En Cuba, la sagrada escritura comunista sentencia que el pueblo debe defender la revolución, aun al precio de quedar condenado a la infinitud de la miseria, principio que ha corroborado el VIII Congreso del Partido Comunista Cubano, con su mandato de preservar la ideología que ha sustentado su poder omnímodo durante seis décadas. Para asegurar su perdurabilidad y vigilancia, la gerontocracia saliente, encabezada por Raúl Castro y Ramiro Valdés, fundador del siniestro G2 y mejor conocido por su apodo sanguinolento, han armado celosamente un estado mayor, en apoyo al presidente Miguel Díaz-Canel, cuya fortaleza estratégica es la contra inteligencia, a conciencia de la marea de desespero y rebelión latente en la inmensa mayoría de los cubanos, que crece y se manifiesta cada día.
Las expectativas que existían de reformas o aperturas en ese congreso ante la tragedia social y la muerte por hambre agravada por la pandemia, fueron descartadas al aplicarse el primer mandamiento de la revolución: lo que es bueno para el Partido Comunista es bueno para Cuba.
El hambre campea en todo el territorio con mayor rigor que cuando desapareció la mesada soviética en 1990. Con el arribo del chavismo al poder, el castrismo parasitario contó durante casi tres lustros con nuestra vigorosa chequera de petrodólares. Pero la ruina de la Venezuela socialista ha dado origen a un nuevo “periodo especial”, en el que, a decir del propio primer ministro cubano, “la hambruna está al doblar de la esquina en toda la isla”. Hoy, conseguir un kilo de arroz es una transacción de mercado negro y no hay miramiento por alimentos en regular o mal estado, declaran madres cubanas…
En la competencia socialista por sembrar hambre no se rezaga nuestra banda gobernante: la Encuesta del Observatorio Venezolano de Seguridad Alimentaria y Nutrición, publicada este 23 de abril, revela que solo 9% de los hogares venezolanos gozan de seguridad alimentaria.