Tengo que comenzar diciendo que ha sido una semana agitada, sobre todo en las redes sociales, se ha evidenciado una total irracionalidad hacía la muerte y el calvario de varios personajes. Podemos prejuzgar las acciones, repartir culpas y hasta condenar a las personas, pero eso jamás nos liberará del sufrimiento.
No quiero desviarme del eje central de lo que me motiva a escribir estas líneas, espero en los próximos días hacer otros escritos de lo ocurrido durante esta semana, que gracias a Dios, concluye con un evento esperado por todos los venezolanos desde hace mucho tiempo: la beatificación de José Gregorio Hernández.
El médico de los pobres como también se le conoce, vivió en una época muy agitada, pudiéramos decir que mucho más que está, pero es mejor enfocarnos en lo realmente medular.
Nacer en una Venezuela rural no es nada fácil, José Gregorio llegó a este mundo en un país retrasado, con un alto conflicto político y social, aun cuando en los Andes no sufrió tantos embates por las guerras civiles del siglo XIX, era evidente que crecer y desarrollarse en muchos aspectos, era algo complejo.
Por eso, su padre don Benigno, decide mandarlo de su natal Isnotú, en el estado Trujillo, hasta Caracas; un trayecto que lo llevará hasta la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, para de allí recorrer las costas venezolanas hasta llegar a La Guaira y pasar a la capital de la república.
Diez años vivirá en Caracas, estudiando primero el bachillerato y luego la carrera de medicina, rodeado de libros, dando sus primeras clases en aritmética y llenándose de una profunda vocación religiosa. Graduado de médico volverá a su tierra, por menos de un año, cuando será enviado a Europa, para estudiar varias materias científicas, con el objetivo de modernizar la medicina venezolana.
Llegó de vuelta a la patria, con el conocimiento científico acorde, y la adquisición de los materiales para fundar cátedras tan necesarias como la de bacteriología y fisiología en la Universidad Central de Venezuela; e incluso introdujo el uso del microscopio en Venezuela, así como enseñó sobre su uso y manejo.
Compaginó su labor docente con su servicio a los más vulnerables, y cultivó su fe, asiduo a las misas y a la oración constante. Intentó ser un monje cartujo, pero el clima extremo de la Toscana le quebrantó la salud, obligándolo a retornar a su vida laica.
Durante su vida, verá la dura agitación de un país que cambiaba constantemente de presidentes por vía insurreccional, así como las terribles enfermedades que padecía la población, muchas de las cuales eran sentencias de muerte. Las más fuertes fueron la epidemia de paludismo de 1916 y la de la gripe española que inicia en 1918.
Su abnegado servicio inspiró a muchos, su trágica muerte fue una honda herida en la población caraqueña, sintieron que habían perdido a alguien que se preocupaba por ellos y que los atendía de manera desinteresada.
Hoy nos llenamos de júbilo, por fin José Gregorio Hernández será elevado a los alatares de la cristiandad. No es casual que ocurra en estos tiempos: con un Papa latinoamericano y una pandemia que nos azota, eso sin mencionar la profunda herida que tenemos como sociedad por la crisis.
Nuestros médicos inspirados por la figura de José Gregorio, atienden a los enfermos en las peores condiciones, muchos han muerto cumpliendo su deber, a ellos debemos honrarlos y ponerlos en manos de su colega que tanto hizo por Venezuela.
Es necesario sanar nuestras heridas, demasiado profundas, pedirle al médico de todos, que nos sane como sociedad. Él sabe lo que es vivir bajo la sombra del autoritarismo y la tiranía, males que aquejan a los que detentan el poder; es necesario que se sanen de esa terrible enfermedad.
El tiempo de José Gregorio podemos ubicarlo en el pasado, pero este también es su tiempo. Su figura está reflejada en los médicos y enfermeras que atienden a los pacientes por el COVID-19, también en aquellos que defienden a las víctimas de los abusos del poder, y en los hombres y mujeres que trabajan por darle el pan a los más necesitados.
Aquel José Gregorio que recorrió a mula Los Andes, caminó por Caracas y murió cumpliendo su deber, está encarnado en todos nosotros que anhelamos curar el alma de Venezuela y construir un mejor futuro donde la hermandad y concordia sean la regla, no una excepción.
Rafael G. Curvelo E.