Karl Popper, en uno de sus trabajos, afirmaba – en contra de los historicismos– que el curso que siguen los acontecimientos humanos no podemos predecirlo. Al observar el desarrollo reciente de la política en nuestro patio latinoamericano, ¿podemos o no predecir lo que no se nos viene encima, habida cuenta de las experiencias previas? Algunos rememoran la teoría del péndulo. Así, en Latinoamérica, estaríamos hoy reiniciando un ciclo, esta vez de la derecha a la izquierda, nuevamente, de cara a los eventos políticos que tienen lugar en Perú, Brasil, Colombia y Chile. Se pretende hacer paralelismos entre circunstancias disimiles. Peruanos, colombianos y chilenos alertan sobre la eventual clonación en sus países del trágico fenómeno venezolano. Aunque se pueden identificar semejanzas, cada país tiene sus rasgos específicos, desenvolvimientos propios, que no nos llevan necesariamente a asegurar la reedición que muchos temen. Desde Venezuela, sin duda, se ha querido proyectar un modelo político, que en el fondo es un refrito edulcorado de una vieja y fracasada ideología, aderezada con militarismo. Se buscaba replicar una experiencia, que se ha mostrado, a ojos vista, nefasta. La propuesta de iniciar un proceso constituyente y redactar un nueva Constitución para supuestamente sentar las bases institucionales de las transformaciones que requería Venezuela, se volvió un modelo a seguir por otros, llamado “Socialismo del siglo XXI”. El mecanismo electoral democrático fue el instrumento utilizado para luego desnaturalizarlo, corromperlo, instaurando un régimen autoritario con vocación totalitaria.
Obviamente, el trabajo de destrucción de la democracia venezolana fue facilitado por la marcha decadente de los partidos políticos, a los que parte importante de los venezolanos dejó de apoyar, no siempre por razones valederas. Rasgos reiterados de la crisis política latinoamericana son el descrédito y el desafecto hacia las organizaciones partidistas. Es el denominador común a lo largo y ancho de nuestro hemisferio. Este caldo de cultivo propició el surgimiento de movimientos políticos, organizados unos, y espontáneos, otros, sin experiencia, antipolíticos y populistas, a los que une el repudio, en algunos casos, irracional, a las ejecutorias de los partidos tradicionales, que no han sabido sintonizar con los nuevos tiempos y las demandas sociales más sentidas. Los países latinoamericanos que están viviendo serios trances políticos no están condenados a ir por el camino desastroso que ha recorrido Venezuela. La mayoría de los Estados de esos países no tienen el peso del que ha dispuesto el de Venezuela.
Esto da a esas sociedades civiles una ventaja no desdeñable para contrarrestar los eventuales abusos que desde el poder estatal grupos políticos autoritarios puedan cometer. El caso chileno, en particular, vistas las resultas de su proceso electoral reciente, no deja de preocupar, sobre todo, por las propuestas que lanzan las fuerzas vencedoras. Creer que de manera mágica se cambiará el país por una nueva constitución es un grave error. Puede traer una enorme decepción, que pondría en riesgo avances importantes alcanzados por ese país. El proceso constituyente venezolano fue un fracaso. ¿Se replica en Chile, Colombia o Peru la amarga experiencia de Venezuela? Veremos.