poder despedirlos como parte de una tradición arraigada en nuestra sociedad.
El miedo al riesgo y a la incertidumbre, a un virus desconocido y hasta ahora sin cura que pone a prueba nuestra fe, nuestras creencias, nuestra fuerza de voluntad, nuestro coraje y nuestra capacidad de resiliencia, que no de estoicismo. Miedo a no ser vacunados a tiempo, por la comprobada irresponsabilidad de un régimen perverso que ha podido evitar tantos y tan mortales contagios de haber sido previsivo. El miedo es importante, nos avisa del peligro, pero también nos paraliza, y también nos lleva a cometer acciones en dirección opuesta a nuestras creencias, acciones de las que luego nos arrepentiremos.
A propósito del miedo que ahora nos embarga, explica el profesor Luis Gonçalvez Boggio, magíster en Psicología Clínica y autor del libro Trauma y pandemia. Efectos psicosociales e intervenciones clínicas: “El miedo es un afecto asociado a lo instintivo y a la sobrevivencia y por ello penetra y se expande en la malla social con mucha capacidad expansiva, el miedo es muy manipulable y se mueve en un gradiente que, en sus extremos, puede ser nuestro principal enemigo. Por un lado, el congelamiento del shock emocional que nos paraliza y nos anestesia; por el otro, el pánico que nos lleva a una zona de descontrol. A nivel de masas vende y esclaviza cuando está amplificado por distintos dispositivos”
Si la pandemia del Covid-19 nos conllevó a una crisis sanitaria, ahora que estamos en su rebrote, y con una cepa denominada brasileña, y casi nadie duda de que nos estemos aproximando a una seria crisis de la salud mental. Se hace urgente entonces, prepararse para evitar el incremento de las enfermedades mentales como consecuencia de la pandemia.
Ahora bien, cuando las personas tienen miedo, buscan información para reducir la incertidumbre, y resultan entonces las redes sociales, esas ventanas que nos permiten echar una ojeada al acontecer… y es allí donde podríamos estar expuestos a otro tipo de contagio, causado – tal como lo afirman los psicólogos sociales – por la Covidien-19 esa pandemia e “infodemia” (sobreabundancia de información, no siempre veraz) a la vez.
Luego, la sobreexposición a la información sobre este COVID, que si bien no padecemos de hipocondría, corremos el riesgo, ante tantas noticias fatalistas o distorsionadas de la realidad y sobre la posibilidad de llegar a padecer esta enfermedad, que terminemos somatizando y experimentando síntomas de este coronavirus sin padecerlo.
En cierta medida, el miedo es un aliado ante la difícil situación a la que nos estamos enfrentando desde hace más de un año, ya que es la señal de alarma que modera la acción y antepone la cautela. Se hace fundamental reconocer el miedo, aceptarlo y crear espacio para otro tipo de emociones positivas que limiten la expansión del temor.
Se hace fundamental reconocer el miedo, aceptarlo y crear espacio para otro tipo de emociones positivas que limiten la expansión del temor. En estos tiempos que nos toca vivir, de incertidumbre, pandemia y oscuridad, hay que conservar la luz que genera lucidez, que ilumina los caminos arriesgados y contagiados que hay que recorrer, si no con certidumbre, al menos con dignidad.