Marcel Kuttab sintió por primera vez que algo andaba mal mientras se cepillaba los dientes, hace un año, varios meses después de recuperarse del COVID-19.
Por Infobae
Su cepillo de dientes tenía un sabor a sucio, así que lo botó a la basura y se compró uno nuevo. Entonces, se dio cuenta de que lo que sabía mal era la pasta de dientes. Las cebollas, el ajo y la carne tenían un sabor pútrido y el café olía a gasolina. Todos estos eran síntomas de la alguna vez poco conocida afección llamada parosmia, la cual distorsiona los sentidos del olfato y el gusto.
Kuttab, de 28 años, quien tiene un doctorado en farmacia y trabaja para una compañía farmacéutica en Massachusetts, experimentó para descubrir cuáles alimentos podía tolerar. “Puedes gastar mucho dinero en el supermercado y terminar no usando nada”, dijo.
La pandemia ha puesto de relieve la parosmia, lo que ha estimulado la investigación y una gran cantidad de publicaciones en revistas médicas.
Han surgido nuevos grupos de apoyo y la membresía ha aumentado en los ya existentes. Un grupo sobre parosmia de Facebook con sede en el Reino Unido ha experimentado un rápido crecimiento y tiene en la actualidad más de 14.000 miembros. Emprendimientos relacionados con la parosmia están ganando adeptos, desde podcast hasta kits de entrenamiento de olores.
Pero una pregunta clave sigue sin respuesta: ¿Cuánto dura la parosmia vinculada al COVID-19? Los científicos no tienen plazos definidos. De los cinco pacientes entrevistados para este artículo, todos ellos con síntomas de parosmia desde finales de la primavera y principios del verano del año pasado, ninguno ha recuperado por completo la normalidad en el olfato y el gusto.
Brooke Viegut, de 25 años, cuya parosmia comenzó en mayo de 2020, trabajaba para una empresa de entretenimiento en la ciudad de Nueva York antes de que los cines cerraran sus puertas. Cree que contrajo COVID-19 en marzo de 2020 durante un rápido viaje de negocios a Londres y, como muchos otros pacientes, perdió el sentido del olfato. Antes de recuperarlo por completo, empezó a experimentar la parosmia. No podía tolerar el ajo, las cebollas o la carne. Incluso dijo que en un momento de este año, el brócoli tenía un olor químico.
Y aunque todavía no puede soportar comer algunos alimentos, se está volviendo cada vez más optimista.
”Muchas frutas ahora saben más a fruta que a jabón”, dijo. Además, hace poco realizó un viaje sin sentir náuseas graves. “Yo diría que eso es una mejora”.
Antes del COVID-19, la parosmia recibía relativamente poca atención, afirmó Nancy Rawson, vicepresidenta y directora asociada del Monell Chemical Senses Center en Filadelfia, un grupo de investigación sin fines de lucro conocido a nivel internacional.
”Podíamos estar en una gran conferencia y uno de los médicos podría tener uno o dos casos”, dijo Rawson.
En un estudio francés de principios de 2005, la mayor parte de los 56 casos examinados fueron atribuidos a infecciones del tracto respiratorio superior.
Hoy en día, los científicos pueden señalar más de 100 posibles razones para la pérdida y distorsión del olfato, incluyendo virus, sinusitis, traumatismo craneal, quimioterapia, enfermedad de Parkinson y enfermedad de Alzheimer, dijo Zara Patel, profesora asociada de Otorrinolaringología de la Universidad de Stanford y directora de cirugía endoscópica de la base del cráneo.
En 2020, la parosmia se generalizó de forma notable, afectando con frecuencia a los pacientes con el nuevo coronavirus que perdieron el sentido del olfato y luego lo recuperaron en gran medida antes de que comenzaran a experimentar distorsiones en el sentido del gusto y olfato.
Un artículo en junio del año pasado en la revista Chemical Senses, basado en cuestionarios, reveló que el 7% de los pacientes pos-COVID-19 experimentaron distorsión del olfato.
Un estudio posterior basado en una encuesta en línea en el Reino Unido reveló que 6 meses después de la aparición del COVID-19, el 43% de los pacientes que inicialmente habían informado haber perdido su sentido del olfato reportaron haber experimentado parosmia, según un artículo de la publicación Rhinology. Ese surgimiento se produjo en una media de 2,5 meses después de la pérdida de olfato de los pacientes, reportó el artículo.
Eso coincide con la experiencia de Mónica Franklin de 31 años, de Bergenfield, Nueva Jersey, quien estaba acostumbrada a tener un agudo sentido del olfato.
”Yo era una de esas personas que sabía cuándo había que sacar la basura”, dijo Franklin, terapeuta ocupacional de hospital. Pero a principios de abril de 2020, inmediatamente después de contraer COVID-19, perdió todo el sentido del gusto y olfato.
Dos meses después, Franklin tenía parosmia y fantosmia, una afección que causa que una persona detecte olores inexistentes. Constantemente sentía que inhalaba olor de cigarrillos en momentos en los que nadie estaba fumando y estaba sola en su habitación.
