Isaac Barboza, de 40 años de edad, aún tiene frescos en su mente los recuerdos de su juventud. Con apenas 10 años ya se paraba en la vía que conduce a La Concepción (Maracaibo) para vender merey en frascos de vidrio y así aportar para la casa. “Mi papá nos abandonó, así que yo tuve que ayudar a mi mamá a criar a mis hermanas, y con eso nos ganábamos el pan. Uno como es muchacho y curioso aprende rápido”, reveló.
Por Mariela Nava / Crónica Uno
Esta fruta es conocida en el Zulia como caujil, y en otras zonas de Venezuela como anacardo, marañón, nuez de la India o castaño de cajú. La pulpa de la fruta, de sabor áspero y agrio, es usada también para preparar dulces, y es buscada por su alto contenido de vitaminas B1, B2, B3, B6 y C, además de minerales como potasio, calcio, hierro, fósforo y magnesio. Sin embargo, el mayor aprovechamiento se obtiene de la semilla, de la cual se extrae la nuez, de sabor dulce y crujiente.
Con el paso de los años y con solo tercer grado de primaria, Isaac aprendió carpintería, que le dio sustento a su familia hasta que en marzo de 2020 llegó la pandemia de COVID-19 a Venezuela. Como otros oficios, este también fue mermando hasta paralizarse por completo. Desesperado, el hombre comenzó a barrer patios, hizo pequeños trabajos de albañilería y cuanta maraña le salía para sobrevivir durante el primer año de pandemia.
En abril pasado, Isaac pudo reunir tres dólares para comprar las primeras semillas de caujil y así retomó su trabajo de la niñez. En el barrio Rafael Urdaneta, donde vive con su esposa y su hija, hay varias familias que se alimentan de la venta de la fruta.
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