Es un cuadro patético, por decir lo menos, esa figura representada por quien ostenta, por largo periodo, la jefatura de un componente militar que desgraciadamente ha sido politizado desde que se lo convirtió en un eslabón de la falsa revolución que tiene en el ala castrista, en Cuba, su mayor inspiración. Resulta por demás insólito que, a los soldados de nuestro país sean involucrados en un pleito por las rutas del narcotráfico ubicadas en el eje fronterizo Arauca-Apure. Porque esa es la verdad, se trata de una guerra a muerte entre los grupos que giran en torno a la FARC y al ELN, que se están matando por mantener a sus servicios particulares esos espacios para continuar traficando drogas.
Ya se ha sabido de militares venezolanos que han sido asesinados y cuyos cadáveres ni siquiera fueron retirados de esos campos de batalla, tampoco asisten a los heridos a quienes abandonan a su peor suerte. Es el grito de “sálvese quien pueda”, en medio de un bandidaje que se aniquilan entre sí, como supuestamente sucedió con el narcoguerrillero Santrich, dado de baja en territorio nacional.
La misma sentencia a muerte de antemano tienen sobre su destino los policías que mandan a lidiar con las megabandas, como la del Coqui, que en más de una oportunidad ha puesto a correr a los funcionarios que se han visto obligados a desplazarse a la Cota 905 de Caracas, en donde se atrincheran los integrantes de esas células delincuenciales. El grito que también escuchan esos policías es “sálvese quien pueda”.
En los centros de salud, los médicos, enfermeras y demás integrantes del personal que labora en esos hospitales, en los que no hay por lo general, ni agua potable para lavarse las manos, ni la indumentaria para protegerse mientras cumplen sus tareas de salvar vidas, también retumba ese grito de “sálvese quien pueda”. Vale agregar que igual riesgo corren los educadores a los que se les exige que retomen los programas de educación presencial en un país en donde no se termina de vacunar a los venezolanos que cada día están más expuestos a perder la vida ante la arremetida de una pandemia que avanza como una tromba.