Maradona todavía no era Maradona. Era el principio de una leyenda, que se transmitía de boca en boca; una especie de duende de la pelota, un prodigio que imantaba espectadores en la mata de pasto en la que decidiera prestarle vida al balón. En ese momento, en aquellos Juegos Evita disputados en Embalse (Córdoba) en 1973, fue actor de reparto, al menos en la foto que se viraliza en cuotas, por estertores, desde el día de su muerte, aquel fatídico 25 de noviembre de 2020.
Por infobae.com
En la imagen se ve a un Pelusa de apenas 13 años, con una camiseta con cuello blanca y roja, consolando a un desconsolado y desconocido (para el gran público) futbolista en cueros, que parece intentar digerir una derrota derrumbado sobre el césped. ¿Quién es el joven al que aquel pequeño Diego cobija y acompaña en un momento de dolor? ¿Cuál es la historia detrás de un flash aparentemente ocasional, pero que terminó encerrando un latido de la vida de uno de los deportistas más trascendentes del mundo?
La contraseña es Alberto Pacheco. Pichón, tal su apodo. Es el lado B de la foto. En efecto, Maradona concurrió a los Juegos a participar junto a los luego míticos Cebollitas, que en ese certamen perdieron contra Club Social Pinto de Santiago del Estero, tras igualar 2-2 en tiempo regular. Según consignó El Gráfico, el Diez (que ya usaba la 10) falló un penal: en realidad se lo atajó el arquerito Julio Cancina.
“Con Los Cebollitas perdimos la final del Campeonato Nacional en Córdoba. Nos ganó un equipo de Pinto, Santiago del Estero, dirigido por un señor llamado Elías Ganem. Su hijo, César, me vio tan amargado, que se me acercó y me dijo: ‘No llorés, hermano, si vos vas a ser el mejor jugador del mundo…’. Todos creen que me regaló su medalla de campeón, pero nada que ver: se la quedó él y bien ganada que la tenía”, semblanteó Maradona en su libro Yo soy el Diego de la gente.
Pero hubo otro partido, vibrante, en el que Diego fue espectador. Jugaban una final el representantivo de Corrientes, de donde eran oriundos sus padres (por eso acompañaba a don Diego como hincha), y el de Entre Ríos, que terminó imponiéndose. Y surgió la empatía entre los talentosos. El mejor jugador del perdedor era el N° 10, el citado Pichón Pacheco, quien se derrumbó tras el tropiezo. Y el pequeño Maradona se acercó para tenderle la mano en el pozo. “Cuando Diego vio que era tan bueno, le dijo: ‘No tenés que llorar, las finales se ganan y se pierden, te tenés que quedar tranquilo’. Incluso lo acompañó a recibir la medalla. Y se hicieron amigos”, le quitó el velo al diálogo íntimo Antonio Pacheco, hermano del protagonista.
A fines de 2020, en diálogo con radio La Dos de Corrientes, Antonio contó la profundidad del link que construyeron a partir de aquella foto. “Después de ese partido ellos se hablaron por teléfono. Mi hermano fue a Buenos Aires, se juntaron, conoció a los padres”, detalló cómo continuó el lazo, que se fue ampliando a toda la familia. Sí, porque los Pacheco y los Maradona terminaron tejiendo una relación que involucró a todos sus integrantes; primero en Villa Fiorito, luego, en la casita que Argentinos Juniors le obsequió al astro en potencia en La Paternal.
“La primera casa que compraron cuando firmó su contrato era larga, con pasillo. La casa estaba en el fondo, estaban las hermanas de Diego; Lalo y Hugo eran chiquitos, y jugábamos en ese pasillo al fútbol, mientras mi mamá, doña Tota y don Diego tomaban mate atrás. Cuando Diego venía de entrenar con mi hermano, se ponían a jugar con nosotros”, desarrolló Antonio, y ofreció la punta del ovillo de una historia recurrente.
Sí, porque Pelusa siempre quiso que Pichón “llegara”, como lo consiguió él. Hizo lo posible y lo imposible para empujarlo al fútbol grande. “Lo llevó a Argentinos Juniors con él, quedó, pero no quiso jugar. Diego le había ofrecido la 10 y que él jugaba con la 8, no tenía problemas. Pero mi hermano fue alejándose un poquito, porque le gustaba tomar y no quería que él lo viera de esa forma”, contó el hermano del hombre de la foto, y de alguna manera prologó cuál fue el obstáculo que distanció a Pichón de su pasión por la redonda.
“El último club en el que jugó fue en el Lipton, cuando tenía 17 años. Después empezó a jugar en los barrios. Fue dos veces a Buenos Aires, lo probaron en River y Boca y quedó, pero después fue con los amigos al subsuelo del hotel y empezó a tomar”, describió cómo Pacheco dilapidó la oportunidad. Diego no se rindió, a pesar de saber que su colega atravesaba problemas. No se olvidó de él si siquiera cuando su habilidad ya lo había sentado en el trono.
“Lo mandó a buscar un par de veces para llevarlo a Italia. Dos veces vino, con los guardaespaldas de él, le trajeron los pasajes, todo. Y él se escondió abajo de la cama. Le decía a mi mamá que dijera que no estaba. Era cuando Diego iba a ir al Napoli. Mi hermano no quería ir porque sentía que iba a ser una molestia. Diego lo quería llevar para compartir la amistad. Le dijo: ‘Si querés jugar, yo te hago jugar’”, contó cómo se truncó la sociedad que pude ser.
Es que la historia de Pichón tuvo un final trágico. “Mi hermano se suicidó hace 22 años, porque también dentro de todo lo que le pasaba, se había casado, la mujer le había dicho que iba a ser famoso, dejó el fútbol… Fue trágico, pero lindo la vez, porque ellos siempre fueron muy amigos”, reveló Antonio en la entrevista radial, en la que se quebró al evocar esa conexión que se eternizó en una foto.
Antonio también incursionó en el fútbol y hasta participó de los Juegos Evita, con Lalo y Hugo Maradona como adversarios. También se mantuvo en contacto con Maradona a lo largo del tiempo hasta bien entrada la década del 90: “La última vez que estuve con él fue en la época de Mandiyú. Después, las veces que estuve en Buenos Aires, no lo quise molestar porque andaba con su tratamiento. Él iba a ser el padrino de mi hijo, le puse Jonathan Diego Armando, pero por un tema de un viaje al final no pudo venir”.
El pasado 25 de noviembre, cuando en medio del almuerzo escuchó la noticia de la muerte de Maradona, aquella foto y los momentos compartidos irrumpieron como una avalancha. “Es un momento que iba a llegar, pero no de esa forma. Se fue una parte de mi vida con él. Con mi hermano y con él. Arriba se van a encontrar seguro”, aventuró. Y tal vez Antonio tenga razón y estén construyendo paredes sobre alguna nube random, vengando el dolor de aquella foto, que al fin y al cabo era un dolor puro, inocente; el dolor por el capricho de una pelota que dictaminó simplemente un resultado deportivo.