El rector del CNE Enrique Márquez declaró: “Espero que la clase política pueda estar segura de que puede participar y de que efectivamente habrá un proceso medianamente transparente en el cual puede entrar y aprovechar para poder ocupar posiciones institucionales importantes en la próxima elección, y en la próxima de arriba también”[1]. Esta declaración produjo un revuelo de opinión pública que no cesa. Yo escribí un tuit que dice: “No hay que exagerar: elecciones medianamente decentes, para gente medianamente ciudadana, por parte de dirigentes medianamente imbéciles”. Este tuit fue respondido por el dirigente político José Luis Farías: “Siento risa de las agresiones del extremismo en las redes, pero cuando es un intelectual como @carlosblancog el que llama «imbéciles» a quienes defendemos la participación electoral, y es celebrado por otro intelectual @rapinango, siento pena ajena”.
1- Desde luego, no quise insultar a Márquez, al menos por dos razones: no es mi estilo y, además, lo conozco: alguna vez me reuní con él en tono cordial hace unos años. A lo que me refiero es al ecosistema que considera que Venezuela puede querer, aceptar o tolerar, unas elecciones mediocres. Esta visión no la pueden concebir sino una visión mediocre de los dirigentes que consideran a los electores también mediocres. En el mundo de la mediocridad el tuerto es rey.
2- “Un proceso medianamente transparente” es una rendición antes del vamos. Es un proceso que NO es transparente, que no es limpio, libre, ni justo. Supongamos que fue un desliz verbal, aunque como sabemos desde Freud, los lapsus linguae revelan más de lo que ocultan, y dicen desde adentro lo que el nivel consciente quiere callar. En todo caso, en las condiciones de Venezuela las elecciones convocadas para noviembre son ilegítimas, convocadas por un CNE ilegítimo producto de una Asamblea Nacional ilegítima, tal como la oposición en su casi totalidad consideró el bodrio emanado de las elecciones de Maduro el 6 de diciembre.
3- Sin embargo, asumamos esa frase abusada en la política venezolana, la de ir a “la fiesta electoral” con “el pañuelo en la nariz”. Aprovechar la rendija como reza el mantra del colaboracionismo con el régimen de Maduro. Tal tesis ha sido impulsada por un sector minoritario de la oposición en sus tratativas con el régimen y debido a la presión de factores internacionales muy poderosos ha ablandado a otros, cuya presentación en escena está por verse; mismos que juraron por este puño de cruces que “jamás ni nunca”, participarían en estas elecciones.
4- Aceptar unas elecciones que no serán transparentes es, fundamentalmente, una ofensa a los ciudadanos a los que se convoca a participar. Es despreciar a la gente que, a falta de sanidad electoral, deben conformarse con las sobras que caigan desde la mesa de negociaciones. La pregunta de fondo es si es posible una elección limpia. La respuesta que suelen dar ahora los que las promueven es: no, pero hay que hacerlo porque no hay otra opción. Esto tendría sentido si formaran parte de un plan general destinado a reemplazar el régimen estilo plebiscito de Pérez Jiménez en 1957 e insurrección en enero de 1958, o referéndum de Pinochet que desató las energías para su cambio, con las elecciones presidenciales subsiguientes. En este caso lo que hay es la preparación del camino al referéndum revocatorio y a elecciones en 2024, no al cambio de régimen. No hay una estrategia de cambio sino de cohabitación. Unos complacidos y otros –aseguran- forzados por las circunstancias.
5- En esta estrategia electoral hay varios problemas. Uno de los más relevantes es que salvo Capriles y quienes concurrieron a las elecciones de Maduro en diciembre pasado, todos denunciaron tanto ese evento como el que ya comenzaba a trajinar el régimen para este año. Lo que puede conducir a un desplome aún mayor de los dirigentes que ahora se monten en el carrusel electoral. Caso similar al abandono del “cese de la usurpación” sin explicación alguna, lo que fue factor decisivo en el deterioro profundo de la figura de Guaidó como líder. Pasar de “elecciones este año con este régimen, jamás”; a “estamos considerando actuar unitariamente, lo que significa tal vez”; a aterrizar de barriga y a trompicones en la fiesta del CNE, es como demasiado.
6- El drama de todo esto es que es verdad que las elecciones de noviembre serán “medianamente transparentes”; es decir, no serán elecciones limpias y la participación no se inscribe en una estrategia diferente a la de seguir por este camino sin plantearse en serio el cambio de régimen por parte de sus promotores. Repito: participar en elecciones dentro de una estrategia de cambio, es una cosa; hacerlo para seguir la comparsa, es otra.
7- La estrategia de los opositores que participan de estas elecciones venideras no solo desdice de todo lo que han dicho y con lo que han logrado más o menos respaldo social, sino que es confeccionada desde la derrota y para la derrota. No sólo dicen “estamos mal”, Maduro nos ganó esta partida; sino que las precondiciones electorales de las cuales se ha hablado también se buscan “medianamente”. Recuérdese que se habló de precondiciones como los siguientes: libertad de todos los presos políticos civiles y militares, regreso de los exiliados, cese a la censura contra los medios de comunicación, suspensión de los juicios e inhabilitaciones contra los opositores (no sólo los que hablan con el régimen), frenar la acción de los colectivos, impedir el papel partidista de los militares, entre otras demandas.
8- Respeto a quienes se plantean votar en estas elecciones. Es su decisión y su derecho. Lo que creo es que debe estar claro que elecciones chimbas en un marco de permanencia del régimen, solo redituará en “legitimidad” para Maduro y posiblemente en suspensión de algunas sanciones, lo que fortalecerá al régimen y debilitará aún más a la oposición.
9- Puedo equivocarme, por supuesto, y ojalá que las victorias electorales reconocidas allanen el camino a la libertad; mientras tanto, recuerdo cuando la oposición iba a ganar mínimo 18 gobernaciones en 2017, se ganaron 5 y los 4 gobernadores que se sometieron a la Asamblea de Maduro perdieron todas sus atribuciones. La sola y digna excepción fue la de Juan Pablo Guanipa que se negó a bajar la cabeza.
10- Mientras tanto, como gato hambriento en búsqueda de suculentos ratones, ronronea el “poder comunal”, engendro para acabar con cualquier vestigio de descentralización, de gobernadores, alcaldes et tutti quanti.