El 16 de junio del próximo año (2022) se cumplirán cincuenta años de la Primera Cumbre para la Tierra (Estocolmo 1972) donde por primera vez se planteó la cuestión del cambio climático. Veinte años más tarde (Cumbre de Rio 1992) se aprobó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y en 2015 se logró el Acuerdo de Paris, donde 190 países firmaron el compromiso de evitar un aumento superior a 1,5 grados en la temperatura global. Un objetivo y acciones programadas de manera soberana por cada país que se lograrían con una fuerte reducción de las emisiones CO2. De allí se derivó el concepto de Net-Zero emisiones de CO2, que en términos simples significa no añadir nuevas emisiones a la atmósfera o alcanzar un equilibrio entre la cantidad de emisiones y lo que se logra absorber o capturar de la atmósfera. Así que la Unión Europea, Japón y la República de Corea, tres de los más grandes emisores, y que cuentan con un importante respaldo ciudadano y político interno, se han propuesto alcanzar Net-Zero emisiones para 2050, junto a otros 110 países. En cuanto a los dos mayores emisores: China dice que lo hará para 2060 y los Estados Unidos, en su reciente reingreso al acuerdo de Paris, anunció que se propone para 2030 reducir las emisiones entre 50% y 52% en comparación con los niveles de 2005, como paso previo a su propio “Net-Zero emisiones en 2050”.
En resumen, frente al cambio climático, las grandes potencias industrializadas, junto a las Naciones Unidas y al resto de la compleja institucionalidad internacional necesitaron casi cincuenta años para ponerse de acuerdo en una estrategia con el foco de atención puesto en las emisiones de CO2 provenientes de quemar combustibles de origen fósil. Un acuerdo con cronograma para una transición energética que modifique radicalmente el complejo modelo energético que se desarrolló con la industrialización del mundo.
La clave en el curso futuro de la estrategia depende de China, así que el éxito se medirá en tanto nos aproximemos al año 2060, pues China y una buena parte de Asia continuaran su proceso de desarrollo industrial. Así las cosas, lo que se espera es una reducción muy importante de la cantidad de carbón quemado para fines energéticos y, en menor proporción, la quema de petróleo y sus derivados líquidos; mientras que el gas sufriría una reducción de poca significación o incluso aumentaría su participación relativa en la matriz energética mundial, pues se acepta que forma parte de la transición, gracias a su relativa menor emisión de CO2. La evolución de la estrategia también está atada a la dinámica política interna de los Estados Unidos, entre el trumpismo negador del cambio climático y las diversas corrientes internas que le disputan el poder político y las orientaciones al respecto del cambio climático.
De tener éxito la estrategia, en el modelo energético mundial alrededor de 2050-2060, las energías primarias provenientes del sol y el viento tomarían una parte importante de la demanda de energía para producir electricidad. Dado que buena parte del transporte terrestre, tanto masivo o público como individual, estará propulsado por motores eléctricos y baterías. También, gran parte de las viviendas y edificios que se construirán en las próximas décadas aportarán una parte de la capacidad de generar electricidad, en su mayor parte para autoconsumo y para aportar un margen de la energía que demandarán los sistemas de distribución. El desarrollo de la producción y el consumo de hidrogeno para fines energéticos probablemente tomará entonces una proporción de los mercados de energía cuya estructura más o menos “definitiva” se espera que llegará para finales de siglo XXI.
Ahora bien, no olvidemos que de los hidrocarburos también se puede obtener hidrógeno y que existen las tecnologías para la conversión de carbón mineral en gas y en líquido, así que sólo se necesita los desarrollos que haga económicamente factible su producción en gran escala, como ya se está haciendo en Sudáfrica y en otras partes. Entonces, los combustibles fósiles seguirán satisfaciendo una porción del total del consumo mundial de energía. Esto dentro del contexto de una demanda de energía que seguirá creciendo junto con la población mundial: según la ONU se estima en 2050 la población mundial alcanzará los 9.700 millones de habitantes y 11.200 millones en 2100. La cifra es difícil de precisar hoy, pero probablemente no será inferior al 20% ó 25%, cuya demanda provendrá significativamente de las regiones más atrasadas de la tierra y de la industrialización de los hidrocarburos para producir plásticos y otros muchos usos, pero con tecnologías de captura de carbono.