El ajo y las cebollas son los principales detonadores de su parosmia, un problema que es en particular agotador dado que su novio es italo–estadounidense y casi todos los viernes lo acompaña a la casa de su familia a hacer pizza.
Ahora ella lleva su propio frasco de salsa, sin ajo.
Para Janet Marple, de 54 años, de Edina, Minnesota, el café, la mantequilla de maní y las heces huelen un poco a caucho quemado o desprenden un aroma empalagosamente dulce. No se parece a nada que haya olido antes en su vida.
”Literalmente contengo la respiración cuando me lavo el cabello con champú y lavar la ropa es una experiencia horrenda. Incluso el césped recién cortado es terrible”, dijo Marple, exbanquera corporativa.
Desconcertados por la avalancha de problemas del olfato y el gusto, los científicos de todo el mundo le están prestando una atención inusual al sistema olfativo humano, las áreas de la nariz y el cerebro donde se procesan los olores.
Se han enfocado en el epitelio olfativo, un trozo de tejido del tamaño de un sello postal que está detrás del puente de la nariz. Es literalmente el centro neurálgico para detectar olores y le envía mensajes al cerebro.
Cuando las personas sufren un resfriado común, la mucosidad y otros fluidos pueden bloquear la nariz logrando que los olores no lleguen al centro neurálgico. Pero ese tipo de bloqueo no ocurre normalmente en pacientes con anosmia y parosmia causada por COVID-19.
Algunos investigadores especularon en principio que el virus estaba apagando los olores al atacar los miles de neuronas olfativas dentro de ese centro nervioso. Pero luego descubrieron que el proceso era más insidioso.
Esas neuronas se mantienen unidas por un andamiaje de células de soporte llamadas células sustentaculares, que contienen una proteína llamada ANG2. Un estudio publicado en julio dirigido por investigadores de Harvard descubrió que la proteína actúa como un código para que el virus ingrese y destruya las células de soporte.
En resumen, la parosmia parece ser causada por daños a esas células, lo que distorsiona y evita que mensajes clave lleguen al cerebro, según una teoría destacada entre algunos científicos.
A medida que esas células se reparan a sí mismas, podrían hacer malas conexiones y enviar señales a la estación repetidora incorrecta en el cerebro. Eso, a su vez, podría generar parosmia y fantosmia.
Los Institutos Nacionales de Salud emitieron una convocatoria en febrero para recibir propuestas para estudiar los efectos secundarios a largo plazo del COVID-19. Patel, de Stanford, está en la actualidad inscribiendo personas en un ensayo de parosmia, preferiblemente aquellos que han sufrido el trastorno durante 6 meses o más, pero no tanto como un año.
Mientras tanto, muchos pacientes están recurriendo a grupos de apoyo en busca de orientación. Este tipo de organizaciones existían en Europa antes del COVID-19, pero ninguna operaba en Estados Unidos.
Es por eso que Katie Boeteng y otras dos mujeres con anosmia crearon en diciembre el primer grupo conocido en Estados Unidos para personas con trastornos del olfato y gusto.
El grupo se llama Asociación de Olor y Sabor de Estados Unidos (STANA, por su sigla en inglés). Las mujeres están trabajando para obtener el estatus de organización sin fines de lucro, con la orientación del Centro Monell, para recaudar fondos para estudios sobre los trastornos del olfato y el gusto.
Boeteng, de 31 años, de Plainfield, Nueva Jersey, perdió el sentido del olfato hace más de 12 años debido a una infección de las vías respiratorias superiores. En 2018, creó The Smell Podcast del cual ha grabado más de 90 episodios, en los que ha entrevistado a pacientes, activistas y científicos de todo el mundo.
El grupo más conocido a nivel mundial que ayuda a las personas con estos trastornos es AbScent, una organización benéfica registrada en Inglaterra y Gales. AbScent solo tenía 1500 seguidores en Facebook cuando llegó el coronavirus; hoy en día tiene más de 50.000.
Para algunos de los que trabajan en el campo de la medicina, los olores alterados pueden resultar desconcertantes. Tracy Villafuerte desarrolló parosmia hace aproximadamente un año y, justo cuando su sentido del olfato comenzó a regresar, los aromas del café y otros alimentos se volvieron rancios.
Al igual que otros entrevistados, Villafuerte, de 44 años, está viendo a un terapeuta. “Quiero decir algo y a todo volumen. Es necesario aprender algunos mecanismos para poder lidiar con esto todos los días”, dijo.
Villafuerte, asistente médica certificada en Bolingbrook, Illinois, está esperando que su primera nieta nazca a principios de julio y desea poder oler el aroma de bebé recién nacida de la niña.
”La gente suele decirme: ‘Trabajas en urología, así que esto debe ser una bendición’”, dijo. “La verdad es que daría cualquier cosa por oler la orina”.
(c) The New York Times