Debería preguntarse el Presidente por qué se construyó el muro de Berlín. No se edificó para que los alemanes occidentales no pudiesen entrar al “paraíso” socialista. Se construyó para que los alemanes orientales no pudieran huir del infierno socialista.
De la misma manera, debería saber que los balseros que se arriesgaban a navegar hasta la costa del capitalismo “salvaje” que hay en EE.UU. no lo hacían porque eran turistas apurados que perdieron el avión. Eran cubanos que no soportaban vivir en la dictadura socialista.
Por cierto, fue el capitalismo tal cual lo conocemos antes de la pandemia el que logró desarrollar en tiempo récord la vacuna contra el COVID-19 y producir en gran escala esas vacunas. En menos de un año se aplicaron más de 2.000 millones de dosis y se produjeron muchas más. No fue la “gotica” del chavismo que encarna ahora Maduro el que desarrolló y logró vacunar a miles de millones de personas en el mundo, ni el comunismo cubano. Fue ese capitalismo “salvaje” que pretende cambiar el presidente.
Retórica sin fundamento
En rigor, los políticos “venden” que ellos tienen el monopolio de la solidaridad y que el resto de los seres que no están en la política, son todos unos insensibles que nada hacen ante los problemas de la gente. Por eso, siendo ellos los que tienen el monopolio de la solidaridad vienen a hacer justicia social y a quitarles a los egoístas para darle a los más necesitados. Al mismo tiempo que “venden” que son los únicos seres solidarios sobre la tierra, también le dicen a la gente que unos son pobres porque otros son ricos. La riqueza de unos tiene como consecuencia la pobreza de otros.
En parte esta afirmación es cierta cuando se trata de la riqueza de los corruptos, quienes utilizando los resortes que otorga el poder del Estado, logran amasar fortunas que, como tales, tienen que fugar vía testaferros. Esa corrupción implica quedarse con los recursos de los contribuyentes, sumergir a la población en la pobreza y, luciendo sus relojes de oro de miles de dólares comprados con el fruto de la corrupción, se llenan la boca con la palabra solidaridad para poder cobrarle impuestos a los que más tienen.
El capitalismo es un sistema totalmente diferente que le desagrada a la mayoría de los políticos por dos razones:
1) Porque reduce las posibilidades de corrupción. No las elimina por completo, pero la lleva a una mínima expresión. La razón es muy sencilla. Bajo un sistema capitalista, el funcionario público no tiene el poder de decidir quién gana y quién pierde; ni maneja gigantescos recursos del contribuyente. El intervencionismo, el estatismo y el Estado benefactor es el gran negocio de los políticos corruptos.
Dado que el burócrata de turno no tiene el poder de firmar a quién le otorga un subsidio, una protección o cualquier otro privilegio para no competir, no tiene cómo coimear. No puede “vender” proteccionismo o subsidios, con lo cual se reduce a una mínima expresión las posibilidades de cohecho. No puede “vender” privilegios. Se queda sin el negocio de definir quién gana y quien muere económicamente.
¿Cómo obtiene sus beneficios el empresario bajo un sistema capitalista? Produciendo bienes y servicios que satisfagan las necesidades de los consumidores al precio máximo que la gente está dispuesta a pagar. Bajo un sistema capitalista las ganancias no provienen de la corrupción como ocurre con los “sistemas solidarios”.
En un sistema de “solidaridad estatal y regulaciones” las ganancias del empresario provienen de ganarse el favor del funcionario de turno que tiene el poder de otorgar privilegios. Un sistema intrínsecamente corrupto e ineficiente porque no produce lo que la gente necesita. Por el contrario, es un sistema basado en la máxima explotación del consumidor al que se le restringen las posibilidades de elegir. El consumidor es un cliente cautivo del empresario prebendario cuyo negocio es ganarse el beneficio del burócrata.
2) El capitalismo le quita al poder político la posibilidad de generar una clientela cautiva, dado que se mantiene con el fruto de su trabajo. Bajo un sistema capitalista, la gente vive de su esfuerzo personal. Tienen la dignidad de mantener a su familia gracias a su trabajo. Esto hace que no dependa de la dádiva que le otorga el político de turno para poder alimentar a su familia. El viejo proverbio chino que le asignan a Confucio dice: “si le das un pescado a un hombre, lo alimentas por un día. Pero si le enseñas a pescar, lo alimentas para toda la vida”.
A los políticos “solidarios” les conviene darles de comer pescado todos los días a la gente para que dependan de él para comer. Si dependen de él, tienen un voto cautivo. Si la gente aprende a pescar, se independiza del político populista con lo cual, ese político pierde su principal fuente de poder.
Esa solidaridad de la que hablan los políticos es lo mismo que el proteccionismo que piden muchos empresarios. Los empresarios ineficientes, si no son protegidos, salen del mercado por no satisfacer las necesidades del consumidor.
El político ineficiente sale del mercado si la gente vive de su propio trabajo y además, el político ineficiente pierde su principal fuente de corrupción. Mientras que el eficiente es reelecto y luego se va con honores.
En síntesis, en la mayor parte del mundo todo indica que el capitalismo no solo es más eficiente generando riqueza y bienestar para la población, sino que, además, es moralmente superior a la supuesta justicia social que imparten los millonarios y corruptos políticos que se llenan la boca con la palabra solidaridad.
Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina)
Este artículo fue publicado originalmente en Infobae (Argentina) el 8 de junio de 2021.