En cuanto a los recursos en hidrocarburos y minerales de Sudamérica, la región posee más de 330.000 millones de barriles de petróleo (MBP) de reservas probadas de petróleo, segunda mayor del mundo después del Medio Oriente. Lo que le permitiría producir hidrocarburos durante 90 años a la tasa actual de explotación de aproximadamente 10 MBP diarios. También posee casi el 5% de las reservas probadas de gas natural del mundo (10 billones de metros cúbicos). Venezuela es por mucho la más favorecida en cuanto a esas reservas probadas, aunque está paralizada por el caos actual que la domina. Pero el resto de la región posee importantes reservas de hidrocarburos de esquisto, sobre todo gas, distribuidas entre casi todos los demás países de la región. Considerando sólo el conjunto de Argentina y Brasil, la región tiene reservas probables de gas de esquisto equivalentes a otros 29 billones de M3. Brasil produce actualmente 3,5 MBPD, y en su costa sobre el atlántico sur se estima que hay unos 200.000 millones de barriles de petróleo y gas. En resumen, todos los países de Sudamérica son actuales o potenciales productores de hidrocarburos. Por otra parte, casi todas las empresas estatales de petróleo y gas de la región se ubican entre las primeras 30 mayores productoras de petróleo y gas del mundo. Y en cuanto a la petroquímica, principalmente plásticos, Sudamérica cuenta con una capacidad de producción de 48 Millones de Toneladas Métricas Anuales, donde el principal país, por mucho, es Brasil, seguido de Argentina, Venezuela y Colombia.
En cuanto a los plásticos, estos no sólo se seguirán utilizando para proteger las celdas solares, sino que pueden servir como material fotovoltaico y con ciertos plásticos se pueden crear “nanohilos” a lo largo de los cuales las cargas eléctricas puedan viajar de forma más eficiente. Los plásticos pueden ser flexibles, ligeros y extremadamente finos, podrían imprimirse en paredes, ventanas y otras superficies, incluidas las curvas, produciendo a menor precio las celdas solares. En cuanto a las turbinas eólicas, las aspas de plástico ligeros son más duraderas y aerodinámicas, y revestidas con plásticos diseñados para imitar las plumas de los pájaros, aumentan la velocidad de los aerogeneradores y los hacen menos ruidosos.
Los recursos mineros de la región son también muy importantes, incluyendo a los absolutamente necesarios para las principales tecnologías de la transición energética (solar, viento, baterías y automóviles eléctricos) particularmente cobre, litio, níquel y tierras raras. La distribución de esos recursos mineros en Sudamérica es diferente a los hidrocarburos. En el caso del cobre, Chile está sin duda en el primer lugar, y en cuanto al litio, los más favorecidos son Argentina, Bolivia y Chile. Las tierras raras están sobre todo en Brasil que posee el 17,5% del total mundial, en el tercer lugar después de China con el 36,67% y de Vietnam con el 18,33%. Se estima que de alcanzarse los objetivos de Net-Zero carbono para 2040 y 2050, la demanda de estos minerales se multiplicará por 2 ó 4, y hasta por 6 en el caso del litio.
Así que Sudamérica está frente a otra gran oportunidad para construir un desarrollo económico, industrial, social, institucional y ambiental. Pero necesita, por una parte, poner punto final a la visión tímida del desarrollo industrial que ha monopolizado la imaginación de los gobernantes de la región. Se necesita un imaginario mucho más atrevido, particularmente para los jóvenes entre 15 y 50 años (más del 50% de la población según CEPAL). Esos que son capaces de soñar con un mundo mejor y tienen la fuerza para embarcarse en la construcción de una economía mucho más estable, en línea con la solución de los problemas del cambio climático y la polución y por tanto más segura para ellos y su descendencia. Y eso pasa por superar la exportación de materias primas con la simple idea de un alto y rápido ingreso cuando en otra parte del mundo hay algún éxito de desarrollo. Una estrategia que siempre ha terminado en una crisis y en una tragedia social y política, como la que de nuevo padece la región desde hace más de un lustro, cuando se puso punto final al boom de la materias primas provocado por China.
Por otra parte, la clase política necesita confiar más en la empresa privada, tanto nacional como extranjera, en su capacidad innovadora para explotar los recursos de hidrocarburos y minerales, pero en línea con “Net-Zero emisiones de CO2” y en su capacidad para embarcarse en la estrategia de agregar valor a los recursos de hidrocarburos y minerales. Sólo así se podrá aprovechar la gran ola de la transición energética que el mundo está obligado a desarrollar durante el resto del siglo XXI. Pero hay que dotar a las instituciones educativas, particularmente a las universidades, de la fuerza económica y de una ambición que les permita asumir la tarea de formar millones de científicos, ingenieros y profesionales de todas las disciplinas que se necesitarán. Y es importante que la política pública y sus mensajes sean suficientemente atractivos para que miles de científicos, ingenieros y profesionales de todas las disciplinas y en todas partes del mundo, vean en Sudamérica una oportunidad para satisfacer su búsqueda de crecimiento. Sólo así se puede realizar la ambiciosa tarea de romper con la trágica acumulación de ciclos de abundancia vendiendo materias primas, seguidos de las terribles crisis económicas, sociales y políticas que han sumido a Sudamérica en la tristeza y la desesperación y amenazan con llevarla al caos, como en Venezuela.
Arnoldo Pirela, PhD, es profesor titular emérito de la Universidad Central de Venezuela e investigador del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes)