Desde la publicación de la propuesta de los protocolos de la Blockchain y del Bitcoin como subproducto de ésta por parte de Satoshi Nakamoto el 31/10/2008, así como la puesta en marcha de la red Bitcoin el 03/01/2009, son muchos los cambios que esta innovación tecnológica está provocando a nivel global. Y es que la Blockchain posee características que la hacen susceptible de ser aplicada en la economía, finanzas, administración, presupuesto, contabilidad, proyectos, derecho, gestión de la información, medicina, propiedad intelectual, procesos electorales, etc., por permitir la organización de la información y datos en los procesos vinculados al logro de un objetivo predefinido en un algoritmo, en función de las necesidades de sus creadores.
En este sentido, el dinero no ha sido la excepción porque luego de miles de años de evolución de este concepto en nuestras manos, la Blockchain y el Bitcoin han cambiado la manera en que nos relacionamos en los mercados de bienes y servicios, al transar valor desmaterializado a través de billeteras digitales para la satisfacción de necesidades. Esto supone un estadio diferente a nivel social, en términos globales de la comprensión del concepto del dinero y su función como medio de intercambio, unidad de cuenta y reserva de valor.
Si entendemos al dinero como “cualquier mercancía intercambiable en un mercado por los agentes económicos, para la satisfacción de sus necesidades y que es aceptada por un tercero como medio de pago y reserva de valor”, entonces prácticamente cualquier cosa puede ser dinero, y esto es tan cierto que también es dinero aquello que por la necesidad, ubicación geográfica, oportunidad, innovación, situación política, razones afectivas, y hasta por imposición puedan darse formal o informalmente en la sociedad.
De esta manera hemos transitado del dinero basado en el trabajo y capacidad creadora del hombre, al dinero mercancía “quid pro quo” en términos del más elemental trueque o economía de los equivalentes, llegando así al dinero de pleno contenido que basa su valor de cambio en la cantidad que representa de un metal o mineral escaso (Oro, plata, bronce), siendo la posesión del mismo la razón de la riqueza de muchos a través del tiempo. Esto nos lleva a entender como a partir del año 1944 con Bretton Woods, y hasta el año 1971 con el gobierno de Richard Nixon en los Estados Unidos de América, el oro fungió como patrón de valor y riqueza de los países y sus monedas.
Pero en este tránsito histórico ya en el siglo XIII los orfebres, herreros, templarios y familias de nobles apellidos habían comenzado a estructurar un sistema de representación de valor con base en metales a su resguardo, estableciendo elementos de intercambio distintos al metal y de fácil traslado y acumulación, así como esquemas de ahorro e inversión basados en tipos de interés. Es cuando el dinero de papel aparece como medio de pago, con problemas de falsificación y reconocimiento de firmas y sellos oficiales de emisión, pero esto no fue impedimento cuando los gobiernos modernos establecieron los bancos centrales como entes de control y emisión de monedas, porque ahora este medio de intercambio sería de obligatoria aceptación y “confianza” por ley y orden superior creando así el dinero fiat-fiduciario.
En este contexto, el dinero y sus especies fueron transformados dentro del sistema financiero en nuevos vehículos de pago como cheques, tarjetas de crédito (TDC) y débito (TDB), migrando rápidamente a medios desmaterializados electrónicos bajo la figura de las transferencias de dinero. Estas transferencias son representaciones del valor del trabajo o de los bienes y servicios intercambiados en los mercados por los agentes económicos, que utilizan el dinero de obligatoria aceptación emitido por los bancos centrales de los países que, por convención, sea física o inmaterialmente, se asume como valor de cambio.
Es así que como producto de la crisis de confianza en las instituciones financieras globales, derivado de la burbuja financiera-inmobiliaria del 2008, y en manos de los avances de la tecnología, el internet y las ciencias de la computación, surge de manos de Satoshi Nakamoto una especie de vehículo de transferencia de valor desmaterializado, que no requiere originalmente del dinero de obligatoria aceptación para hacer intercambios entre las personas, porque no hace falta oro o un producto interno bruto (PIB) que le de valor a la información intercambiada entre bloques minados por pruebas de trabajo entre nodos de una red peer to peer (P2P) global. Nuevamente la aceptación social y la creencia de intercambio de valor, ahora con base en la tecnología, le otorgan originalmente al Bitcoin su estatus de divisa global.
Entonces estamos viviendo un tiempo de modificación en el concepto del dinero y el valor de las cosas, porque ahora la posesión de hashpower o poder de cómputo en una red global colaborativa de validadores de operaciones, crea una nueva especie de riqueza, así como la posibilidad de acumular mayor cantidad de criptomonedas que representan distintos proyectos y usos posibles. Es un cambio de paradigma en la relación del hombre con el dinero y su uso en sociedad, porque ahora las billeteras son aplicaciones digitales que se descargan en teléfonos inteligentes, y el valor de las cosas se encuentra en la posibilidad de intercambio de criptoactivos que puedan ser acumulados, fragmentados y transferidos a gran velocidad con el menor costo posible entre personas, pero ahora también empresas y gobiernos que ven en la Blockchain gran cantidad de posibilidades.
Esto deja un gran cuestionamiento sobre la manera como el sistema financiero internacional, los bancos centrales y los bancos públicos y privados de los países, puedan asumir el cambio inminente en la estructura tradicional del intercambio del valor por un dinero que no posee soporte tradicional, y en un sistema económico que cada vez más está abierto a mecanismos alternativos de representación de valor. En este sentido, las Central Bank Digital Currencies (CBDC) aparecen como respuesta institucional al avance del Bitcoin y las criptomonedas en los mercados globales, así como también al creciente uso de los Stablecoins o criptomonedas estables, cuya relación 1:1 con el dólar estadounidense marca una notable diferencia con el resto de los Criptoactivos, al no ser de precio volátil y apoyarse de igual forma en todo el andamiaje tecnológico de la Blockchain, Billeteras digitales, Exchanges, etc.
Nos encontramos en un momento histórico trascendental para las relaciones sociales y de producción con uso intensivo de tecnología en sus medios de pago, por eso se hace indispensable la necesidad de un nuevo constructo teórico para la comprensión y aplicación de esta nueva realidad económica, política, social e institucional que reclama un abordaje diferente y multidisciplinar para su correcta adopción y desarrollo.
@aaronolmos
Este artículo se publicó originalmente en Finanzas Digital el 30 de junio de 2021